into the wild

Lo que viene a continuación es el relato de cómo nuestro personaje se encontró a sí mismo y a las respuestas de la vida en un mágico lugar de las yungas bolivianas, y de cómo suceden ciertas cosas que parecen puestas por alguien (o algo) que nos muestra el camino a seguir.

Ya satisfecho de La Paz, habiendo descubierto la belleza de la altura, habiendo disfrutado de la amistad regalada y momentánea de unos paceños alegres, nuestro personaje despertó ese día sabiendo que su próximo destino sería Sorata, un pequeño pueblito en las montañas, un paraíso en las yungas, a la altura de las nubes, rodeado de naturaleza y de paz.

La calle desde donde salían las combis a Sorata se encuentra vacía y los pocos comercios que tienen letreros de venta de pasajes están cerrados. Unas personas le dicen que ahí, en esa esquina, es donde parten dichas combis. Ellos también van hacia Sorata.

Son las 8 de la mañana y nuestro personaje tiene sueño y seguramente hambre.

Tres son las personas que esperan la combi junto a el: un cholito que solo habla aymara, de unos 60 años y movimientos pausados, masticando hojas de coca, sentado en el escalón de una casa; un yungo (de la yungas?) vestido de cowboy boliviano pero con el sombrero puesto de tal manera que le queda toda la frente libre y hace su cara más graciosa de lo que sería con el sombrero bien puesto; una chica, de unos veintitantos, recién llegada de España, que hace más de 4 años que se fue de Bolivia.
Esta chica está contenta de volver a su país, dice que encuentra mucho más linda y más segura la ciudad (llegó hace 1 hora en avión y se acababa de bajar del taxi), le muestra sus bolsos y su chaqueta nueva (comprada en Sara la semana anterior en unas rebajas) al cholito y al yungo. Habla todo el tiempo de allá. Pregunta a cuanto está el euro “porque allá pagan en euros” y hace cuentas al aire. El cholito y el yungo miran al aire siguiendo esos números. Nuestro protagonista le hace las cuentas rápidas de cuantos euros sería el costo del viaje en combi hasta su pueblo natal. “Es que allá pagan en euros” contesta ella con una sonrisa. El cholito y el yungo afirman con la cabeza.

Pasan los minutos, largos minutos y ninguna combi llega. Parece que no es normal esperar tanto por estas combis. Algo de huelga dicen por ahí, que no salen hoy las combis también se repite. Nuestro protagonista espera recostado contra la pared de una casa. Al rato viene una combi casi repleta de gente y el chofer avisa que tiene solo un lugar, que sale ya porque unos manifestantes cortaron la ruta y no sabe si va a poder pasar. La gente se pone nerviosa, hay comentarios y gestos. Todos saben que cuando por algún motivo manifestantes deciden cortar las rutas es por una razón fuerte y no dejan pasar a nadie, a nadie dije.
Y siempre algún herido hay, alguna pedrada a las combis o “hasta las han incendiado” dice una viejita. La chica que llegó hace 1 hora y 52 minutos desde el país donde pagan en euros se sube de inmediato y le da sus bolsos de animalprint al yungo para que se los alcance al que está en el techo de la combi esperando para atar con cuerdas el equipaje de todos. Nuestro protagonista acepta sin chistar, ella hace 4 años que no ve a su familia.
Bolsas con verduras, arpilleras, unos cajones de madera, un forraje y 2 llantas, más un hermoso bolso de leopardo sobre la combi partieron ese día a las 8.55 hacia Sorata, sin saber si llegarían a destino.

Nuestro personaje mira al yungo buscando una respuesta, éste mira al cholito, el cholito no mira a nuestro personaje. Mascando unas hojas de coca dice unas palabras en aymará. El yungo le responde. El cholito le confirma lo que el yungo había preguntado. El yungo baja la cabeza y piensa. Nuestro personaje no entiende nada.

Veinte minutos después el yungo le pregunta a nuestro personaje si va a Sorata. Nuestro personaje, tan inteligente, piensa que era clarísimo que iba a Sorata, si estaba con unas mochilas esperando en la esquina desde donde salen las combis a Sorata, que otra cosa podría estar haciendo ahí?. También se da cuenta de que solo dijo “1,5 euros” en la última hora. Nuestro personaje tiene sueño. Nuestro personaje no es tan inteligente. Nuestro personaje no habla mucho en las mañanas. Nuestro personaje le responde que si.

El yungo habla con el cholito, el cholito masca unas hojas de coca, piensa un rato y le contesta pausadamente. El yungo rápidamente le hace otra pregunta. El cholito mascando sus hojas de coca cierra los ojos y asiente con la cabeza, como si se estuviera por dormir. Nuestro personaje piensa en la paz que tiene ese paceño. En la tranquilidad de sus movimientos y la sabiduría de sus palabras que no entiende. El yungo rápidamente le pregunta a nuestro protagonista si pagaría 60 bs. (el doble) para ir a Sorata. Nuestro protagonista le contesta con una pregunta que no responde su pregunta: “por?”. El yungo le explica que no van a salir combis hoy, que es peligroso porque cortaron la ruta, que nadie se va a arriesgar. Nuestro protagonista piensa que tampoco es tanto el dinero, que hace 2 horas que está esperando una combi que sale cada 20 minutos y que no quiere estar en La Paz otro día, le dice que hasta 50 bs. paga. El yungo le cuenta al cholito y éste, pausadamente gira su cabeza hacia nuestro protagonista, lo mira sin mostrar expresión alguna. Nuestro protagonista dice “winus tivas” (vocablos aymaras para decir “buenos días”), el cholito sonríe y saluda con un “winus tivas” y otras cosas más. El yungo sonríe mirando de un lado a otro al cholito y a nuestro personaje, toma su celular y hace una llamada. A los pocos minutos llega una combi vacía, el conductor baja y saluda al yungo. Hablan algo que nuestro protagonista no logra descifrar qué es. Los dos lo miran y éste los saluda levantando la mano. De la vereda de enfrente vienen unos jóvenes, hombres y mujeres. Todos se ponen a discutir (en una buena) y algunos suben sus bolsos a la combi.
Nuestro protagonista no se puede quedar atrás. Pregunta si salen a Sorata y uno le confirma, le alcanza su mochila más grande a uno que arriba del techo estaba y se queda paradito al lado de la puerta con un pie dentro. Los demás siguen discutiendo. Nuestro protagonista no se mete. Todos contentos comienzan a subir a la combi, uno cruza a comprar unas empanadas y a nuestro protagonista se la hace agua la boca, su estomago cruje pidiendo eso que tiene aquel pibe, pero no se puede arriesgar a perder un asiento hacia Sorata.
El chofer empieza a cobrar y le pide 60 bs. a nuestro hambriento protagonista, éste mirando al yungo le dice que no, que paga 50 bs. (no era momento para negociar), el yungo le dice algo al chofer en aymara y éste sonriendo, como viendo que casi pasa, le cobra a nuestro joven aventurero los 50 bs. acordados y pagados por todos.

La combi comienza su marcha, ya hacían 3 horas que nuestro protagonista esperaba una de las combis que van a Sorata y que desde esa esquina, todos los días del año, salen cada 20 minutos.

El chofer dice de tomar una ruta alternativa para esquivar el corte, pero que no la conoce bien, que necesitaría un guía para que le diga por dónde tomar. Nuestro gracioso protagonista dice “yo conozco una”, el silencio es total por más que todo alrededor son bocinas y autos andando, el tiempo se detiene demasiado y todos los ojos que había en esa combi se dirigen a nuestro personaje, ” no mentira” dice con una sonrisa esperando la carcajada generalizada. Nadie dice nada, todos siguen mirándolo y eso en una combi llena de gente es demasiado incómodo. El chofer mira seriamente al yungo y arranca.
Casi que la primer hora del camino es en línea recta y cada 20 minutos, el yungo (de copiloto) atendía o llamaba por teléfono, averiguando por el corte de rutas. Nos detenemos en una bifurcación de la ruta, otra combi está ahí detenida, es la del bolso de leopardo. Todos se bajan para hacer sus necesidades en el camino y nuestro protagonista, que es de personalidad vulnerable, decide hacer lo mismo.
Subimos todos a la combi y arrancamos, vamos a seguir de igual manera por la ruta cortada, parece ser que están dejando pasar, hay que correr el riesgo. La combi con el bolso de leopardo se quedó en esa bifurcación del camino.

Llegando a la entrada de un pueblito el chofer aminora la marcha y el yungo hace una llamada, contento le dice al chofer que puede pasar y mira hacia atrás (al resto de los tripulantes) con una sonrisa en la cara, como esperando un “hurra!”, pero nadie dice nada.
Al costado de la ruta unos campesinos, cholos y cholitas, con palas, rastrillos y algunos palos están en círculo deliberando algo. Nosotros seguimos de largo.
Algunos duermen durante el viaje, nuestro protagonista no. Está incómodo porque el asiento es duro y sus rodillas tocan el asiento del conductor, por eso las mantiene recogidas. Tampoco se queda tranquilo en estas rutas y con estos choferes, por eso siempre viaja despierto, como si de algo sirviera.
Ya subiendo por las montañas, de curvas y más curvas, por caminos que dejaron de ser de pavimento y pasaron a ser de tierra, de la sequedad del paisaje a las paredes de vegetación verde, nuestro protagonista comienza a disfrutar del paisaje. Sí un poco asustado por el camino, ya que comienza a llover y de un lado del camino está la montaña y del otro una caída de 500 metros. Tan alto viaja que pasan por sobre las nubes; la vista es hermosa, debajo hay un río de gran caudal que corre por todo lo bajo del valle, del otro lado más montañas y algunos pueblitos que componen una preciosa vista. Nuestro protagonista, inspirado por tanta belleza, piensa en la poesía que escribirá cuando narre sus aventuras por las yungas bolivianas.

La lluvia cada vez es más fuerte y la campera de nuestro joven poeta está en su mochila, en el techo de la combi. Al llegar al pueblito, al precioso pueblito, la lluvia se convirtió en tormenta y donde se detiene la combi no hay techo alguno para que nuestro aventurero se proteja. Antes de bajar pregunta por el hostal de Petra, no se acuerda del nombre, pero si se lo dicen está seguro que lo reconocerá. Nadie conoce a Petra. Baja y en 4 movimientos toma la mochila grande, la abre, saca la campera y se la pone, necesita de 2 movimientos más para cerrarla y cargarla en su espalda para comenzar a caminar el diluviado nuevo destino.
Las primeras 2 personas que se cruza y a las cuales les pregunta sobre el hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque, no lo conocen. Sí la tercera, por eso como dice el dicho, dos por tres llueve. Lo poco que ve del pueblo le gusta, es algo colonial, en el medio de la montaña, a un lado el valle y el río y rodeado por montañas. Nuestro personaje, que muy mojado está, sonriente va. Sigue las indicaciones hacia el hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque, es todo en bajada y al cruzarse con algunas gentes del pueblo, él saluda muy alegremente. Es que el lugar es precioso, es tranquilo, hay naturaleza todo alrededor, es como a él le gustan los lugares.
Al parecer hace días que llueve y el camino de tierra se quebró, justo el que nuestro protagonista tenía que usar, pero nada lo detiene a nuestro osado aventurero y estudiando el paisaje ve que a la izquierda del gran agujero que dejó el camino roto, hay un caminito, mojado y peligroso, pero para algún turista, no para este decidido chico. Pone sus pies sobre la bajadita y al inclinarse hacia delante, los 25 kilos de mochila que tiene le hacen perder el equilibrio y nuestro protagonista baja los siguientes 5 metros de barroso camino cómodamente sentado. Llega abajo, se incorpora y se congratula de su agilidad. Ahora está en el medio del pozo, en el fondo del pozo y tiene que subir una pared barrosa para estar del otro lado del camino y llegar al hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque. Hace dos, tres, cinco intentos de subir, pero no lo logra, hay mucho barro y su pesada carga hacen todo aún más difícil. Se agarra de una raíz e intenta subir, nada. Busca la manera de dejar su mochila ahí atarla con su cuerda de explorador, subir trepando, luego subir la mochila y seguir camino. Piensa en que tampoco puede volver por donde bajó porque le va a pasar lo mismo. Duda, piensa. En eso escucha unas risitas, levanta su cabeza y en el camino, unas niñitas debajo de un paraguas lo miran riéndose. Le dicen que unos pasos más abajo hay unas piedras puestas en la pared del pozo, nuestro protagonista como buen caballero agradece dedicándoles una reverencia.
Al primer intento logra subir y sigue su camino. Mojado y embarrado baja continuando las instrucciones de la señora para llegar al hostal de Petra, el cual no se acuerda del nombre pero sabe que si le dicen el nombre él lo va a reconocer al toque.
Nuestro protagonista se alegra de que llueva tanto porque puede ir pisando los charcos sin problema y el barro que llevaba se fue limpiando.
Al llegar al hostal, golpea sus manos aplaudiendo y sale una señora, ningún rasgo de boliviana, debe ser ella piensa. “Petra?” pregunta nuestro protagonista, “si” contesta ella.
“Me parecía…” dicen nuestro poeta y pasa el umbral de la puerta. Se presenta y pregunta por una habitación libre, por el precio y por qué el perro y el gato no se peleaban y dormían tranquilamente uno recostado contra el otro. Hablan un poco de la lluvia y del corte de la ruta, el protagonista le cuenta que su hermano, junto con su compañera, le mandaban saludos y que le habían hablado muy bien de Sorata y de su hostal, ella respondió con agradecimientos y saludos, pero nuestro protagonista no consiguió mejor precio, solo sonrisas y algún cuento más, sirve de igual manera. Luego de que le mojara toda la sala, nuestro protagonista se dirige a su cuarto, le toca la habitación “quarzo”, la que mejor vista tiene. Al entrar, las ventanas con vista hacia el valle y la cama grande lo hacen sentir 1gr. más feliz.
Deja sus mojadas mochilas en el piso, saca toda su ropa y las cuelga por donde pueda. Toma la toalla y baja. “La ducha?” pregunta a Petra, “no… con el deslave se rompieron los caños… no hay agua caliente”. Sube a su habitación y revisa su bolsa de alimentos, está todo mojado, no se puede rescatar nada. Las frutas sí, pero este personaje no come frutas los días de lluvia. Baja y pregunta para comer algo ahí, le responde que a esa hora ya cerró la cocina.
Nuestro personaje decide matar dos pájaros de un tiro. Salir a buscar comida y bañarse en el camino. Así que en calzoncillos, chancletas y jabón en mano salió corriendo a un kiosquito que a dos cuadras había. La cholita que allí había miró a nuestro enjabonado protagonista y le dio lo que éste pidió. En realidad lo que había: 4 “empanadas”, un paquete de papas chips caseras, 2 litros de jugo multifrutal y multidulce, un paquete de galletitas y 10 chicles. El kiosquito ya cerraba, porque con la lluvia se habían suspendido las clases.
Nuestro protagonista volvía a su habitación muy contento, limpio y con comida.
Ya acostado en la blanca y gran cama, miraba por la ventana como la lluvia caía por todo el valle, se preguntaba cómo algo tan lindo, a veces, podía ser algo tan triste. No había opción alguna de que parara de llover, ni de que este chico se moviera de la cama, la vista era preciosa y él estaba cansado y hacía mucho que no se recostaba en una cama tan cómoda. Nuestro protagonista se percató que desde que había salido era su primer día en el que estaba solo y que no podía salir a pasear, de que estaba en las montañas bolivianas solo. Así que se dispuso a descansar, mirar alguna película y comer, seguramente dormir una siesta con la hermosa lluvia cayendo armoniosamente sobre la vegetación de las montañas. Comenzó a comer sus “empanadas” que no eran más que un pedazo de masa con algo dentro, le agregó a una de ellas unas papas chips para darle sabor, no mejoro mucho. El jugo era demasiado dulce y artificial. Le dio más sed. Las galletitas dulces eran dulces también, y luego de unos tragos del jugo no necesitaba más dulzura. Así que se resigno a comer masa con papas chips y algunos tragos de azúcar coloreada.
Solo hay dos cosas que ponen mal a nuestro protagonista, de todos los males en el mundo, solo hay dos cosas que le cambian el día. Una de ellas es que se despierte de la siesta de mal manera, con ruidos o algo así, la otra es que compre algo de comer y que no sea rico.
Una de ellas acababa de suceder.
Nuestro protagonista decide ver una película y dejarse llevar, por las magias de Morfeo, al descanso merecido del aventurero.
Entregado al sueño un trueno lo despierta abruptamente, un ruido tremendo que hizo temblar todo alrededor, que si no fuera por la lluvia y la luz que ilumino todo el anochecido cielo, nuestro protagonista podría haber pensado que se trataba de una bomba brasilera dentro de un tacho de basura.
La otra cosa que pone mal a nuestro protagonista acababa de suceder.
Nuestro protagonista ahora tiene taquicardia, se despertó nervioso, soñaba con algo que no recuerda qué es, pero que lo dejó pensando. No está muy tranquilo.
Da vueltas en la cama mientras piensa en todo el universo, en los días previos, en las semanas previas, en el mes que pasó y en ese año, en los anteriores y en los que vienen. En todo lo que quería hacer y en todo lo que estaba haciendo. Varios pensamientos pasaron por su turbulenta cabeza. No estaba llegando a buen puerto, no señor. Decide salir de la habitación. Baja y no encuentra a nadie. Afuera llueve mucho más. Se sienta en un sofá a leer su libro. Ese capítulo no está bueno, es más, es bastante triste. Habla de una nostalgia que nuestro nostálgico protagonista siente como propia. No quiere dejar correr a su cabeza, decide ponerse a ver una película para distraerse.
De las varias que en su computadora tenía elige una, “into the wild”.

– (si no la vieron no sigan leyendo hasta nuevo aviso)

Trata de un chico, que al recibirse, decide dejar todo lo que lo rodeaba, cansado y peleado con la sociedad, el dinero, el trabajo, las presiones, las gentes, e ir a vivir de la naturaleza, solo el y la naturaleza. Vivir de lo que pueda hacer. Va rumbo a Alaska, lo más salvaje y natural del territorio gringo. Cruza todo el país pasando por varias aventuras, conociendo mucha gente en el camino, haciéndose de amigos por todos lados, viviendo una vida que no había vivido. Pero su meta final era llegar a Alaska y vivir en la naturaleza. Llega, encuentra un ómnibus viejo y lo usa como lugar para vivir, aprende a cazar, a pescar, arma mejor su casa, se la arma para el, a su gusto. Descubre lo hermoso de la naturaleza, de la paz, de la soledad, de la tranquilidad, de conocerse a sí mismo, de encontrarse, de gustarse, de valerse. Llega un momento en el que decide salir un poco de ahí, salir a visitar a unos amigos, tal vez volver a casa. Pero no puede salir, el río creció y queda atrapado. Vuelve a su ómnibus y pasa los días ahí, esperando para poder volver, pero ya no puede, no por ahora. Comienza a quedarse sin alimentos y al comer una planta loca se envenena. Ya sabe que no tiene salida, que se muere en breves.
Ya viendo su final cerca y pensando en toda su vida, en los últimos meses, en los años anteriores, escribe una frase como despedida en su mesa: “La felicidad sólo es real cuando es compartida“.
Se muere después de poner las comillas.

Nuestro protagonista, atrapado en esa casa, en las montañas de Bolivia, bajo la tormenta cerrada que azota la noche, piensa en la película que acaba de ver y en esa frase final. Piensa en todo, lo que parece ser un buen rato son solo unos segundos, piensa y piensa, recorre sus recuerdos.
Comienzan los créditos finales de la película y aparece una foto de la persona que realmente hizo eso, fue una historia verídica, días después encontraron el cuerpo del pibe en el ómnibus abrazado a un oso de peluche.
A nuestro personaje le llega aún más esta historia. Qué buena película piensa.

-(pueden volver a leer)

Y se casa con un lobo. Mentira.
Nuestro protagonista decide salir ya mismo de esa habitación. No quiere estar solo. Por suerte paró de llover, nuestro pensativo protagonista se dirige al centro, a ver gente, a algo, a no estar ahí encerrado. Llega al pozo donde el deslave. No se puede detener, no puede pensar en lo que está pensando. Algunas lágrimas llenan sus ojos. Mientras busca en la oscura noche el mejor lugar para cruzar, una viejita del otro lado le dice que vaya hacia allá y le señala unos troncos que pusieron a un costado, simulando un puente, lo cruza y va hacia las luces de la plaza. Esa frase lo persigue. Se seca las lágrimas. No hay mucha gente en la calle, pero ya no se siente tan solo. No está solo. Sabe que está ahí porque quiere y le gusta. Pero justo ahí, en ese momento, no tiene a nadie para conversar de ello, nadie para abrazar.
Nuestro protagonista anda atormentado por pensamientos oscuros, camina alrededor de la plaza viendo la gente feliz, en familia cenando, entre amigos riendo.
Nuestro protagonista anda cabizbajo, está por completar la vuelta a la plaza cuando escucha una palabra mágica, o dos: “salchipapas?”.
Una cholita dentro de un carrito blanco ofrece a nuestro protagonista “salchipapas, hamburguesa al pan, pollo, o también salchichas o papas”.
En 3 pasos y unos pesos bolivianos, nuestro protagonista está feliz nuevamente, comiendo y conversando de la tormenta, de lo lindo de Bolivia, de su país y de muchas cosas más. Averiguando de que hay para recorrer en ese hermoso valle, así al día siguiente parte temprano, todavía le queda mucho por hacer.
La vuelta es más segura y tranquila, ya se abrió un poco el cielo y la luna ilumina todo el valle y el camino. Solo un chancho asusta repentinamente con su gruñido a nuestro repuesto protagonista.
A la mañana siguiente, bien temprano, sale nuestro aventurero solitario en busca del lago en la cueva de los murciélagos. Los 8 kilómetros de caminata que lo separan desde su cama al lago en la cueva, los hace de taquito. La vista en el camino es preciosa, al caminar por el borde se oye el río abajo que ruje al chocar con las piedras y si se arrima a la montaña dice oír las raíces moverse debajo de la tierra. La gente en el camino lo saluda, claro que algunos perros le ladran y hasta algún auto que va hacia el otro pueblo le ofrece llevarle, pero nuestro protagonista prefiere caminar y disfrutar del camino.
Llega a la cueva, y unas casas a la entrada ofician de boletería. Nuestro protagonista de pedo había llevado dinero. El problema es que no hay nadie y la entrada tiene un candado. Algunos gritos de “eeeeee”, “ñaroool”, “hoolaaaa!!!”, “que pass sooooo!”, no tienen respuesta. Pero nuestro aventurero no se rinde así nomás. No hizo tanto camino para que un candadito lo detenga, no señor. Nuestro protagonista, decide trepar la reja, se ve fácil.
Sube una pata, agarra con su mano un fierro, lo tantea para ver si lo aguanta y sube la otra pata. Solo tiene que pasar por arriba, sentarse en el borde y saltar hacia dentro. En cuanto se apresta a saltar escucha el ruido de unas pisadas, gira y salta hacia afuera. Su camiseta, enganchada en un clavito, queda abierta toda al costado. Pero cae justo a tiempo para cuando llega la cholita que venía a abrir la puerta. Lo disimula haciendo unos pasos de baile y tarareando una canción.
“Hacen algo los murciélagos?” pregunta nuestro unmiedoso viajero. “Caca” le contesta la cholita y larga una carcajada, a lo que nuestro protagonista, con su camiseta toda rota al costado, responde con su inconfundible risa “jajaja”. Si, estuvo bueno.
La entrada a la cueva es abierta, pero luego de unos metros comienza a cerrarse y hay que caminar por un tramo agachado. El camino está guiado por lamparitas.
Algunos murciélagos sobrevuelan la rubia cabellera de nuestro protagonista. Se pone nervioso. Sí un poco asustado. Es que es humano y a veces se asusta. Sabe que no puede hacer ruido porque sino crearía una avalancha de murciélagos chupa sangre. Comienza el camino angosto y bajo. Nuestro protagonista, que tiene buen físico, debe agacharse. Los primeros metros los pasa bien, pero la botella con agua que llevaba en su mochila cae al piso y hace tal ruido que unos murciélagos salen despavoridos. Nuestro protagonista está todo erizado, con todos los sentidos alertas, le revolotean por los costados, algún “aaahh!” grita. Llega al interior de la cueva y ahí el lago. Un hermoso y transparentísimo lago dentro de la cueva. Es precioso, húmedo, caluroso y con murciélagos volando por ahí. Nuestro protagonista camina más confiado.
Se aleja un poco de la entrada y decide darse un baño. El agua está preciosa, súper transparente, súper calma y a la temperatura ideal. Nuestro protagonista tira una piedrita al agua y las ondas llegan a todas las paredes de la cueva. La piedrita baja danzando hasta el fondo. El mariconazo de nuestro protagonista quisiera ser piedrita en ese momento.
Lentamente se adentra en el lago. Algunos curiosos murciélagos revolotean varios metros sobre el. Nuestro protagonista está feliz, bañándose en un agua purísima dentro de una cueva como la de Gollum. Monstros y animales raros vienen a su mente. El se encuentra en el medio del lago, que está en el interior de una cueva, donde hay leyendas de incas dejando oro escondido y de españoles que murieron en el intento de encontrarlo, donde hay lugares de la cueva que no se conocen, y que, desde donde se encuentra nuestro protagonista, con las sombras de las rocas y la profundidad del lago, se pueden imaginar muchas cosas. En el momento en que nuestro protagonista decide no hacer caso a sus miedos y seguir disfrutando de los placeres que la naturaleza le estaba ofreciendo la cholita de la entrada la apaga las luces para que se apure a salir.
El cagazo de nuestro protagonista llegó en 1 segundo al 100%.
Y la salida fue mucho más rápida que la entrada.
A la vuelta un simple dedo lo lleva de nuevo al pueblo en pocos minutos.
Esa tarde recorrió todo el pueblito y jugó con niños a la pelota, comió cosas ricas y recordó la frase de aquella película. Que sencillo que era llevarlo a cabo.
A la mañana siguiente partió temprano, tanto porque iban a cortar los viajes a La Paz durante los próximos días por mejoras en los caminos y tanto más porque ese pueblo le había dado mucho más de lo que había ido a buscar.

Ya en la capital, nuestro protagonista se encuentra parado en una esquina, no contento de estar allí, no se siente parte de las grandes ciudades, no le gustan las grandes urbes, se pierde. Es que en las grandes ciudades más solo se siente. Nuestro personaje se fue dando cuenta que cuanto mejor la pasó cuando estuvo viajando acompañado que cuando estuvo solo, de los hermosos lugares que visitó y de lo bien que se sintió con gentes compartiendo esos momentos, de los buenos amigos que se hizo viajando y de toda la gente que fue conociendo, de todo lo hermoso que le esperaba en su país, de los hermosos momentos que vivió y todo lo que le quedaba por conocer.

La felicidad es verdadera cuando se comparte, cuanto de verdad y cuan sencillo.

Un taxista frena delante de el y le pregunta “Coroico?”. Nuestro protagonista había escuchado de ese otro pueblito, Coroico, dicen que es tan o más mágico que aquel del cual acababa de llegar.

Ese mismo taxi lo llevó a otra esquina, desde donde salían las combis para Coroico. Era la primera combi del día. Era ideal. Nuestro protagonista iba feliz, venía de un lugar hermoso y se iba a otro. Paga el ticket, deja la mochila y pensando en esas cosas, se sienta en el asiento de atrás de la vacía combi.

Un dulce y raro “hola” lo trae a la realidad. En el asiento delantero una chica sonriente que lo saludaba.”Hola” responde nuestro protagonista.La combi saldría 5 minutos más tarde, el tiempo que usaron para conversar un poco.”De donde sos?” preguntó el, “de Alaska” contestó dulcemente ella.
Nuestro protagonista sonrió.

 

un domingo cualquiera

Tuve muchos viajes malos. Por comprar el más barato, por ir a lugares un poco escondidos, por tener las piernas más largas que los que hicieron los ómnibus, por llegar tarde a comprar el boleto y por otras tantas razones.
Estos 720 minutos de viaje fueron malos por mi culpa, negligencia mía, por hacerme el capito, por creerme que a los 4500 m.s.n.m. a la noche no hace frio.
Pero igual sigue siendo peor el del viaje en tren por 18 horas, que fui  parado con miles de chinos en el mismo vagón, con frío, calor, olores, hambre, sueño, cigarros, chinos, ruidos, luces, gente, todo lo malo de los viajes, todo lo que podía pasar, pasó, en un solo viaje.

Este viajecito fue malo, bien incómodo. Hacía calor en Sucre, igual me puse un pantalón (no el verde) y las botas que no me entraban en la mochila. Mi asiento/ventanilla y el de al lado vacío, así que contento. Me siento, me acomodo y me duermo a los pocos minutos, tengo muchas horas para dormir y en el asiento doble voy de fiesta. Unas horas más tarde llegamos a Potosí, paramos y se sube un montón de gente, todos con ganas de sentarse en el asiento libre al lado del mío, pero yo haciéndome el dormido y ocupando lo más que pueda los dos asientos. Hasta yo me lo creo y me duermo un ratito hasta que un señor me toca el hombro, “ese es mi asiento”, ta que lo pario… me corro y me pongo en el mío, ventanilla por supuesto.

Comienza la peligrosa marcha nuevamente, como casi siempre hasta ahí, rutas malas, entre las montañas, con mucho tráfico (incluso en la madrugada) y todos que manejan como se les antoja. Veo que todos tienen sus mantas y camperotas e incluso gorros, y yo no, de camisetita nomás. El frío hace rato que anda en la vuelta, ya casi no lo puedo soportar, todos duermen calentitos y tranquilos, yo no. Me cruzo de brazos, bien apretadito y a intentar dormir un rato más. Me despierto muchas veces entre los zarandeos y el frío que no lo puedo dominar. Todo el resto duerme feliz. Hasta ganas de mear me vienen. Me aguanto. A eso de la una de la mañana paramos en un pueblito a cenar. Ya no doy más del frío. Ya puse mis brazos dentro de la camiseta y los crucé. Tengo mucho frío. ¿Le pido al guarda que me abra la compuerta llena de bolsos, para que yo tome mi mochila que fue la primera en poner (abajo del todo) para sacar un bucito?, mi experiencia con guardas mala onda me dice que me van a putiar y no me van a dar nada, o si me lo dan es con mala onda, pero algún cachetazo me llevo. Entre que pienso me bajo del ómnibus y entro al barcito, dentro una plancha con hamburguesas esperando… “como, luego existo”, es el inicio de todo.
Otro comensal, también compañero de ómnibus, se me arrima y comenzamos a hablar, claro que me pregunta si soy de córdoba o mendoza, “no loco, soy uruguayo”. Hablamos de lo lindo de su país y de lo que no tiene el mío, me da su número de celular para que lo llame esa noche para ir al concierto aniversario de los Karjkas, como los Beatles de Bolivia, que me consigue entrada y bla, bla, bla, buena onda pero tremendo baraja. El chofer toca bocina y todos para dentro. Cuando estoy sentado me doy cuenta que sigo vestido igual, sin abrigo, sin haber ido al baño y entre la comida y la conversa me olvidé de hablar con el guarda, le pregunto al señor sentado a mi lado si tiene un buzo de sobra (cualquiera..), me mira y ya no era necesario la respuesta, “pregúntale al guarda para sacar de su bolso”, me dice lo más obvio del mundo. El coche ya está por arrancar, me bajo rápido y le golpeo la ventanita al guarda, porque este ómnibus tiene dos pisos y de arriba no se comunica con la cabina. Me abre la ventanita y le digo que me estoy muriendo de frío, que por mi ventana entra tremendo chiflete y que la calefacción no funciona, que me estoy por enfermar y tengo que cuidar mi garganta porque al día siguiente tengo una audición para una banda de pop-rock-latino. Se mira con el chofer y acceden. Sacan 15 bolsos hasta llegar a mi mochila, claro que lo que necesito esta debajo de toda la ropa que no necesito. Agarro un buzo, gorro y la botella de agua de emergencia.
Subo contento, ahora si me puedo dormir tranquilo. La gente me mira mal, es que hice demorar 10 minutos más al ómnibus, alguna madre me entiende.
Ya en viaje, bien abrigadito, una hamburguesa más gordo y con el agua de emergencia  en mi estómago, la vejiga me empieza a avisar que hay que descargarla. Estoy a pasitos del baño, pero el ómnibus se mueve tanto  o más que el Samba. Me embola un cacho ir al baño, así que pienso en cosas lindas mientras miro las estrellas del cielo e intento dormirme. El continuo zarandeo del ómnibus no hace otra cosa más que darme más ganas de ir rápido al baño.

Me levanto y voy hacia el toilette, cierro la puerta y tranco, se prende la luz. El baño hiede salado. El cartel de la puerta que dice “solo para orinar” fue ignorado por varios. Las paredes están todas húmedas o mojadas, mojadito el piso, cosas flotando en el WC, un chijete marrón al costado, un asco, el débil ventiladorcito del baño solo hace que el olor se sienta más, levanto la tabla con el pie,  me apresto a orinar cuando el ómnibus agarra un buen pozo que hace que la luz del baño se apague. Abro la puerta y la vuelvo a trancar, pero no se prende la luz, lo hago de nuevo y nada. Siempre que llegas al baño, con muchas ganas de hacer algo, es como que todo se afloja, ya el cuerpo sabe que si te seguís aguantando es porque estas de vivo, así que el orín quiere salir ya. No veo nada y el ómnibus se sigue moviendo. En el pozo también se cerro la tapa del WC, tiro unas pataditas para ver donde está y la subo de nuevo. Ese es mi máximo aporte.
Pasó lo que tenía que pasar. Meé, meé todo, ya no me aguantaba más y meé, como si nunca hubiese meado. Meé al compás de los pozos y de las movidas hacia los costados. Meé como Dios manda. Cada tanto oía que le embocaba al aguita del WC, pero fueron pocas veces.  Al momento de la sacudida final se prende la luz y veo el nuevo baño, todo mojado, todo meado. Lo siento mucho, al alivio de vaciar la vejiga.

Me despierto ya amaneciendo. El paisaje es árido. Algunas casitas a los costados de la ruta. Todo es plano hasta el horizonte donde están las montañas. “Ya estamos por llegar” me dice sonriente mi veterano compañero de asiento, hacía rato que me quería hablar, cada vez que me despertaba me miraba como para decirme algo, hablarme del clima, de fútbol, de mujeres, de los osos polares, de si sabía qué iba a pasar en la próxima temporada de Lost, pero no le di bola, a veces en los ómnibus no me dan ganas de hablar, estas muy cerca de la gente y más si el viaje es largo.
Las casas se empiezan a repetir cada vez más y más, el tráfico empeora, estamos en los accesos ya. El sol sale por detrás de las montañas y el cielo tiene algunas nubes. Entramos a La Paz por El Alto. No es el barrio más lindo de La Paz, pero sí el más poblado y más peligroso. Luego de un peaje el ómnibus toma una curva y comienza el descenso. Ahora entiendo por qué del altiplano. Estábamos a 4mil y pico de altura, en una planicie, todo plano y las montañas del horizonte aún más altas. La Paz ahí abajo, en un valle seco, en un pozo enorme lleno de casas, la vista es impresionante. El sol saliendo por las montañas, algunas nubes y toda la ciudad que va despertando. Este valle es enorme y todo está lleno de casas y casas y más casas. Me gusta la vista, pero me abruma un poco la dimensión, no me gustan las ciudades grandes, me pierdo, prefiero la tranquilidad de un pueblito, de una playa, de poder hablar con gente calma, pero estoy entrando a La Paz, que de eso no tiene nada.

Me bajo y entro a la terminal. Ahí sentada estaba la chica gringa de la hamburguesa de Sucre, me había olvidado de ella. “Buen día”, “hola”, “si más bien”, “vamos?” y arrancamos en busca de un hostal barato, lindo, bien ubicado y barato. Tengo un nombre, “El viajero” o “El carretero”?, son dos diferentes o es el mismo?, uno me lo pasó mi hermano, otro un argentino que conocí, no me acuerdo cuál es cuál. Le digo al taxista y me lleva a “El viajero”. Son las 7 de la matina y ya la calles están llenas de gente, autos, combis, bocinas y más autos. Entramos, arreglamos precio y a dormir un poco antes de salir a recorrer la ciudad. La ducha después. Nuestro cuarto da a la calle y a todos sus ruidos. El sueño que llevamos los silencia y directo a la cama.

Al despertar, directo a la ducha, para sacar la modorra y quedar pronto para empezar un nuevo día.
Mapa en mano salimos a caminar por ahí, a dar vueltas buscando algo para desayunar. Tres cuadras después nos perdimos, es que la ciudad es en bajada, no hay calles paralelas y estamos a 4100 m.a.s.n.m., excusa perfecta para todo. Comenzamos a caminar para allá y para acá, siempre esquivando las subidas, entonces fue fácil perderse, no es como el cuento de la vaca, acá la subida es muy diferente a la bajada. Las bajadas se llevan todas las estrellas, después se vé como se sube.
Paseamos por las ferias donde venden de todos los alimentos que necesite un ser humano y un león. La calle de las cholitas y la calle de los brujos. En la de las cholitas está todo lo que una cholita necesite para ser cholita, las polleras de colores, los gorritos, los saquitos y hasta las trenzas. En la calle de los brujos todo lo que de brujería se trate, menos los gatos negros, las escobas voladoras y las uñas de dragón, pero todo el resto lo podes conseguir ahí.
A las horas de andar por ahí, caminando, perdiéndonos, probando comidas típicas, sin rumbo cierto y habiendo dejado de lado el mapa, llegamos a una peatonal, linda y con peatones en ella, decidimos ir en una dirección y no en la otra, de repente llegamos a la Plaza Murillo, “oh Murillo!”,diría varías veces. Y ahí estaba, mi punto de partida y centro de ubicación direccional a partir de ese momento. Como el sol para Copérnico, como uno mismo para los ególatras, el culo para Freud, los animales para Brigite Bardot, Willy para el niño de “Liberen a Willy”, la Plaza Murillo (muriio) sería el centro de mi universo paceño. De ahí hacia todos lados me se mover como cuchara en la sopa.
Ya tranquilo y viendo todas las miles de combis que pasan alrededor, palomas, cholitas, niños, turistas y turistas y más palomas nos quedamos un rato ahí, mirando, sentados, haciéndole así con la mano a las palomas (como si tuviera una miguita) para ver si se acercan y descansando de la altura y la caminata.
En eso un grupo de 20 niñitos de uniforme escolar vienen hacia nosotros, se paran a nuestro frente y nos empiezan a cantar a viva voz: “welcome tourist!,welcome to La Paz!, welcome tourist!, bienvenidos turistas!”, todos con tremenda sonrisa en sus caritas, el profesor de inglés contentazo al lado de ellos mirándonos fijamente y nosotros con la sonrisa encajada y la coloradés inevitable del momento y de los cientos de ojos que se dirigieron hacia la turista a mi lado y yo.
Pero bueno, era el día del turista y la chica gringa de la hamburguesa de Sucre es tremenda turista, ta bien, que le canten. Nosotros agradecimos y aplaudimos el canto.

No sé cuantos días me voy a quedar en La Paz, porque pasó esto: yo tenía en un disco extraíble, chiquito y negrito (guasque), toda mi vida informática, mi respaldo, algunas cosas que no les incumbe saber, y otras cosas muy importantes que solo las tenía ahí y las iba a necesitar.
En Potosí, hacía 1 semana, le había prestado ese disquito precioso a mi compañero de viaje “el will” para que backapee unas cosas. Todo bien, soy buena gente y el karate que aprendí de chico me hicieron una mejor persona. La mañana de la partida, haciendo la mochila, no encontre ese disco, se lo había prestado al will y le pregunto por él. “i gave it to you before …” es su segura respuesta, me hace dudar, lo dijo tan seguro y en un inglés tan perfecto que no debe ser mentira. Lo busco, saco todo de nuevo y reviso todos los bolsillos, nada. “bo will, vos no me givmi nada, toy seguro”, le digo titubeando,  pero el will no aprecia mi duda. Se queda pensando y me dice que capaz lo dejo en la recepción (donde había interné grati), vamos, preguntamos y nada, nadie lo vió. Mando enseguida un mail a mis señores padres, madres, tutores, para que me tengan preparado una copia de toda la información clasificada que tenía ahí, mi reel, mi oso de peluche y esas cosas que tenía en el disquito precioso. Ya tenía la dirección de anita (y de la tía de anita) en La Paz para que me manden milanesas y refuerzos para seguir de viaje, así que también les pedí que agregaran eso. Busqué, busqué y busqué, nada. El will me pide perdón, que lo siente mucho y que me lo paga, “no el will, dont worry…” le digo mientras lo recontra puteo dentro de mi misma persona.
Mochila al hombro, la otra en la mano y la caramacoke en la otra, pronto para partir, una última mirada por los rincones y debajo de la cama, con la débil esperanza de que por ahí estuviese mi disquito precioso, nada. Levanto las sábanas, doy vuelta el colchón, nada. Agarro la almohada, para ver si debajo estaba y noto algo duro dentro de ella, el bichito de Quiroga?, le doy unos golpes y la pongo boca abajo para que caiga, de entre las plumas cae mi disquito precioso, alegría en mí y alivio en el will “i remember now… i put it in your pillow…jeje”. Y si, ahora todo es gracioso.

Así que tenía un paquete que se demoraba 20 días en llegar desde Montevideo a La Paz vía paloma mensajera y no tenía fecha certera de cuando sería. A que viene todo esto? A lo mismo del inicio, que no me gustan las ciudades grandes y La Paz no estaba siendo la excepción. Y mi próximo destino deseado estaba al norte y no quería  ir para volver para luego volver a volver. No era buen plan. Así que me quedé en La Paz. Ese día fue más de reconocimiento del terreno y de los sonidos y sabores paceños.

El día está lindo y escuché por ahí que va a llover en los días siguientes, así que arreglamos con la chica gringa de la hamburguesa en Sucre para ir al mirador Tupac Amaru en El Alto para ver desde ahí arriba la belleza de La Paz, a ver si a la distancia me gusta, como todo. Para ir, tomarnos una combi, una de las miles que hay, por todas las calles y en todas las direcciones, haciendo los que les de la gana, pero como norma única de tocar mucha bocina y que tengan un cabeza gritando los destinos por los que va a pasar, raro?, si, al principio si, pero a veces sirve, después me dijo Anita que es por el alto porcentaje de analfabetos que no saben leer el destino al frente de la camioneta, buena idea entonces. Algunos los cantan, otros los corean, otros los nombran, serían como el de la feria de Franzini: “naranja, banana, manzana!” o el heladero del parque: “cazata, bacito, bombonelado, conaprolelado!”. Bueno, nosotros nos tomamos el que iba a El Alto, ya no me acuerdo el destino, pero nos bajamos en el destino, donde todas las camionetas se detienen. Ya está por irse el sol y no es un lindo lugar para andar turisteando. Pregunto por el mirador, en mi máximo boliviano para no parecer argentino y nos mandan por una calle, la calle de los brujos, ahí si que hacen de todo, te curan de lo que necesites, hasta de quebraduras, sordera, mal humor, gases, egoísmo, de todo lo que necesites, ahí te matan una llama y te ponen su sangre en la cabeza y ya está, unas palabras para la pachamama y mi amigo el inti y ta, todo solucionado.

Dos cuadras más tarde y en silencio para no agitar el avispero llegamos a un mirador, pero estaba cerrado ya y toda la gente de alrededor no seguía con la mirada. “Vámonos” , le digo a la chica gringa de la hamburguesa de Sucre, nos vamos. Los brujos nos ven pasar nuevamente y nuevamente nosotros saludamos con sonrisa, no sea que nos hagan un mal de ojo o mal de altura. Seguimos caminando y caminando hasta llegar a la avenida que baja hacia la ciudad, nos da tranquilidad un muñeco, de tamaño natural, colgado del cuello y con un cartel en el pecho que reza: “En El Alto no se roba, al que encontremos lo linchamos”, clarísimo. Igual no da tanta tranquilidad la seguridad por manos propias, pero supongo que deben haber necesitado llegar a ese punto. Más adelante, en una curva, sacamos nuestras cámaras y rápidamente tomamos unas fotos de la enorme La Paz, casi infinita ciudad que ocupa cuanto lugar haya en el valle que dejan las montañas y a lo lejos, mirándonos con su cabeza blanca, el Huayna Potosí, la vedette de las montañas altas para escaladores con poca experiencia. Es que con solo 6.088 m.a.s.n.m. es el más fácil de los más altos, una papita.
Guardamos las cámaras y enseguida a tomarnos una camionetita. “Plaza muriiio?”, pregunto a la primera que nos frena, “no, pero te dejamos en la catedral”, claro que subimos, nos queda a pocas cuadras.
Bien apretaditos bajamos los 30 minutos de curvas y frenadas de golpe. Al llegar nos vamos al otro hostal, a “El Carretero”, para verlo y de ser lindo, bonito y más barato nos mudamos al día siguiente. No me gusta mucho hacerlo, porque una vez que llego a un lugar y me saco la mochila es un alivio tremendo y no quiero andar de vuelta buscando y perder el tiempo en ello, pero el hostal en el que estábamos, no estaba bueno, “El carretero” era más barato y a parte, al día siguiente venía una amiga gringa de la chica gringa de la hamburguesa de Sucre y querían estar juntas, todo perfecto, casi ideal, porque la chica gringa de la hamburguesa de Sucre era aburrida.

Mi primer día en La Paz pasó como quién no quiere la cosa, caminando y riéndome de mis chistes que la chica gringa de la hamburguesa de Sucre no entendía, viendo las miles de cosas que venden en los cientos de mercados que hay en todas partes y confirmando lo que me dijo una boliviana: “acá no tenemos salida al mar, pero somos todos piratas”, y si ellos lo dicen quién soy yo para desmentirlo?.

A la mañana siguiente mudanza de hostal. Elijo el dormitorio con otras 8 camas, solo una ocupada y 5 bs más barata. Entro y una habitación horrible, fea, toda graffiteada y escrito en la paredes, comida de hace días en una mesa, todas las camas destendidas, cosas en el piso de madera que cruje a cada paso, agujeros en el techo y olor a cigarro. La cama parece estar bien y como no hay mochila cerca me quedo, ya no me quiero mudar, una noche o dos y me voy.

Salgo a caminar por ahí, a recorrer las calles que no conozco, a pasar por otras ferias, a mirar la cantidad de cholitas que hay por todos lados, todas robustas, todas madres, todas de cara recia, todas trabajando, y los hombres?, los hombres manejan las combis, los hombres deben estar mirando el fúvol, no se… no hay muchos hombres trabajando. Me siento en un barcito a comer unas empanaditas, comida al paso mientras me apronto para la tarde, se me sienta un señor en la misma mesa, frente a mi. Se pide unas empanaditas y empieza a comer. A los pocos minutos estamos conversando de Argentina y de Uruguay, de lo lindo de su país y de lo que no tiene el mío. “Te gustan las fiestas?”, me pregunta, me descoloca, que querra saber?, viejo degenerado? O viejo buena onda?. “eehh… si?”, mi respuesta dudosa. ” A usted?”, no! para que le pregunto?. “Porque hoy hay fiesta en Cota Cota, en la tarde”, me dice y yo afirmo con la cabeza intentando adivinar el tipo de fiesta al que me está invitando. Como mi salteña mientras pienso y pienso, no puede ser que el veterano este me esté invitando a una fiesta loca, debe ser otra cosa, tengo que preguntarle. “De que tipo de fiesta estamos hablando?”, me mira por sobre los lentes, “música, bailes, van a haber comparsas desfilando…”, “ah, claro,si, yo quería ir si..”, termina su empanada y se retira. Repito el nombre del barrio varias veces para no olvidármelo, termino mis empanadas y me voy a pasear por ahí. A la tarde llego al hostal y pregunto por el nombre de ese lugar para saber cómo ir, me acordaba que era algo que se repetía, dos palabras “tota tota”, “poca poca”, “tico tico”, “sopa sopa”, nada, nadie lo conoce… “hay fiesta hoy de tarde ahí..”, “Cota Cota!” me dicen el recepcionista y José “el acomodador”. “Si claro, como decía, Cota Cota”. Tengo como 40 minutos de viaje, y si hay algo que me sobra es tiempo, así que hacia el fin de La Paz me voy. Me tomo la combi que me dijeron y me siento, algunos hombres dentro están de traje y trompeta en mano, algunas cholitas en sus mejores trajes, más coloridos y de buenas telas, hay felicidad en el ómnibus. No sé donde bajarme, pero con todos estos no puedo fallar. El ómnibus agarra para abajo, todo para abajo, varios kilómetros para abajo. Se sigue subiendo gente con cervezas y trajes de colores, algunos maquillados y con plumas. Llegamos a un lugar donde el ómnibus no tiene más paso, miro hacia adelante y un montón de gente ocupando la calle, mucho ruido, trompetas, platillos y bombos, algunos cuetes disparan. Me bajo y me mezclo entre la felicidad de la gente. Todos con trajes de lentejuelas, caretas, colores, cervezas, papelitos plateados, trompetas y platillos sonando a libre albedrio, como música gitana, alegre pero desordenada, todos sonríen y bailan, saco algunas fotos, mucho borracho feliz que quiere aparecer en ellas. Hay jóvenes, viejos, hombres, mujeres y niños, todos con sus comparsas coloridas esperando para salir. La felicidad se contagia enseguida. Ya me gusta La Paz. Metros más adelante la calle esta despejada para que desfilen las comparsas y la gente al costado en las veredas. No se paga, es gratis, no hay concurso (creo), es por amor al desfile y la fiesta, por amor a la cerveza.
Pasan varias comparsas, todas parecidas y todas distintas, todas con su música desordenada pero música feliz. El público invita a los participantes con cervezas, el que ve el ofrecimiento deja de tocar su trompeta y se arrima a la vereda, toma una cerveza y sigue tocando. Todos hacen lo mismo, es muy divertido, hay mucho borracho feliz por la vuelta. Pasan las comparsas separadas en cholitas bailando en trajes de gala, los niños disfrazados de toreros, los hombres disfrazados de diablos y de toros saltarines, los trompetistas y los saxofonistas, junto con los de los bombos y platillos, haciendo ruidos al final. Todo es alegría, dentro y fuera, de afuera hacia dentro y de dentro para todos lados. La gente feliz y yo también. Es un carnaval precioso.
Horas más tarde, y antes que anochezca pego la vuelta. Hay mucha cerveza y borracho en la vuelta, estoy lejos de casa, ya al final de La Paz, cerca de las montañas de abajo y mejor me voy antes que los miles de paceños decidan volverse también.

Sonrisa en mí por largo rato. Llego al hostal feliz y me encuentro con mis compañeros de cuarto, un argentino y un italiano. Me cuentan de su plan para el día siguiente, escalar las montañas y caminar por ellas hasta Coroico, son 2 días de puro caminar entre montañas, valles, paisajes preciosos, acampar en las Yungas y llegar a Coroico. Un excelente plan, pero yo no tengo nada para eso, ni carpa, ni sobre, ni cuerdas, ni victorinox, ni nada, si muchas ganas, pero no hay tiempo para averiguar cómo sumarme, es tarde. Suena alucinante y fácil. Tienen mapas y consejos de otros viajeros, tienen carpas, sobres de dormir, colchones, buenas botas, ollas, fuegos, todo. Yo no tengo nada de eso. Me quedo con las ganas. Ellos se acuestan temprano ya que a las 4am salen de aventura. Yo no, me voy a consolar por ahí con la preciosa tarde que tuve y con algún pollo frito con papas fritas.

En la interné me encuentro que Tara (the australian girl) está en La Paz, me pasa su hostal y hacia ahí voy.  Se abre el cielo y caen baldes de lluvia, mucha lluvia en segundos, inesperada. Pienso en los pibes que se aprontaban con muchas ganas para salir esa madrugada, creo en tener tiempo si cancelan el viaje para sumarme, ya veré.
Llego al hostel de los gringos, un mundo diferente, Londres en La Paz. El portero boliviano me abre en inglés, la recepcionista irlandesa me saluda en irlandés, todo es europeo ahí dentro, está hecho por ellos y para ellos, en realidad es un hostal precioso, lojoso, pero poco boliviano, para que ir a un lugar donde no hay nada auténtico del país?. Pregunto por Tara y me dicen que la espere en el pub; si, en el piso de arriba tienen un pub. Subo y el pub inglés, con escenario y pool, lleno de gringos, como no había visto en mis dos días en la ciudad. Solo se habla inglés. Me resigno a jugar su juego por un ratito. Pido las cervezas en inglés, saludo en inglés, bailo en uruguayo, tomo como uruguayo. Todos los empleados del hostal, los que los clientes ven, son mochileros que se van quedando con poco dinero (poco para ellos) y deciden quedarse unas semanitas trabajando en el hostal de los gringos. El lugar está bueno, claro que si, pero choca con lo que hay afuera, no es de ahí. Chocan los que está dentro que no saben nada de español, chocan que ni siquiera sepan algo de los países de los costados, chocan que solo busquen sus lugares comunes, chocan que no sepan relacionarse con gente diferente a ellos, con “los locales” como ellos los llaman … bueno, a mi me chocan.
Viene Tara, besos y abrazos. Siempre es bueno encontrarse con gente conocida, de esos amigos con los que compartiste cosas, entre tanta gente nueva y con tantos desconocidos, siempre una cara conocida es buena de ver. Pasamos rato contándonos de nuestros pasados días y de nuestros futuros planes, del mundito ese del hostal y de todo lo hermoso que pasa afuera. Me invita a salir con todos sus amigos gringos, no gracias, “I don´t speak english”, se ríe.
Quedamos de vernos al día siguiente e ir a la lucha libre de cholitas con sus friends, suena divertido, pero quiero volver al Cota Cota a ver como sigue la fiesta el domingo, si llego voy.

Me levanto temprano para ir la feria de El Alto, si en las calles podía encontrar todo lo que necesitase, en la feria de El Alto iba a conseguir todo eso, para mí, para vos y para todos los demás, a parte de un monto de cosas que no iba a necesitar nunca y todavía mucho más.
La feria con las dimensiones de la ciudad y de la cantidad de gente que por ahí vive, enorme, como una gran Pajas Blancas, la del Parque y Tristán Narvaja juntas y multiplicadas por cada calle que por ahí cruzaba, aprovechando el piso para tirar un trapito y ofrecer lo que se pueda para vender. No compro nada, solo unas empanaditas para no perder la costumbre.
Vuelvo al centro, entro a las iglesias llenas de feligreses escuchando atentamente a su predicador de turno. Paseo por algún museo y alguna exposición de fotos. Es domingo y toda la gente está en las calles. Hay algún desfile escolar por ahí, otros que llevan una virgen en andas. Turistas por todos lados. Puestos de venta callejero en cada calle, en cada esquina. Combis gritando destinos. Bocinas. Altura. Gente. Subidas. Necesito un plato de comida, tengo que prepararme para la tarde, es que en realidad estoy nervioso, ansioso por lo que me voy a encontrar en Cota Cota.
Antes de partir paso por el hostal y me encuentro con los escaladores que no lo fueron todavía. La noche anterior comieron un atún en mal estado y andan con tremenda diarrea y vómitos. Los invito a venir conmigo a Cota Cota, a la tremenda fiesta, a la alegría y felicidad de todos, a los sonidos desordenados. No se pueden ni mover, andan débiles, se los ve cansados, se van por el caño cada 5 segundos, me cuentan de su tristeza por tener que abandonar su aventura hasta que se recuperen. Coman arroz con quesito y en 2 días andan escalando montañas, les aconsejo y me voy apuradito a la fiesta.

Ya el ómnibus es diferente, no hay gente disfrazada ni de trompeta. A los 40 minutos de viaje empiezo a buscar algo conocido en el paisaje para saber donde bajarme. No encuentro nada, dudo en dos lugares, pero no me bajo. Sigo en la combi más de lo debido, no para donde había parado el día anterior, no hay fiesta en la calle. Sí veo algunas gentes de disfraces y cholitas de gala, pero van en otra dirección. La combi agarra una calle al costado de la avenida, yo no había andado por ahí antes. Supongo que dará una vuelta para entrar de lleno al estadio donde terminan las comparsas ese día, el domingo de la final.
Nada. La combi sigue y se empieza a alejar, más adelante están las montañas, me tengo que bajar ya, me estoy yendo al carajo.
Bajo y camino en la dirección opuesta a donde siguió la combi. Lindas caritas siguen mi caminar. Doblo y bajo, a mis espaldas las montañas, allá a lo lejos, adelante, la ciudad. Puedo estar perdido pero no creo estarlo, debe ser por ahí nomás, es temprano y puedo caminar mucho hasta encontrar el lugar de la fiesta. Llego a una avenida y todo después es en bajada, a mi me gustan las bajadas y en esa dirección arranco.  A lo lejos veo un escenario de espaldas y alguna gente, se escuchan las trompetas desordenadas y los platillos. Uruguay nomá!

No hay mucha gente, sí varios puestos de venta de cerveza y de comida, es un buen lugar para esperar. La gente a los costados de la calle, algunos de comparsas, sudorosos, cansados y alegres, como si acabaran de llegar. Vienen algunas cholitas desfilando, con poca onda, claro que cansadas, hace calor y todo el trayecto hasta ahí era en subida. Pregunto y me dicen que es el final, que esa era la última comparsa, que después van a tocar unas bandas de cumbia.  No soy cumbiamba, pero la alegría del día anterior no puede disolverse así nomás… algo tiene que pasar, tiene que haber un buen cierre. Me pongo entre la gente, a sacar alguna foto, a conversar.

Se me arriman unos hombres alegres, todos con el mismo traje, como si de una comparsa se tratara, me piden que les saque una foto. “eeehhh!!” gritan al unísono mientras disparo la cámara. “Son de una comparsa?” les pregunto. “No, somos amigos” me dice uno de ellos tambaleante. “Argentino?”, “no uruguayo”, “Uruguayo!” grita uno detrás de mí. Estos hombres alegres preguntan de todo, me invitan cervezas, me invitan a estar con ellos, ser parte de su fiesta, me cuentan que ellos son amigos y que se juntan a jugar a las cartas y en todas las salidas se visten igual mientras celebran  con cervezas. Me dicen que puedo ser su amigo y que me quede con ellos, que nos vamos a divertir, que me van a presentar a las cholitas más lindas de La Paz. Hay mucha cerveza y mucha alegría, todavía el sol está arriba y me quedo con ellos, riéndonos, conversando.

Son grandes personajes: el gordo que solo sabe chistes porno; el que me dijo paraguayo cada vez que se dirigía a mi, el que tenía la sonrisa encajada de tanta cerveza y no podía hablar, solo tambalearse; el que los filmaba todo el tiempo y me filmaba a mí; el que se sacó su bufanda (con el nombre de su grupo) y me la regalo; el que me decía charrúa; el que me preguntaba de las montañas de Uruguay y se rió cuando le conté de los 514mts de altura que tiene nuestro mayor cerro (se lo contó a todos a carcajadas); el que me agradecía por estar con ellos; el petiso que era marinero y había recorrido todo el mundo y conocía Uruguay; el que me hablaba en aymara de la borrachera que tenía; el que me daba consejos de cómo conquistar una cholita; el que me hablaba de Perñarol; el que me traía una cerveza nueva cada vez que terminaba la que estaba tomando; el que traía a gente de otra comparsa para presentarme; el que no podía creer que siendo menor que ellos midiera más; unos grandes personajes, borrachos felices.

Cada uno vino y me presentó a su cholita, borracha también, pero sentadita ahí al costado y los hombres todos bailando. Una fiesta increíble. Todos cantando. Todos borrachos. Todos bailando. Se fue acercando gente al baile. Me traían sus cholitas primas, me traían cervezas, me preguntaban lo mismo turnándose, me abrazaban y me agradecían por estar con ellos en su fiesta. Yo agradecido por dejarme ser parte de ella. Fue un domingo mágico. Iba en busca de un desfile final y me encontré con amigos borrachos, con mucha alegría y felicidad. Antes de que caiga el sol y con toda la cerveza que por ahí volaba decidí irme, la fiesta era de ellos. Me despidieron cantando mi nombre, me saludaron uno por uno con sus cholitas.
En el camino a la parada me crucé con muchos escenarios con otras bandas tocando, con muchas comparsas bailando, con muchos borrachos invitándome cerveza, acepté algunas por no ser mal educado. Me fui feliz, más que nada contento.

 

casi casi

En la escuela siempre fue que La Paz era la capital política y Sucre la capital económica, o al revés, o una de esas. Cuantas capitales tiene Bolivia? Dos, una es esto y la otra aquello.

Un 21 de setiembre llegué a la ciudad universitaria de Sucre, ese mismo día se celebraban varias cosas: el día del estudiante, el de los enamorados, el de la secretaria, el de la primavera, el de la paz mundial, que van 264 días del año, el cumpleaños de Bill Murray, de Stephen King, de Diego Capusotto, de Tab Ramos y del carreta, los 72 años de que JRR Tolkien escribió el Hobbit, los 188 años de la independencia de México, los 45 de Malta y los 28 de Belice; por esas variadas razones, la gente iba feliz por las calles, tirando cuetes, con ramos de flores en sus manos, con música en todas las esquinas, abrazados, tomando en todas las esquinas y con sonrisas por todos lados.

Claro que de todo eso nos enteramos al día siguiente. Pensamos, como le hicieron creer al Pompa Borges al llegar a Paris un 14 de julio, que eso era para nosotros.

Así que no podíamos ser ajenos ante tanta alegría y como me dijo Julio César, “véncelos o únete!”, para que vencerlos?, había tanta alegría por donde miraras que nos cambiamos y directo a los bares.

Luego de unas cuantas cervezas (la barata y fea Potosina) la mala cebada empieza a hacer efectos, aguanto y aguanto. La noche está divina, la gente baila lo que el discjockey egoísta pone, a nadie le importa su mal gusto, solo bailan y bailan. Mi estómago ya no aguanta más. Cuando decido salir corriendo hacia el baño veo una cara conocida, “Pascal!”, grito (de Pascal et Fabien), se da vuelta y viene hacia mi. Abrazos y unas cervezas más contándonos de los últimos días, que esto, que lo otro. El siguiente recuerdo lo tengo en el baño, pero no les debe interesar mucho.

Quedamos con mis amigos franceses de vernos a las 14.30 en la plaza mayor, punto de encuentro de todos los que por ahí pasan. Claro que llego tarde y no los encuentro, pero voy al bar de la noche siguiente y ahí los encuentro. Fabien, que ahora sabe 6 palabras en español, se levanta y tira su plato de comida al piso. Putea en francés y yo río, me río de janeiro, Pascal me traduce su puteada, no era necesario, no era para mí. Luego de un rato, me despido y salgo a la ciudad, aprovechando que el Will se quedó en el hostal o albergue, (era muy raro ese lugar). Camino todo hacia abajo, hacia los parques, preciosa ciudad, muy diferente a las anteriores, todas las casas del barrio antiguo mantienen su arquitectura y el color blanco, no pueden pintarlas de otro color, no señor.

El tráfico igual que en las otras ciudades, un caos. Sólo algunos policías y unos semáforos intentan ordenar las hordas de minibuses chinos, koreanos y japoneses que con el destino escrito en español recorren las calles llevando gentes hacia todos los puntos de la ciudad. Todos los vehículos que ya no se usan en esos países asíaticos, los compran en Bolivia, o se los dan a cambio de gases. Yo tengo gases. Ni los pintan, ni siquiera les cambian los nombres de las compañías, ni el “cómo manejo tel. 99828230045(en chino)”, sólo le cambian el destino y los pasajeros de adentro.

Llego al parque de las luces, donde el agua de las fuentes danzan al son de la música clásica. Es de día y hay viento, no hay luces y la música no se oye a menos que estés a 5 metros de la fuente, mojadura asegurada.

Me siento en un banco a disfrutar del baile y con la música que yo quiera. Tarareo el “que los cumplas feliz” y luego “el payaso plin-plin”, el agua parece funcionar para cualquiera de las dos canciones. Un señor de saco y pantalón, de un negro bien oscuro, camisa blanca sin corbata y de sombrero negro, lleva un maletín bajo el brazo, se sienta a mi lado sin mirarme.

Sr. (sin mover la boca y casi susurrando)- …es la misma canción…
Lo miro en silencio, sin entender mucho.
Sr.(sin mover la boca)- es la misma canción.
Me mira de reojo y me cabecea diciendo que sí.
Me quedo mirándolo fijo, serio (para imponer presencia).
TT- de que me habla?
El señor mira para ambos lados, como preocupado y levanta una de sus manos, como si se oliera un perfume que se acaba de probar en la muñeca y murmura unas palabras. Mira para ambos lados y me mira.
Sr. (sin mover la boca, pero como modulando con los ojos)- ES – LA – MISMA – CAN – CION.
Y abriendo más los ojos mueve su cabeza.
TT- si… puede ser. Tarareo un poco de cada una.
El señor me mira fijamente, extrañado.
TT (moviendo la cabeza hacia los costados y aplaudiendo a ritmo) – que los cumplas feliz, que los cumplas feliz… el payaso plin-plin, el payaso plin-plin… Si! tenés razón.
Sr.- (decepcionado) Es la misma canción…
TT- si loco, ya te dije que tenías razón.
El señor se tapa la cara con sus manos y empieza a llorar.
TT- no seas mariconcito, no llores.
Sr. (moqueando)- si te digo “Es la misma canción”, vos no tenés nada para responderme?, no hay unas palabras que me tengas que decir?
Pienso un rato, sigo tarareando las canciones, a ver si hay un jueguito de palabras, como el canto de las porristas “te pido la Pe” y a lo que todas responden “te doy la Pe!”, pienso y repaso pero no se me ocurre nada.
TT- no… vos? Si yo te digo: Es la misma canción, vos que me dirias?
Larga en llanto nuevamente y luego una risa se empieza a mezclar, ya más de locura.
Lo miro.
TT- si, es la misma canción.
Me mira de golpe, con los ojos desencajados y la risa que quedó en pausa.
Sr.- entonces sos vos! Hace 4 meses que vengo a este mismo banco y cada vez que alguien se sienta vengo y le digo la frase, esperando la contraseña y nadie la sabía! Sos vos!
TT- … yo soy yo si…
El señor nuevamente dice algo a su manga.
TT (me siento de costado mirándolo)- que soy?
El señor gira hacia mi y poniendo el maletín sobre el banco lo abre, muchos papeles tiene dentro, algunas fotos de personas entre público, en blanco y negro que no logro reconocer. Toma una y mirando hacia todos lados, buscando que nadie se entere, me la da.
Sr.- … me pidieron que igual la muestre la foto….y que usted sea discreto esta vez…
Miro la foto, está un poco borrosa, como una foto sacada en movimiento.  Hay un escenario improvisado y un señor de gorro raro con los brazos en alto hablando, gente mirando en esa dirección, es como si la hubieran sacado desde el público. No reconozco mucho al personaje.
TT- quién es el que está arriba?
El señor se queda mirándome sin entender mi pregunta. Vuelve su mirada a la foto y me mira. Me doy cuenta que debo saber quién es.
TT- … si, ya sé quién es, estaba jodiendo.
Lo digo para ganar tiempo mientras pienso.
TT- y como anda? (señalando al hombre de la foto)
Sr.- ni me diga… la gente cada vez lo quiere más.
TT (sonriendo)- que bueno…
El señor me mira de golpe.
TT- que bueno que tenga esta foto… yo ahora… andaba hace rato buscándola… muchas gracias señor.
Abro mi mochila y la meto para dentro.
TT- bueno, me voy yendo que tengo un laburito que hacer.
El señor me mira sorprendido, esboza una sonrisa.
Sr.- cuál es su próximo trabajo?, la misma agencia?
TT- … eeee… no, no es la misma…
Le doy la mano y me levanto. Me voy caminando en la misma dirección por la que vine. Miro para atrás y veo que el señor levanta su manga y habla algo, se levanta y sale corriendo en la otra dirección.
Espero que se vaya un poco más lejos y me siento en otro banco, bajo la sombra de un árbol, para mirar la foto que me dio.
La miro y miro, no reconozco bien quién es.
Pasa una cholita cerca y le grito, “mamita, mamita, venga por favor”, así le dicen a las cholitas, a veces, y sus hijos siempre.
Le muestro la foto y le pregunto quién es.
La mira y  me mira sonriente, “es el Evo!”, me deja la foto en mis manos y se va.
Miro la foto y si, lo reconozco clarito.

“Tató!” me gritan. Miro y Pascal et Fabien que vienen hacia mi con un paquete de galletitas recién abierto. Me invitan a seguir el paseo con ellos y sus galletitas, claro que acepto. Hago una pelota con la foto y la tiro en la papelera, desde una distancia que muchos errarían, yo también. Me acerco, agarro la pelota de papel y la deposito dentro. Salimos de recorrida por la ciudad, parlando francesse y españolo.

A la noche, ilusionados con la anterior fiesta, quedamos en encontrarnos en un barcito. Nada pasó. Sólo dos franceses, un australiano y un uruguayo salieron esa noche.

La mañana siguiente fue de excursión. A “las 7 cascaditas” nos fuimos. Unos cuantos kilómetros en las afueras de la ciudad, todo bajo mi guía porque claro, soy el que mejor españolo hablo. Primero bondi hasta el destino y de ahí caminar unos 5 kilómetros, me habían dicho. Llegamos a destino y nada, uno de los barrios de los accesos, cambia totalmente el paisaje, allá a lejos vemos las blancas cúpulas del centro, ahí todo es de ladrillo o adobe, la gente nos mira. Tres turistas de bermuda y cámara de fotos, más yo, caminando por esas calles, éramos un regalito. Paro un taxi y le pregunto por las cascaditas, yo me quiero ir de ahí, algo me huele mal y no soy yo, la gente nos mira raro. Todavía le peleo el precio, porque si, ta bien que me quiera ir de ese lugar, pero no pagando de más.

Llegamos a un buen precio y nos lleva hacia el camino a las cascadas. Fueron como 10 kilómetros de camino entre las montañas, con subidas y bajadas, tierra y calor. Por suerte algo me había olido feo, sino nos clavábamos caminando al rayo del sol como 2 horas.

Llegamos a un caminito de tierra que sale al costado de la ruta y ahí nos deja el taxista. “Hay mucha sequía”, nos advierte, “… las cascadas no deben tener agua!, jaja!”, sale derrapando y una ola de polvo nos cubre.

Nos miramos y comenzamos nuestro viaje hacia el río, caminando por las montañas. Vemos la primera cascadita, linda, de unos 2 metros con un chorrito de agua y un poquito de agua más abajo. Decidimos no bañarnos todavía, vamos a ver las otras y nos quedamos en la mejor. Llevamos provisiones para un picnic y cuchillos por si hay osos.

A los pocos metros ya estamos perdidos, no vemos el camino para subir la siguiente cascadita, nos separamos en dos equipos para encontrar el mejor camino, el de los otros era el correcto. Igual llegamos a la cima del cerro y seguíamos sin ver la bajada, teníamos la cascadita preciosa ahí abajo y no veíamos la manera de llegar. Los aguiluchos nos sobrevolaban. El calor ya era insoportable. Todos tenemos cortes en los brazos y piernas por los arbustos con espinas. La moral comienza  a bajar. Por el camino del río, a los lejos, divisamos que un grupo de gente viene. Los espiamos entre los arbustos para ver que camino toman, eligen el mismo que nosotros, pero a los pocos minutos ya están en la cascada. Y nosotros?, pasamos ese caminito y no lo vimos… le grito al guía y le hago señas con los brazos, para que me diga por dónde bajar. Me señala que por donde estamos está bien. Varios rasguños más y ramas en la cabeza y los bolsillos llegamos al río. Pero todavía estamos lejos de la cascadita, donde los otros turistas ya se están bañando.

Quedamos atascados de un lado del río, a pasitos nomás de la otra gente. Los franceses cruzan por unas rocas y agarrándose de la pared, el Will cruza por otro lado y el gordo tato se queda parado en una roca, en el medio del río. Viene el guía y me empieza a boquillar. Me dice que la semana pasada estuvo ahí mismo con unos uruguayos a lo que enseguida le pregunte si se acordaba de los nombres, es que nos conocemos todos. Pero a esos no los conocía. Me separa un salto de 2 metros, pero el pánico escénico me supera. Todos mirando cómo yo hago amagues para saltar y me quedo, no puedo hacerlo y menos cruzar por las paredes como hicieron estos pibes… Llevo mi mochila con la cámara y no quiero saltar y quedarme a mitad de camino, saltar lo salto, creo, pero el problema es la mochila con la cámara. Me dicen del otro lado que les tire la mochila y que después salte. No me animo, hago un revoleo y no la suelto, peor, casi se me cae al medio del río. Al segundo intento tiro mi mochila y la reciben del otro lado. Alivio. Ahora falto yo. “Cuento hasta 34, cierro los ojos y salto”, pienso pero no lo hago. Me saco los championes, los tiro hacia el otro lado, me remango la bermuda y cruzo caminando. Ya está.

La cascada tiene una altura de 4 metros y el laguito de abajo sólo 3 de ancho y otro tanto de profundidad, cosa que un golpe te podés llevar. A parte, el centro (donde hay que caer) es de 1,5 metros, a los costados la profundidad es aún menor. Mierda, llegar hasta ahí para nada. Quedamos todos en la orilla de la cascada mirando para abajo, viendo dónde hay que saltar y  otra cosa, después hay que subir una pared de piedra que no se ve muy fácil. Le preguntamos a uno de los otros turistas que ya se está secando, por el salto y por la posterior subida. Dice que el fondo está lleno de rocas y que no cree que sean 3 metros, pero lo peor es la subida, que es difícil. El guía se ríe y nos mira. Me sigue boquillando. Lo voy a cascar en cualquier momento.

Me retiro un poco a pensarlo, me saco la camiseta y corro unos 3 metros y salto. El estómago se me sube en milésimas de segundo y al poco tiempo aterrizo a lo soldadito en el lago. Pocos metros de profundidad tiene y el agua está helada. Toco el piso y me impulso hacia arriba, salgo bien rápido y me quedo en la orillita, orgulloso y tembloroso. Ahora me toca boquillarlos a los demás. Mientras ellos deciden quién salta primero, yo comienzo la difícil tarea de subir por la pared vertical de roca puntiaguda. Van saltando de a uno, yo sigo subiendo, raspándome las rodillas y mirando hacia abajo cómo las rocas me esperan ansiosas de una caída. Por suerte nada pasa y todos nos encontramos a los pocos minutos, sentados a orillas del río, comiendo nuestros refuerzos.

El guía me explica más o menos, cómo volvernos. Subir una difícil pared de rocas y luego caminar por la cima de la montaña y “después el camino es fácil”. Terminamos nuestro almuerzo y comenzamos la escalada. La primer parte la hacemos bien, yo voy tercero, el Will detrás de mí. Llegamos a una parte de la montaña donde hay un “caminito” de piedritas sueltas en la ladera de la montaña, que tiene una inclinación de 40º o algo así. El piso es de pedregullo y esa parte tiene como 2 o 3 metros de largo, no hay nada para agarrarse y hacia abajo solo un precipicio. El precipicio que termina en rocas puntiagudas muchos metros más abajo. Veo cómo los franceses lo cruzan sin problema. El Will viene un poco retrasado. Yo me quedo frenado ahí, dudando de hacerlo. Sino que hago?. Estudio el terreno, difícil. La vuelta sería peor y quedaría del otro lado del valle. Tengo miedo. Apoyo un pie y hago para delante y para atrás haciendo como un pozo. Pruebo poner mi peso sobre ese pie. No es muy confiable. Los franceses me dan ánimo del otro lado. Una raíz asoma por la pared de pedregullo. La agarro y lentamente voy depositando mi peso sobre mi pie. Unas piedrecitas se mueven. Me tiemblan las piernas pero no puedo pensar en otra cosa más que cruzar. Corro un poco mi pie de apoyo, quedando solo la punta del pie y acomodo la otra punta del pie. Peor, porque si se van las piedritas se me van los dos pies al mismo tiempo. Miro un poco hacia abajo y rápidamente imagino una caída. Nada lindo. Muchos pensamientos pasan por mi cabeza. Lo tengo que hacer.  Dejo mi segundo pie en el huequito y busco, estirando mi otro pie, un lugar seguro donde terminar de cruzar en dos largos pasos. Lo encuentro y sin dudarlo me balanceo hacia allí. Por fin cruzo. Me siento ahí nomás. Con piedritas que caen, pero ya con una ramita más firme y bien cerca. Me doy cuenta de la locura que hice y de lo que podría haber pasado. En eso veo que Will está detenido frente al mismo paso que yo. Su cara muestra preocupación y miedo. Le doy ánimo y le explico cómo cruzar. Le extiendo mi mano mientras me agarro de la ramita. Tomado de mi mano cruza rápidamente. Se sienta a mi lado y respira aliviado. Yo también. Que pasaba si Will, agarrado de mi mano, resbalaba?. Mejor no pensar y seguir caminando.

Llegamos a la cima y nos damos cuenta que seguimos perdidos. Vemos a lo lejos los techos de la ciudad y nosotros que caminamos en la otra dirección. A lo lejos unas casitas, propongo ir en esa dirección, de alguna manera esa gente sale de ahí.

Luego de 30 minutos caminando llegamos a una casita, perdida en la montaña. Un perro y un niño salen a nuestro encuentro. Le pregunto por Sucre, el niño no habla español, me lleva con su padre que sí habla mi mismo idioma. Bueno, lo habla más o menos. Me indica que después de aquel árbol hay un camino mejor que nos lleva al próximo pueblo.

La moral del equipo es baja. Unos proponen volver. Otros de seguir un poco más. Ya es tarde y en 1 hora empieza a oscurecer. Hace unos cuantos minutos que se nos terminó el agua. Llegamos al pueblito, pocas casas, poca gente en la calle y a los que les pregunto por Sucre me responden en aymara o quechua. Una nenita me señala una portera y me dice “camión”. Miramos y a lo lejos vemos una nube de polvo y luego un techito blanco que asoma. Salimos corriendo gritando y moviendo los brazos. El camión frena y nos lleva por Bs.5 los 40 kilómetros que nos separan de la ciudad. Que alivio. Cómo nos alejamos tanto?

A la mañana siguiente, de nuestro último día en Sucre, decidimos ir a ver las huellas de los dinosaurios. Una fábrica de cemento, a escasos 3 kilómetros del centro, estaba explotando una cantera cuando de repente cayó toda una pared de la montaña descubriendo muchas huellas de dinosaurios, en todas las direcciones, caminando en parejas, en familias, herbívoros, carnívoros, de todo. Hacia ahí fuimos con el Will. Una pared inmensa descansa a 10 metros de un mirador dentro de un parque temático. Un aburrimiento tremendo la explicación de la guía, que es necesario pagarla para poder ver esas pisadas que hace miles de años dejaron unos bichos enormes que andaban por ahí buscando agua.
La fábrica ésta sigue explotando la cantera y con sus explosiones, la pared esa se ha ido quebrando y cayendo algunas partes. Nadie hace nada. Es una cantera rica.

A la tarde nos vamos, nos separamos con mi amigo el australiano que no habla español. Del que quise huir tantas veces y del buen amigo que encontré. Yo me voy en busca de La Paz y el, hacia la Santa Cruz.

19.30 estoy en la terminal de ómnibus, tengo 20 minutos para comer algo y subirme a mi coche. Busco en la terminal y nada rico. Huelo una fritura y salgo a la calle en busca de ella. Unos carritos en la vereda de enfrente me chistan cada vez que una hamburguesa cae sobre la plancha.

Parado mirando cómo ésta cholita dominaba con tanta agilidad la espátula sobre la plancha se acerca una chica gringa, se para frente a la plancha y sin titubear pide, en un español raro, una hamburguesa completa. Hermosa actitud. Pido lo mismo. Ella va a La Paz también, pero en otro coche. Nos vemos allá y buscamos dónde quedarnos. Bien. Cambié al Will por una holandesa.

España en Potosí

El ómnibus frena y todos empiezan a bajar como locos. Espero sentadito hasta que el último se retire, yo estaba al final, agarro mi mochila y bajo.

La terminal queda en un lugar medio feo, son las 2am y pasan camionetas tirando cuetes, esa noche ganó el Real Potosí  y la gente está de fiesta.

Me quedo con mis mochilas esperando que el ómnibus se retire para averiguar cómo irme a un hostal barato y bueno. El coche comienza su marcha y del otro lado un taxi con los tres australianos esperando dentro. “Come on taté!”, grita Willl sacando su cabeza por la ventanilla.

Mi corta libertad se termina: opción 1, o soy mala onda y les digo que no voy con ellos, algún bolazo, que le tengo miedo a los taxis o que voy a lo de mis padres, o la opción 2, voy con ellos y disfruto de seguir compartiendo todo mi tiempo con nueva gente y hablando inglés everytime. Opción 2.

El hostal es precioso, casa colonial, con muchos cuartos y patios internos al estilo español. Comparto habitación con mi nuevo amigo australiano. Es tarde y lo mejor es dormir, estamos a 3800 m.s.n.m. y siempre es excusa y razón para tirarse un rato, todas las excusas que tengan a la altura son válidas y a parte,  hay que descansar para mañana poder pasear. Más importante aún, hay que levantarse temprano porque el desayuno está incluido.

Me despierto muy temprano, ya descansado y sin más sueño. Falta una hora para el desayuno, así que hago tiempo en la recepción averiguando qué hacer y hablando de fútbol y mujeres.

La comida más importante del día son dos panes, un poco de manteca (que alcanza solo para una de las mitades de ellos), otro tanto de mermelada, un café con leche y un feo jugo de naranja. Está incluida, así que a comer todito.

Se van levantando los australianos y vienen a mi mesa, a conversar, es muy temprano para falar inglés… se toman todo el tiempo del mundo para desayunar y leer su libro para saber qué hacer. A mi las patitas se me están moviendo hace rato, quiero salir ya!.

La parejita australiana, por arte de magia, deposita bajo mi responsabilidad el entretenimiento de mi nuevo amigo Will, ellos van a hacer otras cosas, así que bien, “Will, vas a aprender españolo conmigo”, le digo. “what?”, “eso, españolo…”, me mira y le cabeceo hacia afuera “let´s go”.

Potosí es preciosa, guarda el encanto y el orgullo de haber sido la ciudad más prospera del Siglo XVI; la pobre ciudad que financió el desarrollo de toda Europa, la rica y triste historia nos esperaban ahí afuera, en todas las calles.

El cerro rico está ahí arriba, enorme, cansado y enfermo de tantos agujeros, mirando todo de reojo, y debajo, la ciudad que vive y muere a sus pies, como desde hace 500 años.
El cerro rico ya no lo es. Es solo un doloroso sueño de miles de personas que siguen trabajando dentro, por pocos bolivianos, sacando algo de estaño, zinc y a veces, con mucha suerte, plata.  Poca plata.

Cuenta la leyenda que Huayna Pacac, un Inca medio capanga, venía hacia las aguas termales de la zona, a curarse de unos problemas en los huesos, cuando escuchó sobre este cerro y su inmensa riqueza. El Sumaj Orko se llamaba por esos tiempos, el cerro hermoso. En seguida, mandó a sus mineros a buscar piedras preciosas en su interior, para adornar los templos de Cuzco y ofrecer a los Dioses. Pero, ni bien empezaron a trabajar en el cerro, una voz cavernosa salío de entre la tierra y les dijo en quechua: “No es para ustedes, Dios reserva estas riquezas para los que vienen de más allá.” Los indios huyeron y el inca abandonó el cerro, sin antes cambiarle el nombre a Potjosí, que como ustedes no saben nada de quechua les digo que quiere decir “truena, revienta, hace explosión”, algo así.
El cerro no volvió a tocarse, todos le temían.
Varios años después, ya con los españoles en nuestras tierras, un indígena que andaba por el cerro, buscando una llama que se le había perdido de su rebaño, al llegar la noche no la encontró y decidió dormir en el cerro. Hizo un fueguito para mantener el calor y se durmió. Al despertarse tal fue la sorpresa que de la tierra, debajo del fuego, salía plata líquida, entones se puso como loco y dejó la llama ahí perdida, total, se podía comprar hasta un elefante si quería. El indio, se fue al bar a tomarse unas copas y celebrar con los chochuma, felicísimo de lo que había encontrado; pero se mamó y se fue de boca. No tardó mucho en que algún alcaguete le contara a los españoles sobre ese cerro.
Desde ahí, 8 millones de indígenas y esclavos traídos de Africa muertos en su interior, y España y Europa, disfrutando de las miles de toneladas que del  cerro rico sacaron.

Todo eso le conté al Will y le agregué que si no fuera por toda esa plata que sacaron del cerro, Inglaterra, que tenía agarrado a la corona de España con hipotecas y deudas, no se hubiese aventurado a conquistar otras tierras como Australia. Yo que sé, por transitiva capaz que sí.

Desde la punta del cerro, hacia abajo, como dice la canción, todo es bajada. El problema es la vuelta, que todo es subida y a 3800 m.s.n.m., cualquier levantada de pata de más es recontra cansadora. Así que a bajar primero.

Llegamos al mirador que está debajo, una nave espacial a 40 metros de altura frente al cerro y la ciudad. De lejos rompe la vista, pero desde ahí la vista es preciosa. Brindamos por el paisaje con una Potosina, la peor cerveza de Bolivia. La tomamos rápido antes de que se caliente y sea intomable.

Caminata, sudor y caminata. Hace calor y las subidas son odiosas. Un almuercito en el mercado y a escapar del sol con una breve siesta. Y claro, a descansar de la altura.

De tarde soy libre y camino la ciudad de lado a lado, entro en las iglesias, todas preciosas y antiguas, me persigno y busco el mejor precio para ir al día siguiente a las minas. Consigo uno bien bueno, gracias a que soy uruguayo me dan un descuento, le hablo de que tengo unos amigos que también lo quieren hacer y que mañana en la mañana estamos todos ahí.

Ceno con los potosinos y vuelvo al hostal a contarles a los autralianos, les digo del buen precio conseguido pero que al señor le dije que éramos todos uruguayos, así que todos contentos salimos en familia a cenar. Eligen un ristorante italiano y yo una cervecita para acompañar que me sale igual que mi cena. Es sábado a la noche y los karaokes de la vuelta sacan los parlantes hacia afuera convocando nuevos cantantes.  Will y yo vamos, la parejita se vuelve a dormir.

El karaoke es precioso y bizarro. Luces de neón por toda la sala y parejas de todas las edades bailando. La música no es otra que cumbia, cumbia villera, bolerazos y salsas. Alguno se arrima a la barra, pide un tema y lo canta acodado mientras lee la letra en los monitores. Repetimos la Potosina, pero esta vez nos dicen que la Pilsener es mejor, así que a probarla, total es la más barata. Ayudados por las luces de colores y la buena música, la Pilsener la bajamos tranquilazos.
Seguimos recorriendo la noche y caemos en una fiesta de bienvenida de la universidad, a los uruguayos los dejan entrar gratis, “Will, vos decí todo que si con la cabeza”. Celebramos con los nuevos universitarios y a media madrugada nos vamos a dormir, mañana nos toca trabajar en las minas.

Vamos todos juntitos a la agencia, nos mira el dueño desde dentro y dice, “que uruguayos más raros…”, “si, son del interior”, le respondo. Salen dos camionetas,  una con english spokens y la otra, que demora 15 minutos en venir, con los hispanos.
Se van mis amigos uruguayos y yo me quedo solo tomando un té de coca. Hay una pareja de argentinos que al saludarlos me hicieron así con la cabeza nomás. Yo quería hablar y me cortaron en seco. Ahora me voy a tener que comer todo el tour por las minas con esta parejita antipática y mis amigos autralianos se fueron todos ríendose en inglés hace 10 minutos… ya los extraño.

En eso llega nuestra camioneta, viene llena. Entro y 8 sonrisas españolas responden a mi “hola”. Son enfermeras y maestras que trabajan para una ONG en Santa Cruz. Hola enfermera.
Respondo con una sonrisa y miles de palabras en español salen de mi boca sin freno, que precioso idioma y que rico que es, cómo lo extrañaba, cuantas respuestas rápidas, nada de pensar como se diría, amo el español y a las españolas y a las tortilla española.

Nos llevan a ponernos las ropas acordes a la mina, un mameluco, botas de lluvia, casco con linterna, pico y pala. De ahí salimos todos disfrazados, como los 7 enanitos cuando vuelven de trabajar de la mina, bueno, nosotros íbamos a mirarla.
Paramos en el mercado de los mineros para comprarles regalos, siempre se hace, pobres locos, se pasan horas ahí dentro y los turistas, como las españolas y la pareja de argentina, les compran hojas de coca, gaseosas, alcohol puro (para tomar, no para heridas), dinamitas, galletitas y más hojas de coca, su único alimento durante esas duras horas dentro de las minas.

Vamos todos cargados con los regalos. El guía nos deja un ratito solos a la vista de todos los mineros que van  subiendo resignados a trabajar y de los que bajan cansados, llenos de polvo. “Quién tiene la coca?” pregunto. Una española levanta su bolsa. “Dame un poco que me olvidé de la mía…”, me miran todos con mala cara, “…vamos a necesitar…”. Agarro un puñado y lo meto en mi boca. Luego todos hacen lo mismo.

Llegamos a la mina, el guía nos da unos consejos de seguridad y abre la bolsa de coca para que todos tomemos, “los mineros van a estar contentos de compartir con ustedes”. Las miradas caen sobre mí. “Ya tenemos” me toca decir y bajar la cabeza.

Prendemos nuestras linternas en nuestros cascos y entramos, ya a la entrada se siente el frío que viene del interior y un silbido permanente. Vamos por la vía del riel, por donde sacan todo el día 500 kilos de piedras cada 20 minutos. Todo el piso son charcos de barro. Las paredes negras de los costados muestras algún color del interior del cerro rico. Vamos todos en fila, golpeo mi cabeza varias veces con las vigas que sostienen los túneles, es que ahora mido como 2 metros con el casco y las minas son para gente más baja y agachada. Seguimos adentrándonos en la mina, ya no se ve la salida, solo vemos lo que nuestras linternas iluminan. Nos vamos cruzando con mineros zombies que murmuran alguna palabra pidiendo coca o refresco. El aire falta dentro, el espacio es cada vez más pequeño, el piso está inundado y hace frío. Mejor pensar en cosas lindas. Una de las chicas entra en pánico y se vuelve con unos mineros que salían con un carrito a tirar piedras. Mejor no pensar.
Subimos por escaleras de madera, y bajamos a pozos de 80 metros donde creen estar siguiendo una veta de plata.
Siempre trabajan de a parejas por si les pasa algo.
Todos tienen un montón de hojas de coca en la boca, como hace 500 años los indígenas esclavos y los negros esclavos. Es su único alimento ahí dentro y hasta que vuelvan a sus casas.
El guía les da a los distintos capataces “nuestros regalos”. Los mineros llenos de polvo y con la boca seca pasan pidiendo agua y coca.
Luego de conversar con unos mineros, me quedo tomándoles fotos, al mirar para atrás veo que ya no hay turistas ni luces. Me despido y salgo “corriendo” con mis botas de lluvia saltando entre los charcos, el bajo techo y los rieles. No hay nada delante, solo lo poco que ilumina mi linterna. Mejor no pienso y sigo. Miro para atrás y tampoco nada, todo oscuro. Metros más adelante el camino se separa, derecha o izquierda?, derecha o izquierda?, sin detenerme agarro para la derecha y empiezo a chiflar, como a la Bilú y Chicco, “fi-fiiu – fi-fiiu!”, me empiezo a poner nervioso, vuelvo?, sigo este camino?, grito?, me quedo en el mismo lugar?, hago el paro de manos?. Sigo caminando apurado (si, ya me había cansado) y allá a lo lejos veo unos reflejos y de repente una luz que viene hacia mi. No veo nada por la encandilada. “uruguayo, me parecía que no venías atrás mío…” dice el antipático y buen argentino. Lo abrazo y seguimos camino hacia los demás.
Se acerca el mediodía y es el momento elegido para hacer las detonaciones y así los mineros pueden salir a descansar un ratito mientras los gases se disipan y el polvo se asienta.
Llegamos a saludar al tío, el Dios de la mina, un demonio rojo tallado en madera por los mismos mineros al final de una galería, donde cada inicio de jornada vienen los trabajadores a pedir por buenas vetas y que puedan volver a sus hogares.
Les dejan ofrendas, cigarros, alcohol, cervezas, hojas de coca.

El guía se retira mientras los turistas se sacan fotos con el tío. Yo lo sigo para conversar con el.

TT- y usted trabajó en las minas?
Guía- sí, trabajé durante 9 años…
TT- y encontró alguna buena veta?
G- encontré la mejor veta del cerro… los turistas. Me mira y sonríe. Pasan apurados unos mineros que lo saludan con algo en quechua y siguen. El guía se tapa los oídos y me mira.
Miro pasar los mineros.
TT- qué le dijeron?
Se oye primero un pequeño tic y luego la explosión de la dinamita sucedido por una ráfaga de viento que viene de otras galerías. Me tapo los oídos. El viento que viene es bien fuerte y el ruido de la explosión hace temblar todo alrededor. Son 12 detonaciones.
G- me dicen padrecito…
TT- que?
Me saca las manos de los oídos.
G- padrecito me dicen.
TT- ah… por?
Baja la mirada y saca sus manos de sus oídos.
G- en un derrumbe hace unos años, yo era el capataz, y entré a ayudar a rescatar a los mineros…
TT- uh… y murió alguien?
G- si, un muerto sólo hubo.
Me mira lloroso.
G- Mi hermano… no lo pude encontrar.
En eso sale el borbollón de españolas hablando a diestra y siniestras bien alto.
Lo miro y le froto mi mano en su espalda. No digo nada. No hay nada que decir.

Salimos al cielo azul y el sol brillante, es otro mundo afuera, es otro mundo dentro.
Nunca más me quejo del trabajo.
Bueno, alguna vez más.

Nos cambiamos y salimos todos a almorzar. Preguntándole a un borracho por un lugar barato para comer nos dice que el Evo está en el estadio. No le creemos del todo, igual salimos en esa dirección. Vamos preguntándole a la gente y algunos saben y otros no. El presidente, su presidente está de visita en su ciudad y la gente no sabe?. Seguimos a la música, trompetas, platillos y bombos, fuegos artificiales a pleno sol. Nos cruzamos con cantidad de gente feliz que viene cantando y tirando papel picado. “El Evo?”, “está en la plaza” nos contestan felices.
La plaza en la otra dirección, así que cambiamos rumbo y vamos a la plaza.
Mucha gente espera afuera de la casa de gobierno.
Mucho ruido hace esa gente.
Mucha alegría en todos lados.
Mucho papelito picado en las cabezas y en el piso.
El Evo que no sale.
El hambre nos supera.

Pasamos toda la tarde recorriendo la ciudad, el Museo de la Moneda y las españolas consternadas de todo lo que ven. Sufren su pasado y su historia. Nada tienen que ver ellas. Pobres, las abrazo y las consuelo. Más cervezas y más paseos.

Veo a lo lejos al Will y lo llamo. Lo presento y las presento “españolas”, no me sé todos los nombres. “Will, you want to learn spanish?”, “of course”. No volví a hablar ingles en toda la noche.

El resto fue de Karaoke y karaoke, ahí conozco a los nuevos Mambrú, un trío de porteños peinaditos y a la moda, que vienen subiendo hacia Méjico con la idea de ir tocando en pueblitos y haciendo algo de plata. “Que bueno, cuando los puedo ver?”, pregunto. “No, todavía no empezamos a tocar”.
Potosinas calientes y una noche muy divertida con conquistadoras en Potosí. La pena que se fueron al día siguiente. La otra pena es que eran todas feas, pero con terrible alegría encima.

Al día siguiente, nos vamos a las termas con el Will. Paseo romántico y relajante. Llegamos a las piscinas públicas y éstas están llenas de gente, claro, es domingo y a todos se les ocurrió hacer lo mismo.
Vamos unos kilómetros más adelante, hacia el “Ojo del Inca”. Un círculo casi perfecto, en la cima de una montaña, donde sale agua caliente a unos 30º – 40º. Es un volcán inundado a donde los Incas venían a curarse de problemas de piel y de los huesos. Tiene como 50 metros de largo y no se sabe cuán profundo es.
Cruzar por el medio, del agua calentita y turbia, pasando por el centro del volcán, pensando en espíritus de Incas flotando y cuerpos de viejos indígenas ahogados en esas aguas no es buena idea.

Disfrutamos de la tarde y volvemos a Potosí. De chancletas, short de baño y toalla a los hombros paseamos por el centro, los otros turistas nos miran sin entender.

A la noche, en el hostal, me pongo a hablar con un francés que viene de recorrer el mundo. Cuentos fantásticos de lugares hermosos. Yo en mi duda de si ir a La Paz o a Sucre. “…si te va a encantar”, me dice.
Ya decidió mi nuevo destino. El Will viene conmigo.

A la mañana siguiente volvemos a la mina, para sacar unas fotos y conversar un poco más con los mineros. Entro a las oficinas para pedir permiso y me encuentro con nuestro guía y el encargado de la mina que están firmando el contrato para el año que entrante.
Nos invitan con alcohol puro cortado con sprite, trago duro y a tomar fotos.

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turupamaq.wordpress.com

gracias por el fuego

“No vamos”, me dice Yann en un perfecto inglés.
“Dale, venimos desde Francia para hacer este viaje, no jodas”, le contesto.

Subimos nuestras mochilas y nos presentamos con nuestro guía/chofer Hilario y con nuestra madre/cocinera la cholita Modesta.

Soy el único que habla bien de bien el uruguayo, los bolivianos hablan mejor al castellano, casi como si fuera de España. A veces voy a tener que ser el traductor, lo sé. Para eso miré tantas películas y tomé el té a las 5 con Beatriz.

Vamos en una Nissan 4×4, como casi todas, con tres filas de asientos: delante para chofer y cocinera, y dos detrás para los turistas y yo, bien lustradita, con las ruedas bien infladas y con rico olor dentro y todo brillando por la vaselina.

Nos sentamos resignados, esperando los veteranos de Canadá. Igual va a estar bien, seguro algún cuento de Ontario tienen. Vamos al Salar de Uyuni, eso es lo importante.
No nos convencemos, estamos desilusionados.

Son las 8 de la mañana y ya estamos cansados de la camioneta. Mentira.

“Divinas”, dice un sonriente francés a mi lado. Una de las cinco palabras que le enseñé. Giro mi cabeza y ahí vienen nuestras compañeras de viaje.
Estaban bien, no da para escopeta.
Empiezan los empujones y los tinguiñazos con mi colega. Ahora sí estamos felices, vamos al Salar!.

“Hola”, “hello”, “danke”, se llaman Corinne y Felicitas, son amigas desde los 3 años y estudiaron siempre juntas. Una es más burra que la otra y no consiguió las notas para entrar a la Universidad, desde ahí que hacen un viaje al año juntas. Hablan algo de español, mejor el inglés y el alemán de taquito. Son de pocas palabras. Tuvieron diarrea y vómitos los primeros 2 días. Aburridas.

Arrancamos por el pueblo, todos quieren salir antes que los otros. Hay una competencia fea entre las agencias que venden los tours. Se conocen, se saludan y se putean por detrás. Hay una carrera entre las agencias que venden los tours. Se apuran para ir primeros.

“Nosotros vamos a hacer el mejor camino, nadie lo conoce”, nos dice Hilario y Modesta afirma con su cabeza.

El viaje es por montañas secas y llenas de piedras, caminos de tierras de una sola vía. Precipicios abajo. Montañas por todo alrededor, hasta el horizonte y pasándolo. El día está precioso, cielo azul-azul con algunas nubes, un poquito de calor. Paramos en lo más alto del viaje, 4100 m.s.n.m, una montaña desde donde se puede ver el faro de La Paloma.
La vista es increíble.

Las paradas siempre son de 15 minutos o un poco más, dependiendo de lo rápido que vuelvan las alemanas y se sienten a esperarnos.

Pasamos mucho tiempo en la camioneta. Las vistas desde la ventana son preciosas, pero no se pueden tocar. Hay llamas por todos lados, andan sueltas, rebaños de buzos y bufandas caminando por ahí. Algunas vicuñas salvajes también. “Alpacas y guanacos?”, pregunto. “No, a ellas no les gusta el pasto de por aquí”, responde Hilario luego de pensar el bolazo por unos segundos. “El guanaco escupe?”, ataco nuevamente. “Todos escupen, como los humanos, por placer y en defensa”. Es bueno para las respuestas, muchas mismas preguntas tal vez.

Solo hay 4 discos en la camioneta: “Grandes éxitos del Folklore Boliviano vol. I”, “Grandes éxitos del Folklore Boliviano vol. II”, “Bon Jovi” y  “Pura Ranchera Mejicana”.
También está Modesta, que habla por los codos. Hacen estos tours siempre juntos y todavía le dá para hablarle a Hilario por horas. Sin parar casi.
Mejor, así el chofer no se duerme.

El hielo siempre se rompe con las 6 preguntas que inician todas las conversaciones en los viajes: “de donde vienen?”, “por cuanto tiempo viajan?”, “después a donde van?”, “les gusta el dulce de leche?”, “en serio conocen a Peñarol?”, “sabes chiflar?”. Y mis respuestas del paicito, que nadie conoce y que todos dicen van a conocer en el próximo viaje, “no, no hay montañas”, “tenemos unas playas preciosas”, enseguida de eso “mejor vayan en verano, su invierno”, “3 millones nomás”, ” dos campeonatos del mundo y dos campeonatos olímpicos, cuando jugaban con los mayores”, “no, es todo natural, nunca hice musculación”.

Paramos a almorzar luego de un cañón enorme donde soplaba mucho viento, ésa era la parada preferida de Hilario y que nadie más conoce. Ahí igual soplaba mucho viento. De refuerzos y tamales se vino el primer almuerzo, bien al paso pero medio pichanga. Convenzo a las alemanas que solo coman pan y queso, que va a ser mejor por su estado, más para mí. De postre un mango enorme cortado de forma muy linda que nadie toca.

Repito durante todo el viaje la cebolla y el pepino. Son ricos para repetir. Lo compartí con todos, no hay que ser egoísta.

Seguimos entre montañas y montañas, el Salar lo vemos al último día. Ahora paisajes preciosos, valles entre montañas, subir a ellas y volver a bajarlas.

Llegamos a un pueblito en el medio de la nada. Seis casas y una que alberga visitantes. Están en la ruta. Parte del negocio. Casitas de adobe con paneles solares, “que hacen esos paneles?”, pregunto. “El Gobierno de Japón les dá a los campesinos una ayuda y les financia los paneles en 5 años, así tienen luz”, me explica Hilarius. En el medio de las montañas, un pueblito perdido y todas las casas con paneles solares.
Gracias a Japón y a las reservas de litio que tiene Bolivia para abastecer por 100 años a todo el planeta.

Hay luz, pero no hay agua caliente. Hace mucho frío. Eso está incluido en el precio, no bañarse en 4 días.

Donde nos quedamos está alejado del resto de las casas. Ahí mismo vive la familia que lo atiende. Tienen un puma de 1.5 mtrs. disecado que casaron hace 3 semanas, andaba molestando a las llamas. Ahora ellas andan pasteando por ahí a la vuelta, con sus cintas de colores en sus orejas para identificarlas de las de otros campesinos. No son muy simpáticas y pueden escupir si las molestas, así que las dejo tranquilas, bueno, a una la escupí porque pensé que me iba a escupir ella antes.

Recorremos un poco el pueblito y a merendar. Tés con galletitas. Quedamos en el “comedor” hasta la cena, siempre vive la merienda y pegadito la cena, como para no esperar mucho. También porque hay que levantarse muy temprano al día siguiente y desayunar y armar la camioneta de nuevo, ah, y cepillarse los dientes y ponerse desodorante, el máximo de limpieza aceptado por las bajas temperaturas.

Se nos suma Hilario a la conversa. En realidad se suma a hablar conmigo, con el hispano hablante. Tiene 2 hijos y en una semana nace el tercero. Hace 15 años que hace estos tours, antes trabajaba con otras agencias pero se cambio a ésta porque es la mejor. Claro. Quiere poner una estación de nafta a mitad de camino, así no tienen que cargar todo el tiempo los peligrosos 80 litros de gasolina sobre el techo. Sobre nuestra cabeza.
Tema que me tenía en vela, accidentes y muertes de turistas indefensos que solamente quieren conocer las partes más lindas de los países. Me cuenta de algunas, de las peores en realidad. De la última grave, donde murieron 14 personas al chocar de frente dos camionetas a la entrada del Salar. Sólo se salvó el conductor, el que iba borracho. Los tanques llenos de gasolina estallaron y murieron todos quemados, en el vasto y precioso salar.

Mi temor sube casi al 89%. Me lo siento en la falda y le digo: “Hili, nada de tomar eh?, si estas cansado paramos, si tenés sueño también, nada de hacer locuras, queremos llegar a ver el precioso Salar y volver sanos y salvos a nuestras casas”, con una sonrisa de borracho me dice que sí, “no solo por nosotros que somos 3 turistas y yo, que no nos conoces y no te importamos, sino por vos y por tu familia, por tu hijito que está por nacer en pocos días…”, me abraza y larga a llorar, llora por horas y horas, me moja todo el hombro. Intenté sensibilizarlo para no morirnos en un tonto accidente, pero no que se me ablandara tanto.

Modesta viene, nos deja la cena y se lo lleva a upa. Cenamos carne con arroz, “alemanas, ustedes coman solo arroz que sino les va a caer mal”. Soy el más grande del grupo, así que todos me tienen que hacer caso. Siempre viene antes una sopa, una riquísima sopa. Modesta nos deja la mesa bien servida y se va. Nunca acepta nuestras invitaciones a comer todos juntos. No los deben dejar. Levantamos la mesa y dejamos todo en la cocina. Lava y relava los trastos en un bidón con agua. A veces mejor no mirar y solo disfrutar.

Nuestra madre/cholita llamada Modesta, tiene 7 hijos, todos seguidos. “Ah Modesta, fueron buenos años” se me escapa. Tiene la virtud de estallar en risa en menos de 1 segundo. Habla todo el tiempo en que los demás se callan y hasta habla tomando aire para no dejar momento sin palabras. Es nuestra madre por 4 días.

Luego de la cena, bien abrigados, salir a mirar el cielo lleno de estrellas. No hay luz alguna en muchos kilómetros a la redondea y el cielo está despejado, sin luna. Ideal para ver ovnis y estrellas fugaces. Millones de estrellas en el cielo. El ruido de las llamas que están acostadas ahí cerca. El repentino recuerdo de que había un puma que molestaba a las llamas. La vuelta rápida a la cama.

El cuarto es bien básico. Cuatro camas de bloques y el colchón de paja en un forro de plástico, dos frazadas y a dormir vestido, con todo lo haya en la vuelta.

5.30 nos golpean la puerta, a desayunar y salir rápido.

Los huevos revueltos de Modesta los repartimos entre Yann y yo. Buen comienzo de día. Mate cocido, té de coca y vascolet con leche en polvo. Galletitas y dulce de leche. Las alemanas siguen mal y toman sus remedios. Modesta vuelve con unas tazas con agua caliente y le agrega unas hierbas, a las horas se mejoran. La coca y otras yerbas, según la ocasión, son el remedio perfecto para los males del cuerpo.

Unas vizcachas corren por la montaña. Son una especie de conejos más grandes, con dientes de sable y cola larga. “Que ricos que son…” dice Modesta y estalla en risa.

Salimos 6.15, tres minutos atrasados. Está un poco nublado. Hoy nos toca viajar en el asiento de atrás, más incómodos, más apretados, con la cabeza tocando el techo y golpeándolo cada vez que un poso se cruza. Incómodo día.

De lejos vemos la “Laguna Hedionda”, con la H muda. Paramos en una loma para apreciarla y olerla. Se llama así por los gases que por ahí hay. Hiede, con la H sonora.
Los primeros flamencos rosados que vemos en el viaje. Son unos pocos y están en el medio de la laguna descansando. Ya vamos a ver más.

“Laguna Celeste Martín” dice Hilario para que yo repita en algún idioma raro. “Esta laguna no la ve nadie más en el tour, solo nosotros”, cierra la propaganda.

Nos bajamos y vamos lentamente hacia la orilla. Sí que es azul, pero el cielo arriba también. El Río Uruguay  a veces también es azul. Hay muchos flamencos rosados, divinos. El sol se mete entre las nubes para darle un color más vivo a estos pájaros. Toda la orilla del lago está congelada. Les tiro una piedra a los flamencos para que vuelen, que hagan valer la estadía. Es increíble cómo a los 3mil m.s.n.m., en un lago lleno de minerales y gases, con temperaturas bajísimas, vivan flamencos rosados, increíble. Decí que ya había visto fotos y sabía que ahí vivian, sino no lo creía. No eran de Miami los flamencos estos?.

Este día es el día de las lagunas, vamos a ver 4, cada una de un color y de un olor diferente. Todas con preciosos flamencos comiendo las pequeñas algas que allí viven. Todas en el medio de montañas y desiertos.

Seguimos hasta otra de los puntos mágicos del tour, “Laguna Verde”. El cielo nublado no deja que sea tan verde, pero es preciosa igual. Como del color del océano cuando viene tormenta. Acá si que no vive nada porque tiene no se qué toxina el agua que no permite la vida dentro.

Una camioneta estacionada con turistas alrededor sacando fotos rompen la vista. Está a unos pocos metros de distancia. Miro y el Will que viene caminando. El Will de Cachi.
Abrazos en autraliano, francés y uruguayo. “Que casualidad”, “nos vemos en la próxima parada”, ” estás más gordo”.

Buen encuentro, pero una rápida conversación con el autraliano, deja claro que Will y yo vamos después del Salar al mismo destino. Desde que empecé el viaje sólo estuve un día en plena libertad. Claro que la paso de fiesta con la gente, pero quiero volver a estar solo y libremente andar por ahí. No quiero hablar más ingles. El Yann se va a La Paz y yo a Potosí. Will parece que también y quiere sumarse a mi bilingüidad. Lo sé, me usan por mi perfecto inglés y mi buen españolo, pero soy mucho más que el google translate, también lo sé.

Mi misión, a partir de ahora, esconderme de Will. Y disfrutar del tour, en ese orden.

Ya en el camino nos cruzamos con otras camionetas, es punto de encuentro de los que salieron de Uyuni y los que vamos subiendo. En las paradas hay otras camionetas, pero estacionamos lejos, fuera turistas.

Llegamos a unos agujeros en el medio del desierto que tiran roca derretida hacia arriba, con mucho vapor y olor. Se llaman géiseres entre ellos.  Es precioso y peligroso. Hay viento y no deja que el humo suba y suba, pero acercándose se vé como la tierra hierve ahí abajo. Un huevo duro se hace en 3 minutos y tiene todos los minerales que necesites.

Entramos a una reserva, como todo lo anterior, para almorzar. Ahí hay aguas termales. Una piscina natural/artificial, permite a los turistas sacarse la ropa rápidamente y meterse ahí a disfrutar del agua a 30º. Como parte del botiquín de primeros auxilios, yo andaba con mi short de baño. Así que a sacarse todo rápido y correr al agua. Lo único, había 8 turistas ahí dentro, pero el momento fue hermoso, creo que de la alegría hice pichí dentro, para ayudar con la temperatura.

Seguimos por el desierto, huellas de camionetas hay por todos lados, algunas doblan, otras siguen en paralelo. Todas van al mismo lado.
Nosotros todavía no. Pinchamos. Por suerte venía tranquilo y pinchó la rueda de atrás, la del gordo Yann. Nos bajamos y en menos de 8 minutos Hilarius, yo y el gato, cambiamos la rueda. La única de repuesto… no podemos pinchar más. Sino atascados en el medio del desierto y presa fácil de los lobos, vizcachas y pumas hambrientos.

Llegamos a “Laguna colorada”, con cielo nublado es marroncita. También está llena de flamencos rosados y algunos blancos. Todo alrededor de la gran laguna hay camionetas con turistas. Gracias a la viveza altiplana de Hilario seguimos de largo y vamos al pueblito albergue que hay a pocos kilómetros de la laguna. Conseguimos buenas camas. Modesta se queda en la cocina. Los turistas vamos a ver la laguna y los flamencos.

“Puedo ir adelante?”, le pregunto al chofer y con una sonrisa pícara me dice que si. Subo y mis canillas quedan trancadas contra la guantera. Modesta es cortita y el asiento de adelante está trancado. Hilario se ríe todo el camino. Yo me llevo de recuerdo un “Nissa” impreso en mi pierna derecha. Igual es más cómodo que viajar atrás y la vista es mejor.

El camino es todo de un pedregullo negro, tierra volcánica. Todas las montañas de alrededor son volcanes dormidos. De buen sueño.

La “Laguna Colorada” es otra joyita del tour. Pero también, las nubes tapando el sol impiden que los colores lleguen a su potencial. Es precioso, pero con sol seguro que es mejor.

Volvemos al albergue. Sentado en la mesa con la merienda frente a nosotros, veo por la ventana que Will pasa por enfrente, como buscando algo. Me tiro al piso y me arrastro como Rambo hasta llegar a la ventana y correr de a poco la cortina. “Que haces?” me pregunta Felicitas. La miro de golpe y le digo “cuerpo a tierra!”, demora 4 segundos entre que se arrodilla y luego se acuesta boca arriba. “Shh!” le digo, “Will está cerca”. Con una cuchara como espejo intento ver si Will ya se fue. Voy arrastrándome hacia la puerta, confirmo que ya no esté y vuelvo más tranquilo. Felicitas quedó dormida en el piso. La muevo con el pie y no responde, es de sueño profundo y diarrea fácil.

La cena tarda en llegar lo que hicimos durar la merienda. Nos llenan a comida. Lechones de engorde. Sopa primero y después milanesas con papas y arroz. Soy el mejor cliente de Modesta, como todo y más. Me enseñaron a no dejar nada en el plato, y por las dudas, tampoco en los de al lado. Nuestra cholita contenta de que comamos todo.

De sobre mesa se arrima Hilario, bañado y perfumado. Una gran sonrisa.

TT- A donde vas?
H-  …a tomar unas copas con los muchachos.
TT- No, no, no, que te dije anoche?
Hilario baja la cabeza y se sienta al lado mío.
TT- Tenés que ser más responsable, no podés ir a tomar hoy, aguántate hasta el viernes y tomás todo lo que quieras en Tupiza, pero ahora no.
Hilario asiente con la cabeza.
TT- bueno, ahora a la cama que mañana arrancamos temprano y tenemos un día largo.
H-…
TT- que pasa?, no tenés sueño?
Me responde moviendo su cabeza hacia los costados.
TT- Bueno, te podés quedar un rato con nosotros.
Levanta la cabeza y sonriente me abraza.
TT- Ta, ta, a ver… Hilario, a quién le tengo que rezar para que el día este lindo?
H- como en todos lados, a Torraca o a Dios.
TT- pero Inti, la Pachamama y todos esos no tienen nada que ver?
H- si, Inti es el sol.
TT- entonces le tengo que pedir a él que salga no?
H- … y si.

Salgo como todas las noches, bien abrigado a mirar el cielo. Las nubes de la tarde se fueron y las estrellas están en todos lados. Me alejo unos cuantos metros del albergue y espero unos pocos minutos hasta las 20.30 hrs. donde el generador se apaga y el silencio del desierto reina.

Dos estrellas fugaces, una detrás de la otra, me guían la vista hacia las montañas del este. La vista acostumbrada a la oscuridad me permite verlas. Afino un poco la mirada y veo que un señor de ropa blanca, un poco sucia, con algunos colores viene caminando hacia el pueblo, en mí dirección. Lleva un gorro te tejido boliviano, con muchos colores y un morral hecho de tela roja que cruza su pecho. Una larga rama hace de bastón. Va descalzo y tiene la tez oscura. La ropa parece tiznada.

TT- buenas noches, tiene fuego?
El señor se detiene frente a mí y me mira.
El señor- si tu no fúmas.
TT- es verdad… un chocolate tiene?
El señor- …
El señor- queríais hablar conmigo?
TT- …
El señor me mira fijamente. Tiene una mirada fuerte, pero cansada.
TT- debe haber sido un número equivocado, yo no…
El señor- me llamasteis…
Pienso un rato: a quien tenía que llamar?, era el cumpleaños de alguien?…
TT- …Papá Noel?
El señor no se inmuta, sigue mirándome fijamente.
TT- … no sé, dame una pista.
El señor- empieza con  “i” y termina en “nti”.
TT-… a ver… con i y termina con nti… pfff, ta difícil… otra ayudita?
El señor frota sus manos y una pequeña bola de fuego se forma en sus manos, la levanta hasta pocos centímetros de mi cara. Es una luz preciosa, que gira concéntricamente. Irradia calor, la intento tocar pero cierra sus manos y la hace desaparecer.
El señor- soy Inti, el Dios de la luz y el fuego. Y hace una reverencia.
TT- ah, que capito, si sos tan crá que podés hacer eso con las manos y aparecer de la nada, por qué mañana no iluminas con tu gracia todas las montañas y los lagos de colores?
Inti- no puedo… son días complicados.
TT- si, si, excusas nomás….
Inti- hace unos días que estoy distanciado con la Pachamama, dice que estoy siendo muy duro y que lastimo y seco todo lo que ella hace… tal vez tenga razón.
TT- no seas boludo… lo que vos haces es fundamental para la vida, la fotosíntesis, las mujeres bronceadas en verano, la ropa seca, haces mucho…
Inti- si… puede ser, pero las Nubes, primas de la Madre Tierra, se metieron en el medio y no puedo hacer nada, no quiero problemas con la familia…
Me mira y tiene lágrimas en sus ojos.
Inti- me secarías las lágrimas? Ya estoy cansado de quemarme…
TT- sí claro. Estiro mi manga hasta tapar el puño de mi mano y le arrimo hacia sus ojos.
Moquea un poco y con su mirada busca mi puño para limpiarse.
TT- pará que creo que tengo un pañuelo.
Le pongo mi pañuelo en su nariz.
TT- ahora soplá bien fuerte.
De un gran soplido prende fuego el pañuelo, lo suelto rápido y éste cae al piso quemándose hasta las cenizas.
Inti- perdón… hace mucho que no lloraba.
TT- no te preocupes, yo a tu edad también era blandito.
Me mira y sonríe.
TT- Usted preocúpese de arreglar sus problemas con la Pachamama, tómese su tiempo, nosotros estamos disfrutando mucho igual… vaya a descansar.

Esa noche hizo muchísimo frío, dormí muy mal, casi nada. No había forma de calentar la habitación y menos la cama. Tenía puesto hasta la campera y el gorro. Vapor salía de mi boca cada vez que respiraba. Todos los demás dormían placenteramente. No hubo diarreas esa noche.

“Martin, Martin” escucho entre sueños. Una mano que se apoya sobre mi hombre y me mueve delicadamente. “Martin, a despertarse que ya están desayunando”, me dice Modesta parada al lado de la cama. Un fuertísimo dolor de cabeza me impide levantarme enseguida. Medio entre mareado voy al baño y después me siento con mis compañeros que ya están desayunando.

Modesta se acerca y me da un té con hierbas, “es para el dolor de cabeza”. Yo no le dije nada a Modesta… igual le agradezco y me lo tomo. El cielo está todo nublado, feo, como de tormenta. No les cuento nada de mi encuentro anoche. Habrá sido cierto?, seguro fue un sueño.

Salimos enseguida a ver la “Laguna Colorada” de nuevo, rapidito que nos vamos al desierto de Yavi a ver la “Piedra árbol”. El Paisaje cambia rápidamente, en pocos kilómetros pasamos de las montañas secas, con algo de verde, a el desierto de arena y roca. Mi ánimo va con el clima, todo nublado, gris, fea luz, hace frío; una pena, pudiendo ver todas estas maravillas de la naturaleza y justo la mala suerte de que está nublado.

Paramos en la “Piedra árbol”, una piedra en el medio del desierto que parece un árbol, como dice el libro. Nada especial, sí rara.

Subimos de nuevo a la camioneta y arrancamos a atravesar el desierto. Recuesto la cabeza en la ventana, para intentar descansar un poco, cierro los ojos.

“Martin”, Modesta me llama. La miro y me señala hacia la ventana. Entre que acomodo la vista veo caer pequeñas gotas blancas que caen suavemente desde el cielo. Está nevando en el desierto!. “Podemos parar?!”, pregunto enseguida. “Ya vamos Martin”, me contesta Hilario.

Paramos sobre una gran duna y bajamos. Todo arena a nuestro alrededor, nubes encima nuestro regalándonos copos de nieve y al horizonte negras nubes con truenos. Es una vista hermosísima. Lo más lindo que ví en mi vida. Increíble.
Nos quedamos unos cuantos minutos ahí, disfrutando de la nieve que cuando toca el piso se desintegra, pero en nuestras ropas quedan unos segundos.
Arriba las nubes se abren un poco para dejar ver el azul del cielo.

Vuelvo a la camioneta con una sonrisa enorme en el corazón.
“Tiene nieve en la cara” me dice Modesta, ” no tiene algo para limpiarse?”. Busco mi pañuelo en mi bolsillo trasero y no lo encuentro. Miro a Modesta sorprendido, ella responde con una sonrisa.

El viaje continúa por lugares increíbles, paredes de rocas altísimas donde la camioneta pasa por el medio. Montañas nevadas al fondo, rocas rarísimas y de todos los colores. La felicidad está al máximo. Al horizonte el cielo negro y algunos relámpagos parecen estar discutiendo.

Llegamos a otra laguna, más grande y con un nombre que no es un color ni un hedor, pero no me acuerdo cual. Esta llena de flamencos, son los últimos que vamos a ver, por eso nos deja la camioneta en la orilla y se va unos pocos kilómetros más adelante para esperarnos. El cielo de a poco se va despejando, dejando ver los hermosos colores de las montañas reflejadas en el lago y los preciosos rosados flamencos que muy tranquilos desayunan en la laguna.

Para almorzar el lugar es el “Valle de la luna”. Un paisaje alucinante de rocas rojas, como el cañón del colorado, con túneles y agujeros hechos por miles de años de lluvias y ríos que ya no están, con musgos verdes en forma de cerebros viviendo en las rocas. Es la primera vez que almorzamos todos juntos, pollo con verduras. Rico, pero poco, mejor dicho, lo justo. Capaz que por eso no almorzábamos juntos.

Luego horas de viaje y llegamos a un pequeño salar atravesado por una larguísima línea ferra que une Chile con Bolivia. Solo funciona 2 veces por semana. Los bolivianos odian a los chilenos por haberles robado la salida al mar.

Pasamos por el “Ejército de coral”, una población milenaria de corales fosilizados que también se puede usar como rápido baño. Son 1,5 km2 de montículos de 3 mts x 2 mts de piedras de coral que al secarse el mar que ahí había fueron muriéndose y dejando un paisaje muy bizarro.

Luego seguimos a una “isla” en el medio de este salar, donde unos ladrones de momias encontraron hace 10 años una cueva llena de fósiles de algas. Al lado unas tumbas arregladas de una civilización preinca, para que los turistas como Yann y las alemanas saquen fotos. El Municipio les deja cobrar entrada a su ganancia por el hecho de encontrar tal magnífico yacimiento. Ladrones de momias con suerte.

De paso nomás, pasamos por “Pueblo quemado”. Un bastión chileno que en una de las guerras de hace millones de años luz tuvieron contra los bolivianos y en su retirada prendieron todo fuego y huyeron. Mamones.
Orgullo boliviano, que sin atacar, logró que su más odiado enemigo se rindió escapando por la puerta de atrás. Sólo por eso lo vimos. Porque sino son unas rocas medias negras y el pueblo nuevo (boliviano) debajo.

El día más largo y más lindo del tour va llegando a su fin. La noche en el hotel de sal está cerca. Llegamos a un pueblito, entre los salares, que vive de la sal y de los turistas salados como yo.

El famoso hotel de sal es una casa con unas habitaciones en su patio. Es de material por fuera y de sal por dentro. Ladrillos de sal decoran las paredes de las habitaciones, mesita de luz y cama de sal y sal gruesa por todo el piso. Pruebo todo menos el piso. Hay ducha caliente a 5Bs. Como todos se bañan, tengo que hacer lo mismo. Pero quedo para la segunda etapa mientras calientan el agua. Salimos con Yann a recorrer el pueblito, casitas de adobe y muchos niños por la vuelta. Unos juegan al basquetbol en la cancha principal (la única).

Unas niñitas me invitas a jugar al reloj, tirar a embocar desde las marcas de la llave. Son dos niñitas preciosas de 10 y 12 años que no paran de reírse con una sonrisa completamente blanca. Nos divertimos mucho y les doy la papita. El que ríe último ríe mejor.

La ducha recontra caliente y la merienda/cena. “Tonight is the night” me dice Yann, monedita y cada uno a su pretzel. Es el momento, las alemanas están mejor, de buen humor y es la última noche. Una riquísima cena, mucha risa, rodeados por sal y paisajes hermosos no pueden ser en vano. Hoy es la noche.

Después del último bocado de la ensalada de fruta, una le dice a la otra unas cuantas palabras en alemán, como un reto, se levantan “buenas noches” y se van a dormir. Yann y yo nos miramos como cuando Condorito mira al lector diciendo: “exijo una explicación”.

Salimos de cabeza gacha y pateando piedritas, a consolarnos en el pueblito y las estrellas. No hay nada de luz y las casitas son todas de adobe y de la misma altura. A los 2 minutos estábamos perdidos. Volvimos después de recorrer las 20 cuadras del pueblo.

La mañana siguiente, sólo va a ser muy de mañana si no hay nubes, así vemos el amanecer en el Salar y desayunamos ahí. Yo sé que sí.

Arrancamos 4am. A los pocos minutos estamos andando sobre el salar, un barro de sal y agua y tierra. Seguimos andando hasta que todo se hace plano y seco, sal a todos lados, sólo lo vemos por las luces del auto. Muchos kilómetros más adelante, de plano camino, montañas y montañas. Paramos en otra “isla” y esperamos frente una pequeña montaña donde va a salir el sol. Unas nubes por ahí molestan un poco, pero todavía hay tiempo para que se vayan.

Es bien oscuro todo alrededor y sólo se ve el cielo que va iluminándose por detrás de la montaña y su silueta.
Unos rayos de sol corren las débiles nubes que ahí habían, sale el sol, el Rey Sol, mi amigo Inti que me regalo la nevada en el desierto mientras arreglaba todo para que ese momento fuera especial. La cálida luz de los rayos del sol iluminan todo el salar, es precioso, es inmenso. Va siendo de un naranja, pasando por amarillo, hasta llegar a ser bien blanco cuando el sol ya salió. El cielo también pasa por todos los colores, azules, violetas, rojos, anaranjados, amarillos. Se la jugó el Inti. Las vistas más hermosas.

Vamos a la “Isla del pescado” a desayunar, recorrida por la isla, que era una isla sobre un mar hace muchísimos años y ahora es una roca enorme en el medio del salar con cardones encima. Desayunamos con otras 4 camionetas a la sombra de la isla, Modesta hizo una torta con forma de corazón. Will está en la mesa de al lado. Saludo de lejos y a seguir disfrutando de las vistas y de la torta.

Después del último cuplé salimos a cruzar todo el Salar. 40 kilómetros hacia la ciudad de Uyuni. Paramos en el medio, el medio de todo, sin nada alrededor, todo sal y miles de metros de sal y sal. Al retomar el camino Hilario me muestra las cruces en el camino, los lugares de los accidentes y cuantos murieron en cada uno. No me divierte para nada, todavía no nos bajamos.
A los pocos minutos frena de golpe. Otra vez pinchamos.
30 minutos le lleva arreglar esa cubierta, tuvo que abrir otra, cortarla y pegarla arrglando la pinchadura. Medio casero todo pero sirvió para disfrutar de unos 30 minutos extras de Salar. En la reanudada pasamos por un hotel de sal, verdadero, todo hecho de bloques de sal, pero nadie se debe quedar ahí, es caro, salado, y en el medio del salar, a parte todo el tiempo están entrando turistas a sacar fotos y probar las paredes.

Al final llegamos al pueblito donde viven algunos saleros y otros venden artesanías. Almorzamos todos juntos, felices y sonrientes.

Muchas camionetas pasan todo el tiempo, saliendo desde Uyuni al Salar.
Muchos camiones pasan cargando sal. Sólo una parte del salar se puede trabajar. Es patrimonio de la humanidad.

Llegamos a Uyuni, nos bajamos Yann y eu, despedidas, besos y abrazos. Fueron cuatro días compartiendo paisajes y momentos increíbles, diarreas y buenas comidas.

El último abrazo para la alemana que la moneda había deparado para mi. Me mira dulcemente, “tato…” me dice, le pongo la mano en la boca “no… no lo digas, ya lo sé, si tiene que ser nos vamos a volver a cruzar”, saca mi mano de su boca y me dice “que si me devolvés la linterna que te presté hace dos días, gordo choto”.

Compramos pasajes y a hacer tiempo recorriendo Uyuni, tenemos como 4 horas de tiempo. La feria del día, donde se puede comprar todo lo que necesites para vivir una vida plena y saludable, desde pastillas para la caída de pelo y que también son buenas para las hemorroides y sistitis, partes de autos usadas, ropa de todo tipo, televisores y relojes, especias de todos los sabores y empanadas, jugos y frutas ricas por todos lados.

“Nos vemos en Bogotá”, me dice Yann, él vuela desde ahí a París cercano a la misma fecha en que estaré llegando a dicha ciudad. El mundo es chico. Nos vemos en Bogotá.

El ómnibus está sobrevendido, gente parada viaja por horas en una carretera horrible con camiones y ómnibus pasando unos a otros todo el tiempo. Logro dormir un ratito hasta que frena a mitad de camino para ir al baño y comer algo.

Otros ómnibus también pararon ahí. Una cola de 9 personas frente a la puerta del baño me hacen cruzar la ruta para ir a bendecir a la Pachamama. “Taté!, taté!”, escucho y por las dudas me doy vuelta, Will que viene con una sonrisa de oreja a oreja a saludarme. Me dice de ir al mismo hostal, con él y otros australianos, es buen loco el Will, pero quiero volver a viajar solo, quiero hablar solo español. Le digo que sí, que vemos cuando lleguemos a Potosí esperando tener la buena suerte de llegar un rato antes o un rato después y poder huir.
Cobarde, pero con la única intención de ser libre de nuevo.

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