into the wild

Lo que viene a continuación es el relato de cómo nuestro personaje se encontró a sí mismo y a las respuestas de la vida en un mágico lugar de las yungas bolivianas, y de cómo suceden ciertas cosas que parecen puestas por alguien (o algo) que nos muestra el camino a seguir.

Ya satisfecho de La Paz, habiendo descubierto la belleza de la altura, habiendo disfrutado de la amistad regalada y momentánea de unos paceños alegres, nuestro personaje despertó ese día sabiendo que su próximo destino sería Sorata, un pequeño pueblito en las montañas, un paraíso en las yungas, a la altura de las nubes, rodeado de naturaleza y de paz.

La calle desde donde salían las combis a Sorata se encuentra vacía y los pocos comercios que tienen letreros de venta de pasajes están cerrados. Unas personas le dicen que ahí, en esa esquina, es donde parten dichas combis. Ellos también van hacia Sorata.

Son las 8 de la mañana y nuestro personaje tiene sueño y seguramente hambre.

Tres son las personas que esperan la combi junto a el: un cholito que solo habla aymara, de unos 60 años y movimientos pausados, masticando hojas de coca, sentado en el escalón de una casa; un yungo (de la yungas?) vestido de cowboy boliviano pero con el sombrero puesto de tal manera que le queda toda la frente libre y hace su cara más graciosa de lo que sería con el sombrero bien puesto; una chica, de unos veintitantos, recién llegada de España, que hace más de 4 años que se fue de Bolivia.
Esta chica está contenta de volver a su país, dice que encuentra mucho más linda y más segura la ciudad (llegó hace 1 hora en avión y se acababa de bajar del taxi), le muestra sus bolsos y su chaqueta nueva (comprada en Sara la semana anterior en unas rebajas) al cholito y al yungo. Habla todo el tiempo de allá. Pregunta a cuanto está el euro “porque allá pagan en euros” y hace cuentas al aire. El cholito y el yungo miran al aire siguiendo esos números. Nuestro protagonista le hace las cuentas rápidas de cuantos euros sería el costo del viaje en combi hasta su pueblo natal. “Es que allá pagan en euros” contesta ella con una sonrisa. El cholito y el yungo afirman con la cabeza.

Pasan los minutos, largos minutos y ninguna combi llega. Parece que no es normal esperar tanto por estas combis. Algo de huelga dicen por ahí, que no salen hoy las combis también se repite. Nuestro protagonista espera recostado contra la pared de una casa. Al rato viene una combi casi repleta de gente y el chofer avisa que tiene solo un lugar, que sale ya porque unos manifestantes cortaron la ruta y no sabe si va a poder pasar. La gente se pone nerviosa, hay comentarios y gestos. Todos saben que cuando por algún motivo manifestantes deciden cortar las rutas es por una razón fuerte y no dejan pasar a nadie, a nadie dije.
Y siempre algún herido hay, alguna pedrada a las combis o “hasta las han incendiado” dice una viejita. La chica que llegó hace 1 hora y 52 minutos desde el país donde pagan en euros se sube de inmediato y le da sus bolsos de animalprint al yungo para que se los alcance al que está en el techo de la combi esperando para atar con cuerdas el equipaje de todos. Nuestro protagonista acepta sin chistar, ella hace 4 años que no ve a su familia.
Bolsas con verduras, arpilleras, unos cajones de madera, un forraje y 2 llantas, más un hermoso bolso de leopardo sobre la combi partieron ese día a las 8.55 hacia Sorata, sin saber si llegarían a destino.

Nuestro personaje mira al yungo buscando una respuesta, éste mira al cholito, el cholito no mira a nuestro personaje. Mascando unas hojas de coca dice unas palabras en aymará. El yungo le responde. El cholito le confirma lo que el yungo había preguntado. El yungo baja la cabeza y piensa. Nuestro personaje no entiende nada.

Veinte minutos después el yungo le pregunta a nuestro personaje si va a Sorata. Nuestro personaje, tan inteligente, piensa que era clarísimo que iba a Sorata, si estaba con unas mochilas esperando en la esquina desde donde salen las combis a Sorata, que otra cosa podría estar haciendo ahí?. También se da cuenta de que solo dijo “1,5 euros” en la última hora. Nuestro personaje tiene sueño. Nuestro personaje no es tan inteligente. Nuestro personaje no habla mucho en las mañanas. Nuestro personaje le responde que si.

El yungo habla con el cholito, el cholito masca unas hojas de coca, piensa un rato y le contesta pausadamente. El yungo rápidamente le hace otra pregunta. El cholito mascando sus hojas de coca cierra los ojos y asiente con la cabeza, como si se estuviera por dormir. Nuestro personaje piensa en la paz que tiene ese paceño. En la tranquilidad de sus movimientos y la sabiduría de sus palabras que no entiende. El yungo rápidamente le pregunta a nuestro protagonista si pagaría 60 bs. (el doble) para ir a Sorata. Nuestro protagonista le contesta con una pregunta que no responde su pregunta: “por?”. El yungo le explica que no van a salir combis hoy, que es peligroso porque cortaron la ruta, que nadie se va a arriesgar. Nuestro protagonista piensa que tampoco es tanto el dinero, que hace 2 horas que está esperando una combi que sale cada 20 minutos y que no quiere estar en La Paz otro día, le dice que hasta 50 bs. paga. El yungo le cuenta al cholito y éste, pausadamente gira su cabeza hacia nuestro protagonista, lo mira sin mostrar expresión alguna. Nuestro protagonista dice “winus tivas” (vocablos aymaras para decir “buenos días”), el cholito sonríe y saluda con un “winus tivas” y otras cosas más. El yungo sonríe mirando de un lado a otro al cholito y a nuestro personaje, toma su celular y hace una llamada. A los pocos minutos llega una combi vacía, el conductor baja y saluda al yungo. Hablan algo que nuestro protagonista no logra descifrar qué es. Los dos lo miran y éste los saluda levantando la mano. De la vereda de enfrente vienen unos jóvenes, hombres y mujeres. Todos se ponen a discutir (en una buena) y algunos suben sus bolsos a la combi.
Nuestro protagonista no se puede quedar atrás. Pregunta si salen a Sorata y uno le confirma, le alcanza su mochila más grande a uno que arriba del techo estaba y se queda paradito al lado de la puerta con un pie dentro. Los demás siguen discutiendo. Nuestro protagonista no se mete. Todos contentos comienzan a subir a la combi, uno cruza a comprar unas empanadas y a nuestro protagonista se la hace agua la boca, su estomago cruje pidiendo eso que tiene aquel pibe, pero no se puede arriesgar a perder un asiento hacia Sorata.
El chofer empieza a cobrar y le pide 60 bs. a nuestro hambriento protagonista, éste mirando al yungo le dice que no, que paga 50 bs. (no era momento para negociar), el yungo le dice algo al chofer en aymara y éste sonriendo, como viendo que casi pasa, le cobra a nuestro joven aventurero los 50 bs. acordados y pagados por todos.

La combi comienza su marcha, ya hacían 3 horas que nuestro protagonista esperaba una de las combis que van a Sorata y que desde esa esquina, todos los días del año, salen cada 20 minutos.

El chofer dice de tomar una ruta alternativa para esquivar el corte, pero que no la conoce bien, que necesitaría un guía para que le diga por dónde tomar. Nuestro gracioso protagonista dice “yo conozco una”, el silencio es total por más que todo alrededor son bocinas y autos andando, el tiempo se detiene demasiado y todos los ojos que había en esa combi se dirigen a nuestro personaje, ” no mentira” dice con una sonrisa esperando la carcajada generalizada. Nadie dice nada, todos siguen mirándolo y eso en una combi llena de gente es demasiado incómodo. El chofer mira seriamente al yungo y arranca.
Casi que la primer hora del camino es en línea recta y cada 20 minutos, el yungo (de copiloto) atendía o llamaba por teléfono, averiguando por el corte de rutas. Nos detenemos en una bifurcación de la ruta, otra combi está ahí detenida, es la del bolso de leopardo. Todos se bajan para hacer sus necesidades en el camino y nuestro protagonista, que es de personalidad vulnerable, decide hacer lo mismo.
Subimos todos a la combi y arrancamos, vamos a seguir de igual manera por la ruta cortada, parece ser que están dejando pasar, hay que correr el riesgo. La combi con el bolso de leopardo se quedó en esa bifurcación del camino.

Llegando a la entrada de un pueblito el chofer aminora la marcha y el yungo hace una llamada, contento le dice al chofer que puede pasar y mira hacia atrás (al resto de los tripulantes) con una sonrisa en la cara, como esperando un “hurra!”, pero nadie dice nada.
Al costado de la ruta unos campesinos, cholos y cholitas, con palas, rastrillos y algunos palos están en círculo deliberando algo. Nosotros seguimos de largo.
Algunos duermen durante el viaje, nuestro protagonista no. Está incómodo porque el asiento es duro y sus rodillas tocan el asiento del conductor, por eso las mantiene recogidas. Tampoco se queda tranquilo en estas rutas y con estos choferes, por eso siempre viaja despierto, como si de algo sirviera.
Ya subiendo por las montañas, de curvas y más curvas, por caminos que dejaron de ser de pavimento y pasaron a ser de tierra, de la sequedad del paisaje a las paredes de vegetación verde, nuestro protagonista comienza a disfrutar del paisaje. Sí un poco asustado por el camino, ya que comienza a llover y de un lado del camino está la montaña y del otro una caída de 500 metros. Tan alto viaja que pasan por sobre las nubes; la vista es hermosa, debajo hay un río de gran caudal que corre por todo lo bajo del valle, del otro lado más montañas y algunos pueblitos que componen una preciosa vista. Nuestro protagonista, inspirado por tanta belleza, piensa en la poesía que escribirá cuando narre sus aventuras por las yungas bolivianas.

La lluvia cada vez es más fuerte y la campera de nuestro joven poeta está en su mochila, en el techo de la combi. Al llegar al pueblito, al precioso pueblito, la lluvia se convirtió en tormenta y donde se detiene la combi no hay techo alguno para que nuestro aventurero se proteja. Antes de bajar pregunta por el hostal de Petra, no se acuerda del nombre, pero si se lo dicen está seguro que lo reconocerá. Nadie conoce a Petra. Baja y en 4 movimientos toma la mochila grande, la abre, saca la campera y se la pone, necesita de 2 movimientos más para cerrarla y cargarla en su espalda para comenzar a caminar el diluviado nuevo destino.
Las primeras 2 personas que se cruza y a las cuales les pregunta sobre el hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque, no lo conocen. Sí la tercera, por eso como dice el dicho, dos por tres llueve. Lo poco que ve del pueblo le gusta, es algo colonial, en el medio de la montaña, a un lado el valle y el río y rodeado por montañas. Nuestro personaje, que muy mojado está, sonriente va. Sigue las indicaciones hacia el hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque, es todo en bajada y al cruzarse con algunas gentes del pueblo, él saluda muy alegremente. Es que el lugar es precioso, es tranquilo, hay naturaleza todo alrededor, es como a él le gustan los lugares.
Al parecer hace días que llueve y el camino de tierra se quebró, justo el que nuestro protagonista tenía que usar, pero nada lo detiene a nuestro osado aventurero y estudiando el paisaje ve que a la izquierda del gran agujero que dejó el camino roto, hay un caminito, mojado y peligroso, pero para algún turista, no para este decidido chico. Pone sus pies sobre la bajadita y al inclinarse hacia delante, los 25 kilos de mochila que tiene le hacen perder el equilibrio y nuestro protagonista baja los siguientes 5 metros de barroso camino cómodamente sentado. Llega abajo, se incorpora y se congratula de su agilidad. Ahora está en el medio del pozo, en el fondo del pozo y tiene que subir una pared barrosa para estar del otro lado del camino y llegar al hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque. Hace dos, tres, cinco intentos de subir, pero no lo logra, hay mucho barro y su pesada carga hacen todo aún más difícil. Se agarra de una raíz e intenta subir, nada. Busca la manera de dejar su mochila ahí atarla con su cuerda de explorador, subir trepando, luego subir la mochila y seguir camino. Piensa en que tampoco puede volver por donde bajó porque le va a pasar lo mismo. Duda, piensa. En eso escucha unas risitas, levanta su cabeza y en el camino, unas niñitas debajo de un paraguas lo miran riéndose. Le dicen que unos pasos más abajo hay unas piedras puestas en la pared del pozo, nuestro protagonista como buen caballero agradece dedicándoles una reverencia.
Al primer intento logra subir y sigue su camino. Mojado y embarrado baja continuando las instrucciones de la señora para llegar al hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque.
Nuestro protagonista se alegra de que llueva tanto porque puede ir pisando los charcos sin problema y el barro que llevaba se fue limpiando.
Al llegar al hostal, golpea sus manos aplaudiendo y sale una señora, ningún rasgo de boliviana, debe ser ella piensa. “Petra?” pregunta nuestro protagonista, “si” contesta ella.
“Me parecía…” dicen nuestro poeta y pasa el umbral de la puerta. Se presenta y pregunta por una habitación libre, por el precio y por qué el perro y el gato no se peleaban y dormían tranquilamente uno recostado contra el otro. Hablan un poco de la lluvia y del corte de la ruta, el protagonista le cuenta que su hermano, junto con su compañera, le mandaban saludos y que le habían hablado muy bien de Sorata y de su hostal, ella respondió con agradecimientos y saludos, pero nuestro protagonista no consiguió mejor precio, solo sonrisas y algún cuento más, sirve de igual manera. Luego de que le mojara toda la sala, nuestro protagonista se dirige a su cuarto, le toca la habitación “quarzo”, la que mejor vista tiene. Al entrar, las ventanas con vista hacia el valle y la cama grande lo hacen sentir 1gr. más feliz.
Deja sus mojadas mochilas en el piso, saca toda su ropa y las cuelga por donde pueda. Toma la toalla y baja. “La ducha?” pregunta a Petra, “no… con el deslave se rompieron los caños… no hay agua caliente”. Sube a su habitación y revisa su bolsa de alimentos, está todo mojado, no se puede rescatar nada. Las frutas sí, pero este personaje no come frutas los días de lluvia. Baja y pregunta para comer algo ahí, le responde que a esa hora ya cerró la cocina.
Nuestro personaje decide matar dos pájaros de un tiro. Salir a buscar comida y bañarse en el camino. Así que en calzoncillos, chancletas y jabón en mano salió corriendo a un kiosquito que a dos cuadras había. La cholita que allí había miró a nuestro enjabonado protagonista y le dio lo que éste pidió. En realidad lo que había: 4 “empanadas”, un paquete de papas chips caseras, 2 litros de jugo multifrutal y multidulce, un paquete de galletitas y 10 chicles. El kiosquito ya cerraba, porque con la lluvia se habían suspendido las clases.
Nuestro protagonista volvía a su habitación muy contento, limpio y con comida.
Ya acostado en la blanca y gran cama, miraba por la ventana como la lluvia caía por todo el valle, se preguntaba cómo algo tan lindo, a veces, podía ser algo tan triste. No había opción alguna de que parara de llover, ni de que este chico se moviera de la cama, la vista era preciosa y él estaba cansado y hacía mucho que no se recostaba en una cama tan cómoda. Nuestro protagonista se percató que desde que había salido era su primer día en el que estaba solo y que no podía salir a pasear, de que estaba en las montañas bolivianas solo. Así que se dispuso a descansar, mirar alguna película y comer, seguramente dormir una siesta con la hermosa lluvia cayendo armoniosamente sobre la vegetación de las montañas. Comenzó a comer sus “empanadas” que no eran más que un pedazo de masa con algo dentro, le agregó a una de ellas unas papas chips para darle sabor, no mejoro mucho. El jugo era demasiado dulce y artificial. Le dio más sed. Las galletitas dulces eran dulces también, y luego de unos tragos del jugo no necesitaba más dulzura. Así que se resigno a comer masa con papas chips y algunos tragos de azúcar coloreada.
Solo hay dos cosas que ponen mal a nuestro protagonista, de todos los males en el mundo, solo hay dos cosas que le cambian el día. Una de ellas es que se despierte de la siesta de mal manera, con ruidos o algo así, la otra es que compre algo de comer y que no sea rico.
Una de ellas acababa de suceder.
Nuestro protagonista decide ver una película y dejarse llevar, por las magias de Morfeo, al descanso merecido del aventurero.
Entregado al sueño un trueno lo despierta abruptamente, un ruido tremendo que hizo temblar todo alrededor, que si no fuera por la lluvia y la luz que ilumino todo el anochecido cielo, nuestro protagonista podría haber pensado que se trataba de una bomba brasilera dentro de un tacho de basura.
La otra cosa que pone mal a nuestro protagonista acababa de suceder.
Nuestro protagonista ahora tiene taquicardia, se despertó nervioso, soñaba con algo que no recuerda qué es, pero que lo dejó pensando. No está muy tranquilo.
Da vueltas en la cama mientras piensa en todo el universo, en los días previos, en las semanas previas, en el mes que pasó y en ese año, en los anteriores y en los que vienen. En todo lo que quería hacer y en todo lo que estaba haciendo. Varios pensamientos pasaron por su turbulenta cabeza. No estaba llegando a buen puerto, no señor. Decide salir de la habitación. Baja y no encuentra a nadie. Afuera llueve mucho más. Se sienta en un sofá a leer su libro. Ese capítulo no está bueno, es más, es bastante triste. Habla de una nostalgia que nuestro nostálgico protagonista siente como propia. No quiere dejar correr a su cabeza, decide ponerse a ver una película para distraerse.
De las varias que en su computadora tenía elige una, “into the wild”.

– (si no la vieron no sigan leyendo hasta nuevo aviso)

Trata de un chico, que al recibirse, decide dejar todo lo que lo rodeaba, cansado y peleado con la sociedad, el dinero, el trabajo, las presiones, las gentes, e ir a vivir de la naturaleza, solo el y la naturaleza. Vivir de lo que pueda hacer. Va rumbo a Alaska, lo más salvaje y natural del territorio gringo. Cruza todo el país pasando por varias aventuras, conociendo mucha gente en el camino, haciéndose de amigos por todos lados, viviendo una vida que no había vivido. Pero su meta final era llegar a Alaska y vivir en la naturaleza. Llega, encuentra un ómnibus viejo y lo usa como lugar para vivir, aprende a cazar, a pescar, arma mejor su casa, se la arma para el, a su gusto. Descubre lo hermoso de la naturaleza, de la paz, de la soledad, de la tranquilidad, de conocerse a sí mismo, de encontrarse, de gustarse, de valerse. Llega un momento en el que decide salir un poco de ahí, salir a visitar a unos amigos, tal vez volver a casa. Pero no puede salir, el río creció y queda atrapado. Vuelve a su ómnibus y pasa los días ahí, esperando para poder volver, pero ya no puede, no por ahora. Comienza a quedarse sin alimentos y al comer una planta loca se envenena. Ya sabe que no tiene salida, que se muere en breves.
Ya viendo su final cerca y pensando en toda su vida, en los últimos meses, en los años anteriores, escribe una frase como despedida en su mesa: “La felicidad sólo es real cuando es compartida“.
Se muere después de poner las comillas.

Nuestro protagonista, atrapado en esa casa, en las montañas de Bolivia, bajo la tormenta cerrada que azota la noche, piensa en la película que acaba de ver y en esa frase final. Piensa en todo, lo que parece ser un buen rato son solo unos segundos, piensa y piensa, recorre sus recuerdos.
Comienzan los créditos finales de la película y aparece una foto de la persona que realmente hizo eso, fue una historia verídica, días después encontraron el cuerpo del pibe en el ómnibus abrazado a un oso de peluche.
A nuestro personaje le llega aún más esta historia. Qué buena película piensa.

-(pueden volver a leer)

Y se casa con un lobo. Mentira.
Nuestro protagonista decide salir ya mismo de esa habitación. No quiere estar solo. Por suerte paró de llover, nuestro pensativo protagonista se dirige al centro, a ver gente, a algo, a no estar ahí encerrado. Llega al pozo donde el deslave. No se puede detener, no puede pensar en lo que está pensando. Algunas lágrimas llenan sus ojos. Mientras busca en la oscura noche el mejor lugar para cruzar, una viejita del otro lado le dice que vaya hacia allá y le señala unos troncos que pusieron a un costado, simulando un puente, lo cruza y va hacia las luces de la plaza. Esa frase lo persigue. Se seca las lágrimas. No hay mucha gente en la calle, pero ya no se siente tan solo. No está solo. Sabe que está ahí porque quiere y le gusta. Pero justo ahí, en ese momento, no tiene a nadie para conversar de ello, nadie para abrazar.
Nuestro protagonista anda atormentado por pensamientos oscuros, camina alrededor de la plaza viendo la gente feliz, en familia cenando, entre amigos riendo.
Nuestro protagonista anda cabizbajo, está por completar la vuelta a la plaza cuando escucha una palabra mágica, o dos: “salchipapas?”.
Una cholita dentro de un carrito blanco ofrece a nuestro protagonista “salchipapas, hamburguesa al pan, pollo, o también salchichas o papas”.
En 3 pasos y unos pesos bolivianos, nuestro protagonista está feliz nuevamente, comiendo y conversando de la tormenta, de lo lindo de Bolivia, de su país y de muchas cosas más. Averiguando de que hay para recorrer en ese hermoso valle, así al día siguiente parte temprano, todavía le queda mucho por hacer.
La vuelta es más segura y tranquila, ya se abrió un poco el cielo y la luna ilumina todo el valle y el camino. Solo un chancho asusta repentinamente con su gruñido a nuestro repuesto protagonista.
A la mañana siguiente, bien temprano, sale nuestro aventurero solitario en busca del lago en la cueva de los murciélagos. Los 8 kilómetros de caminata que lo separan desde su cama al lago en la cueva, los hace de taquito. La vista en el camino es preciosa, al caminar por el borde se oye el río abajo que ruje al chocar con las piedras y si se arrima a la montaña dice oír las raíces moverse debajo de la tierra. La gente en el camino lo saluda, claro que algunos perros le ladran y hasta algún auto que va hacia el otro pueblo le ofrece llevarle, pero nuestro protagonista prefiere caminar y disfrutar del camino.
Llega a la cueva, y unas casas a la entrada ofician de boletería. Nuestro protagonista de pedo había llevado dinero. El problema es que no hay nadie y la entrada tiene un candado. Algunos gritos de “eeeeee”, “ñaroool”, “hoolaaaa!!!”, “que pass sooooo!”, no tienen respuesta. Pero nuestro aventurero no se rinde así nomás. No hizo tanto camino para que un candadito lo detenga, no señor. Nuestro protagonista, decide trepar la reja, se ve fácil.
Sube una pata, agarra con su mano un fierro, lo tantea para ver si lo aguanta y sube la otra pata. Solo tiene que pasar por arriba, sentarse en el borde y saltar hacia dentro. En cuanto se apresta a saltar escucha el ruido de unas pisadas, gira y salta hacia afuera. Su camiseta, enganchada en un clavito, queda abierta toda al costado. Pero cae justo a tiempo para cuando llega la cholita que venía a abrir la puerta. Lo disimula haciendo unos pasos de baile y tarareando una canción.
“Hacen algo los murciélagos?” pregunta nuestro unmiedoso viajero. “Caca” le contesta la cholita y larga una carcajada, a lo que nuestro protagonista, con su camiseta toda rota al costado, responde con su inconfundible risa “jajaja”. Si, estuvo bueno.
La entrada a la cueva es abierta, pero luego de unos metros comienza a cerrarse y hay que caminar por un tramo agachado. El camino está guiado por lamparitas.
Algunos murciélagos sobrevuelan la rubia cabellera de nuestro protagonista. Se pone nervioso. Sí un poco asustado. Es que es humano y a veces se asusta. Sabe que no puede hacer ruido porque sino crearía una avalancha de murciélagos chupa sangre. Comienza el camino angosto y bajo. Nuestro protagonista, que tiene buen físico, debe agacharse. Los primeros metros los pasa bien, pero la botella con agua que llevaba en su mochila cae al piso y hace tal ruido que unos murciélagos salen despavoridos. Nuestro protagonista está todo erizado, con todos los sentidos alertas, le revolotean por los costados, algún “aaahh!” grita. Llega al interior de la cueva y ahí el lago. Un hermoso y transparentísimo lago dentro de la cueva. Es precioso, húmedo, caluroso y con murciélagos volando por ahí. Nuestro protagonista camina más confiado.
Se aleja un poco de la entrada y decide darse un baño. El agua está preciosa, súper transparente, súper calma y a la temperatura ideal. Nuestro protagonista tira una piedrita al agua y las ondas llegan a todas las paredes de la cueva. La piedrita baja danzando hasta el fondo. El mariconazo de nuestro protagonista quisiera ser piedrita en ese momento.
Lentamente se adentra en el lago. Algunos curiosos murciélagos revolotean varios metros sobre el. Nuestro protagonista está feliz, bañándose en un agua purísima dentro de una cueva como la de Gollum. Monstros y animales raros vienen a su mente. El se encuentra en el medio del lago, que está en el interior de una cueva, donde hay leyendas de incas dejando oro escondido y de españoles que murieron en el intento de encontrarlo, donde hay lugares de la cueva que no se conocen, y que, desde donde se encuentra nuestro protagonista, con las sombras de las rocas y la profundidad del lago, se pueden imaginar muchas cosas. En el momento en que nuestro protagonista decide no hacer caso a sus miedos y seguir disfrutando de los placeres que la naturaleza le estaba ofreciendo la cholita de la entrada la apaga las luces para que se apure a salir.
El cagazo de nuestro protagonista llegó en 1 segundo al 100%.
Y la salida fue mucho más rápida que la entrada.
A la vuelta un simple dedo lo lleva de nuevo al pueblo en pocos minutos.
Esa tarde recorrió todo el pueblito y jugó con niños a la pelota, comió cosas ricas y recordó la frase de aquella película. Que sencillo que era llevarlo a cabo.
A la mañana siguiente partió temprano, tanto porque iban a cortar los viajes a La Paz durante los próximos días por mejoras en los caminos y tanto más porque ese pueblo le había dado mucho más de lo que había ido a buscar.

Ya en la capital, nuestro protagonista se encuentra parado en una esquina, no contento de estar allí, no se siente parte de las grandes ciudades, no le gustan las grandes urbes, se pierde. Es que en las grandes ciudades más solo se siente. Nuestro personaje se fue dando cuenta que cuanto mejor la pasó cuando estuvo viajando acompañado que cuando estuvo solo, de los hermosos lugares que visitó y de lo bien que se sintió con gentes compartiendo esos momentos, de los buenos amigos que se hizo viajando y de toda la gente que fue conociendo, de todo lo hermoso que le esperaba en su país, de los hermosos momentos que vivió y todo lo que le quedaba por conocer.

La felicidad es verdadera cuando se comparte, cuanto de verdad y cuan sencillo.

Un taxista frena delante de el y le pregunta “Coroico?”. Nuestro protagonista había escuchado de ese otro pueblito, Coroico, dicen que es tan o más mágico que aquel del cual acababa de llegar.

Ese mismo taxi lo llevó a otra esquina, desde donde salían las combis para Coroico. Era la primera combi del día. Era ideal. Nuestro protagonista iba feliz, venía de un lugar hermoso y se iba a otro. Paga el ticket, deja la mochila y pensando en esas cosas, se sienta en el asiento de atrás de la vacía combi.

Un dulce y raro “hola” lo trae a la realidad. En el asiento delantero una chica sonriente que lo saludaba.”Hola” responde nuestro protagonista.La combi saldría 5 minutos más tarde, el tiempo que usaron para conversar un poco.”De donde sos?” preguntó el, “de Alaska” contestó dulcemente ella.
Nuestro protagonista sonrió.

 

2 thoughts on “into the wild

  1. Tati, sabias que eras medio temeroso pero no tanto.
    Saliste a los Daglio,s.
    Que linda forma de llegar a Alaska.
    Te faltan las fotos del Bulo!!!!
    Un beso enorme.

    AP.Roberto

  2. Exceletisimo Tat.
    Lamento que la calidad de las empanadas haya ido bajando. Abrazo y gracias por seguir escribiendo.

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