de colores

Con un abrazo de calor nos recibe Salta, la ciudad empanada .
Bajamos en la terminal de buses, dejamos las mochilas en el depósito y seguimos.
“stop, stop!”, les digo a los gringos, (sería como un: esperen, esperen, no puedo seguir caminando así, hace mucho calor, tengo que volver). Vuelvo, pido de nuevo mi mochila, saco la bermuda y voy al baño a cambiarme.
A las 9.30 de la mañana de un lunes de setiembre los 10 baños del servicio para hombres apestaban, era casi que imposible de entrar, todo hedía, de todos lados chorreaba, todos los wc tapados. Un charquito de liquidos humanos barnizaba el piso.
“No seas gallineta”, me dice el que limpiaba, “yo ando descalzo por ahí todos los jueves”.
Elegí el menos peor y pa´dentro. Me desabrocho el pantalón, me desato los championes (con el cuidado de que los cordones no toquen el agüita) y con la bermuda en mis manos salto.
De un solo movimiento antes de caer sobre mis championes me saco el pantalón y me pongo la bermuda, me abrocho y caigo sobre mis championes; ato mis cordones y salgo después de tirar la cisterna.
Me miro en el espejo, pruebo la ralla al medio, al costado mejor, me despeino y salgo.
Le pongo una monedita de 20 centavos al limpiador y le doy una palmadita en su hombro derecho.

Un taxi gratis nos lleva hasta el hostal de Tara, ella se queda, nosotros seguimos. Tenemos la tarde para comprar la cámara del francés. Todavía tenemos el mediodía para comer empanadas.

Salimos de recorrida por el centro, entramos a la catedral, a la hermosa catedral, nos persignamos y seguimos. La plaza y el centro están llenos de gente, mediodía salteño, todos saliendo de sus trabajos y escuelas y liceos para ir a dormir la siesta. En una hora se duerme la ciudad. A cada persona que me cruzo le pregunto por el “Patio de la Empanada”. Todos me dicen que a cinco cuadras. Todo queda a cinco cuadras, juegan con mis sentimientos. Todos duermen la siesta. Todos tienen el mismo calor que tenemos nosotros. Todos son salteños.

Caminamos en la dirección contraria al único shopping que puede estar abierto. Los voy llevando al patio de mis amores.

A veces me confunde el olor de alguna casa, de algún barcito imitador, de un puesto en la calle.

De repente me freno de golpe, huelo las empanadas, estamos cerca, pregunto a un policía por el patio y la respuesta esperada: “cruzando la calle en la próxima esquina, ahí está el Patio de la Empanada”. Perfecto.
“Miren (señalando la otra esquina), que casualidad, el Patio de la Empanada ahí enfrente”, les digo a mis compañeros buscadores de cámaras.

El olor a empanada rodea la esquina. Entramos y mesitas con sombrilla nos esperan. Es el almuerzo ideal. Varias mozas de los distintos barcitos nos ofrecen sus mesas y sus delicias, buscamos una donde corra el aire y nos sentamos.

Por unos minutos no nos atiende nadie. Sólo silencio. Busco cruzarme con la mirada de alguna de las mozas pero me esquivan la mirada. Secretean entre ellas. Algunos clientes se levantan de sus mesas y se van. El aire caliente con olor a empanada se detiene. “Wath´s going on?”  (traducción: que pasa tato?, por qué no nos atienden todavía?) se preguntan mis amigos.  Miro para ambos lados, buscando una explicación, una moza que nos atienda, algo. En eso una bandeja  con platos y vasos caen de las manos de una joven moza que se va hacia detrás de una barra corriendo.
Silencio.
El agua dentro de mi vaso se mueve en círculos concéntricos.
Unas pisadas fuertes se oyen.
Tara y Yann, sentados frente a mí, están inmóviles, con los ojos bien abiertos mirando algo detrás de mí.
Los miro esperando una sonrisa, una respuesta, algo.
Cuando me apresto a darme vuelta y mirar qué sucede a mis espaldas una mano enorme y pesada se apoya sobre mi hombro. Sigo la mano hacia el brazo y luego el cuerpo y la cabeza. Un salteño morocho, de 2 metros y muchos kilos está parado a mi derecha, tapando el sol. Vestido de delantal  blanco sucio y camiseta de mismo color, con varias manos limpiadas en su falda y manchas de sudor en sus axilas y debajo de sus tetillas, me mira firmemente. Huele rico. Huele a fritura.
Me quedo mirándolo.
El último cliente se tropieza con una silla mientras intenta salir corriendo por la puerta.

Salteño enorme- hola.
TT- hola.
Jann y Tara están inmóviles con la boca abierta, se toman de la mano por el miedo.
SE- soy Mario “la empanada” González.
TT-  hola “la empanada”, soy …
Mario “la empanada” González me interrumpe.
M”le”G- ya sé quién sos y por qué estás acá.
Asiento con la cabeza. Solo moviendo mis ojos paso de él a mis amigos que siguen inmóviles mirándo a “la empanada”.
M”le”G- tu reputación es conocida en todo Salta.
TT-…
M”le”G- querémos que pruebes nuestras empanadas.
TT- ..si… claro.
Mario “la empanada” González gira un poco sobre sí mismo y detrás sale una viejita canosa, de un tercio del tamaño de él. Lleva un pañuelo celeste en la cabeza y un delantal de varios colores desde su cuello hasta debajo de la cintura. En sus manos lleva una hermosa panera de mimbre con una servilleta de tela roja, llena de empanadas, la apoya sobre la mesa frente a mí. El sol las ilumina. Empanadas perfectamente iguales, doradas por la manteca, humeantes y sabrosas están frente a mí. Todas para mí.
Las miro fijament, una sonrisa que comienza a dibujarse en mi boca. Mis glándulas salivales trabajan a toda marcha.
M”le”G- ella es mi mamá y te preparó estas empanadas para vos…
Miro a la viejita y le sonrío. Vuelvo a las empanadas. El olor es riquísimo. Se siente el olor de la masa, la carne, la papa, el pollo, el queso, distingo algunos otros condimentos, pero la ansiedad me domina.
M”le”G- hace varios días que te estábamos esperando…
Lentamente levanto las manos de mi falda en dirección a la panera y de un perfecto chicotazo con el repasador, la viejita, hace volver mis manos dolorosas a mi falda. Mira a Mario y le sonríe.
M”le”G- bien mamá (mirándola a ella).
Los miro sin entender.
TT- no eran para mí? (mientras me soplo las manos)
La viejita asiente varias veces con la cabeza.
M”le”G- para vos y tus amigos.
TT- pero ellos no quieren, no les gustan las empanadas.
Los miro de reojo buscando su falsa aprobación. Lo que pasa es que no quería que les pase nada a ellos…
YyT (al mismo tiempo)- we like the empanadias (y miran a la viejita que les sonríe).
Con una sola mano, Mario “la empanada” González, toma la panera y la acomoda en el medio de la mesa, frente a nosotros tres.
M”le”G (saboreándose)- las de la derecha son de pollo, las de la izquierda de queso y choclo y las del medio son de carne cortada a cuchillo por mi mamá, con un poco de papa y…
TT- …y de dulce de leche tienen?
Mario “la empanada” González y su madre se miran de golpe. La viejita lo llama para que se agache y le dice algo al oído. Mario baja la mirada y asiente. La viejita sale apurada hacia uno de los bares.  Mario “la empanada” González apoya suavemente sus puños sobre la mesa y me mira con los ojos llorosos.
M”le”G- las de la derecha son de pollo, las de la izquierda de queso y choclo y las del medio son de carne, buen provecho.
Asiento con la cabeza.
Les hago con mis manos a Yann y Tara que se arrimen y comiencen a comer.
La humanidad de Mario “la empanada” González se aleja silenciosamente.
Comimos en paz y armonía las deliciosas empanadas de “Doña Elvira”.
Me faltó la dulce.

Salimos bien llenitos del patio en dirección al shopping. Hace mucho calor y no da para caminar los 3 kilómetros al rayo del sol con la panza llena y con la ciudad de siesta. “Por qué no dormimos una siestita?” les digo a mis amigos. Me ignoran y siguen su rumbo.

Afiches de toques y eventos empapelan las calles hacia nuestro destino. “La Catalina” hace dos funciones más por entradas agotadas. “Los Midachi” terminan su gira por el interior con 2 fechas en el “Anfiteatro”. “El Indio” toca en el Estadio Municipal ese viernes, sábado y domingo. Muchos argentinos que me crucé en el camino, habían salido de recorrida por el norte con la intención primera de ver al Indio. Ahí va.

Media hora después llegamos al shopping, el aire acondicionado nos refresca y enfría nuestras espaldas sudorosas por las mochilas. Desde el fresco suelo de la tienda asesoro a Yann sobre su compra.

Nuestro ómnibus a Jujuy sale a las 17.30 hrs. Lo justo para un heladito de despedida y un vaso de agua. Besos y abrazos. “Nos vemos en Quito” me dice Tara, “cláro que si…”; como si nos fuéramos a ver en el parque.

El viaje lo paso llorando por la película que nos pasan, “8 degrees below”, la verdadera falsa historia de unos perros héroes abandonados en Alaska.

Llegamos a la ciudad del grito de alegría a la noche y enseguida compramos los boletos para Purmamarca. Tenemos una hora y media. Recorremos la central de ómnibus de Jujuy. Muchas caras indígenas, vestidos de colores y algunas cholitas argentinas acompañan las caminatas de un turista y yo. Todo está sucio. La terminal sólo tiene lugar para 8 ómnibus estacionados, que llegan, levantan pasajeros y en 10 minutos tienen que dejar el lugar para el siguiente. Al lado un mercado de varias cuadras. No salimos de recorrida, tenemos poco tiempo. Cenamos unos riquísimos y baratos sanguches de lomo (así se llaman los chivitos acá) en la plancha oficial de la terminal.

Llegamos a Purmamarca a las 23.00 hrs, todo apagado, todos dormidos. “Lo de José García?”, le pregunto al único peatón que nos cruzamos al llegar a la plaza, “ahí y ahí” me hace indicándome las cuadras con las manos y se va. Llegamos a una puerta reja con un timbre. Un cartel de “hospedaje” en la ventana nos indica que es el lugar correcto. Sale un hombre raro, de pelo largo y mirada al piso, con un gorro como el de Corona pero negro. Con voz baja y simpática nos invita a pasar. Nos muestra el cuarto y nos enseña a usar la ducha a gas. Sin todavía aceptar el cuarto (no teníamos otra opción y el precio era perfecto), nos  empieza a dar horarios de los ómnibus a todos lados, mapas de Bolivia, horarios de trenes de allá y un mapa hecho a mano (por él) del pueblo, con indicaciones de dónde comer barato, qué ver y las mejores horas para verlo. Un crá el José. Nos dejó la llave y se fue a cenar con lo que le pagamos por esa noche. La casa es para huéspedes, José no vive ahí.

A la mañana siguiente entro a la cocina para prepararme mi tecito matinal y la mejor visión en días:  varios mates, de metal, de cuero, de madera, de mate; varios tipos de yerba, bombillas y unos termos. Si, sin lugar a dudas. No me importa de quienes son. Mate de desayuno y vuelta a la felicidad amarga. Le enseño a Yann a tomar y a cebar, le explico alguna leyenda del mate y cómo se lleva cuando se sale a caminar de mate. Al rato andamos por el pueblo paseando con el francés de termo bajo el brazo, mate en la misma mano y con la otra en el bolsillo, como debe ser.

Purmamarca es un pueblito precioso, en la quebrada de Humaguaca, entre montañas de colores y una fea ruta que le pasa por al lado, que tampoco le quita tanta preciosura, pero molesta.

Hacemos la recorrida del pueblo según San José. Primero subir al cerro de enfrente para ver al hermoso y famoso “Cerro de los Siete Colores” con el sol de frente, luego al aburrido cementerio (comparado al de Cachi) y a andar por ahí un rato. Cada hora llegan ómnibus desde Jujuy con turistas como Yann para comprar artesanías en la plaza central y sacarse fotos con el cerro de fondo. Yo sólo camino y disfruto de las callecitas de piedras del pueblo, llenas de perros y tierra.
Todo alrededor son  montañas rojizas y las nubes empiezan a bajar por la montaña. “Noche fría” me dice un viejito al verme sacarle fotos a las nubes. Viejo mentiroso, pienso mientras asiento con la cabeza.
Seguimos de escaladas y bajadas radicales. Vamos por los senderos y volvemos por las laderas. Si loco, es así, soy radical y escalo. Bajo con raspones pero bajo.

A la vuelta del cerro colorido ya está la sombra, se siente el frío. Unas horas más de caminata en las montañas y volvemos a los mates y el calor de la casa. El viejito tenía razón. Terrible frío.

El primer ómnibus de la mañana nos va a llevar a Humaguaca. Seis de la mañana esperando el ómnibus, con mucho frío y el cielo nublado que no deja ver las montañas que están ahí nomás. Comienza una pequeña nevada. Pequeñísima pero nevada al fín. Se ven perfectamente los copos de nieve caer lentamente.
Llega el maldito y calentito ómnibus.

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turupamaq

9 thoughts on “de colores

  1. Helou Turupamaq !!
    wonderfull tus coments de viaje.
    Por las expresiones detalladas en el baño de Salta ya te podés presentar en el cirque du Soleil como contorcionista.
    Y el dialogo de las empanadas lo pondremos en una proxima obra teatral en Monte.
    Esperamos que sigas disfrutando con alegria y mucho humor este camino diario de tu vida.
    Un abrazo

  2. tato buenisimo el cuento y las fotos, el jueves es mi cumple asi que te espero en casa, panchos a morir coca cola y cerveza, abrazo

  3. uff!! Tatín… te hiciste rogar para esta entrega eh???? ESPECTACULAR, como siempre bah. Besotes, te quiero mucho. Cuidate y… DALE Q VA A LAS EMPANADAS q no ni no!!!!

  4. Hola Tato!!! 大都你好!!!
    Debo decirte que me leí todas las publicaciones que ibas haciendo, pero es la primera vez que te dejo un comentario.
    Hermosas las fotos, la redacciòn y todo lo demàs! ^^
    te mando un besote
    y a ver cuàndo venis para estos pagos…
    Cuìdese
    再见!

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