rápido para llegar a Bolivia

No podía ser de otra manera, teníamos que ir a conocerla.
No en vano la Quebrada de Humahuaca se llama la Quebrada de Humahuaca. Y no es por lo precioso de Purmamarca ni lo lindo de Tilcara. Si se llama como se llama debe ser por algo.

Nos bajamos bien temprano en la terminal, muchas cholitas ofrecen sus desayunos sentadas en el suelo con bolsas a su alrededor. Empanadas salteñas y tucumanas, humitas, tamales, ensalada de fruta, sopa, pollo hervido, mate cocido.

Dejamos las mochilas atadas a un árbol y salimos a ver que onda. Caminamos y caminamos, el pueblo es precioso, nos decidimos a quedarnos, más yo que juega Uruguay y lo quiero ver a como sea. Esa semana fui más fuvolero que nunca. Uruguay nomá.

De tanto caminar para arriba y para abajo, “doblando y subiendo en la próxima” y “dos más abajo hay otro hostal” llegamos a uno lindo y barato. No muy lindo en realidad pero igual, barato.

“Disculpe, la terminal?”, le pregunto al hostalero, “ahí a la vuelta”. De tanto caminar en todas las direcciones terminamos a la vuelta de la terminal, donde habíamos empezado.

Aprovechamos el día de mercado para recorrer y después seguir hasta “la blanqueada”, una roca blanca con una virgen encima. El señor me debe 6 kilómetros de mi vida.

Viajar con Yann, el francés, está muy bueno; aparte de que conoce a Amelie, sabe francés, es karateka y es buen amigo, dejó de fumar hace 5 meses y tiene una ansiedad enorme, entonces tiene que comer todo el día. Y yo, que nunca fumé, ni conozco a Amelie y mucho menos soy ansioso, me pasa lo mismo.

Esperamos escondidos detrás de unos árboles frente a una obra. Son las 12.30 del mediodía y en cualquier momento cortan para almorzar. Los obreros siempre comen rico y barato. Los seguimos y entramos tras ellos. Sopa, arroz con pollo y papas por $A 10. Perfecto.

Humahuaca es preciosa, ciudad colonial que se mantiene muy bien, con las casitas y calles de piedra. Faroles, viejos y perros en todos lados. Fue el bastión de defensa cuando los españoles venían rajando de Bolivia en la guerra de independencia. La plaza central con la iglesia, diferente a las otras, más chica y más rústica, lleno de árboles. Después una escalera enorme, como de diez mil escalones que lleva a un indio (supongo que será el indio Humahuaca) que con la mano en su frente mira hacia el más allá para avisar cuando lleguen nuevos turistas.

Una pequeña siesta y a seguir caminando por ahí. Los ómnibus desde Jujuy siguen viniendo y dejando turistas que levantan a las horas. Nosotros, los no turistas, estamos en las escaleras enormes mirándolos pasar. Una cajita con artesanías descansa frente a nosotros 4 escalones más adelante. Varias veces pasaron y nos preguntaron precios. Les vendimos a las cholitas 2 ceniceros más caros de lo normal. Ellas agradecieron con una sonrisa.

Tardecita, no hay mate, el pueblo ya lo caminamos, falta 1 hora para el partido. “Do you want a tamal?” le digo al francés, “wath is that?”, ” a tamal, that thing with corn and… corn, don´t be mamadeir”. Voy y compro dos tamales. Nunca los había probado, pero tenía buenas referencias. Al principio no sabíamos cómo comerlos, pero que deliciosos que son, gracias Humahuaca por los tamales!. Envuelto en la piel del choclo, una bola de puré de verduras con un poco de guiso de llama dentro, todo eso hervido y servido calentito. Voy por otros dos y otros tres más tarde. Abrazo a la cholita y le agradezco por lo rico que cocina. Le propongo que sea mi esposa, pero me dice que ya está casada y que tiene 5 hijos. Siempre tarde yo.

A las 18.00 hrs., en el bar del hostal, se encuentra quien les escribe sentado solo frente al televisor buscando entre 65 canales, con un control remoto con pocas pilas, el canal que pasa el partido.

Lo encuentro ya empezado. Sufro y gozo los goles. Grito el segundo gol cuando el mozo pasa con un mate con leche al lado mío, que del susto cae al piso. Me mira enojado, “Uruguay nomá!” le respondo.

Cenamos con los obreros y Argentina que pierde.
Todos enojados.
Yo no.
Conocí a los tamales y Uruguay ganó, Humahuaca en mi corazón.

A la mañana siguiente el primer ómnibus a Iruya. Coche viejo, con asientos de metal con un polifoncito, ventanas secas que no se mueven. Somos pocos, un asiento para cada uno así viajamos cómodos. Se sube un pibe morochito, mascando coca con la boca abierta, mirando los números de los asientos. “Tenés el 29?”, le pregunto como un vejiga, “no” y se me sienta en frente y me empieza a hablar. Son las 07.30 hrs. de un jueves de setiembre, la vista por la ventana es preciosa y no tengo muchas ganas de hablar en un ómnibus.
Me pide coca, porque la de él se le acabó. Se mete un buen puñado.
Se pone a mear en una botella en el asiento de atrás porque le embola pedirle al chofer que pare. Los pozos no lo ayudan. Putea.
Vuelve y se me sienta al lado.
Se llama Nestor, es metalúrgico, es medio plancha argentino, viaja por el norte para ir a ver a “El Indio” en Salta, estuvo internado 1 hora en Tilcara recibiendo aire, fuma y se mete coca para dentro, habla todo el tiempo,. “Yo entro grati, conozco a todo lo pibe/no son amigos mios, pero son amigos mío y de los pibe/soy de La Renga, es como mi vida/ de River, pero son todos putos, antes mataba por River, ahora me controlo más/los pibe me piden que les lleve coca/fui a ver al Indio a Montevideo, la gente en la calle se corría porque íbamos tomando vino por la principal/ que bueno la vela, como canta el enano” fue su monologo mientras yo asentía con la cabeza y trataba de no hablar más de lo necesario.
El ómnibus deja la ruta y se mete en un camino de tierra hacia el interior de las montañas. La vista es tan preciosa como peligrosa la ruta. Las curvas las toma a 10 kmh, baja por toda la ladera de una montaña por un camino que serpentea. La vista cuando mi lado del ómnibus queda hacia afuera es precioso, igual que el miedo de mirar para abajo y ver sólo un precipicio.
Algunos pueblitos pequeños, unos burros por ahí, ríos congelados por los fríos de la noche y las nubes que están sobre el valle se van desvaneciendo. Nestor me sigue hablando. Trato de distraerlo con las vistas, pero no se aguanta sin hablar, tiene mucho para decir.

Llegamos a Iruya, pueblito precioso que cuelga de una montaña, con la blanca iglesia en lo más bajo del pueblo y las casitas que suben la ladera, callecitas de piedra y los 2.800 mts de altitud. El lecho de un gran río seco separa a Iruya de otra montaña que está al frente, unas casitas sobre esa ladera le intentan hacer la competencia. Iruya es preciosa desde dentro, desde en frente, desde arriba y desde abajo.

Vamos en busca de un hostal para pasar la noche, “lo de Asunta?”, pregunto a unos viejitos, uno de ellos, con un giro de su cuerpo que duró como 3 segundos, me señala por la calle de piedras hacia arriba, casi al infinito. Dos cuadras eternas y en subida empinada.

El Nestor mira hacia arriba “ni en pedo, yo me quedo acá en la iglesia”. Nos metemos más coca, cómo si fuera combustible y subimos. Paro a los 30 metros y me doy vuelta con la excusa de mirar el paisaje, tomo aire, todo el que puedo y sigo. Casi en la loma una niñita me ofrece hospedaje barato, vamos con ella a su casa, es la más alta de todas, es barata y tiene una vista preciosa. No es lo de Asunta, es la casa de al lado. Demasiado tarde pregunte.

Este pueblo es precioso, tan lindo de mirar desde abajo como desde arriba, tan odiosas de subir las calles empinadas, siempre en cuotas. Igual lo caminamos todo y en todos los sentidos, vamos al cementerio y al mirador.
Nos cruzamos con el otro turista, “es de Austria, yo estuve hablando con él”, nos dice el Nestor.
Vamos al pueblito de enfrente cruzando el río seco. Un burrito parado en el camino mirando a la pared de la montaña. Es viejito. Lo acaricio y sigo.
Son muy lindos los burros, siempre andan con cara de recién despiertos y están quietos mirando algo o nada, no se mueven mucho.
El pueblito de enfrente parece que sólo sirve para mirar desde enfrente a Iruya y ver lo linda que és.

A la vuelta, nos cruzamos de nuevo con el otro turista. Hablamos de ir al pueblo siguiente, San Isidro, que solo se llega a pie siguiendo el lecho del río (seco), son como 8 kilómetros ida y sus otros tantos para volver. En una rápida conversación nos convence de salir temprano, a las 7.30 en nuestro albergue prontos. De eso nos dimos cuenta cuando estábamos cenando unas empanadas. Nos convenció fácil y ni cuenta nos dimos.

Volviendo por la maldita subida hacia nuestra casa, vemos cómo debajo de la luz de un farol está parado nuestro amigo el burro con otros dos burros más, quietos mirando algo, con las piedras de la angosta calle que brillan por la luz. Una imagen preciosa. El silencio de la noche, el cielo lleno de estrellas y esa hermosa postal. Nos acercamos lentamente a poco metros de ellos, aparece un perro y los saca cagando, los preciosos burritos que parados estaban comienzan a correr por las angostas calles hacia abajo, hacia nosotros, los dos turistas bajan corriendo y gritando hasta meternos en un jardincito. Un San Fermín con burros. Unos maricones estos turistas.

07.25 suena el despertador, escuchamos al otro turista afuera acomodar el garguero. Lo invitamos a tomar unos tés con pan y queso, no hay apuro, take it easy.
08.30 salimos tras la conquista de San Isidro.
Se nos suma una perrita a la expedición, la llamamos Iruya. 40 minutos después me fijo y le cambiamos el nombre, Isidro. El camino es precioso, por el lecho de un río angosto, casi seco por momentos, de 2 metros en otros. Lo cruzamos varias veces por puentes de rocas o saltando a como podamos. Isidro nos espanta las vacas en el camino y cuando no encontramos el paso fácil nos lo muestra.

El otro turista se llama Will y es de Australia. Tiene 30 años y nunca salió de su país, anda con ganas de hacer todo rápido y ganar el tiempo perdido. Va muerto con nosotros, los de pasos lentos pero seguros, a veces. Es periodista y quiere aprender español. Se va a quedar 2 meses en La Paz estudiando. Vendió todo lo que tenía en Melbourne menos su notebook, ipod, iphone, 2 cámaras de fotos, 1 de video y su afeitadora. Su mochila es la mitad que la mía y va a viajar por 16 meses.

Luego de 2 horas de caminata en subida siguiendo el lecho del río llegamos a San Isidro, un pequeñísimo pueblito sobre una montaña, la subida hasta ahí, de 50 escalones, la hacemos en 25 minutos, es matador el calor, la altura y el cansancio. Unas empanaditas en el cementerio nos ayudan a seguir el camino.
La recorrida al pueblo en 30 minutos y la vuelta.
Tan cansadora como la ida, aunque en bajada, pero con el sol en la cabeza.

La tarde para despedir a Will que se iba a Bolivia. La noche para ir a la quermés del pueblo, donde los niños de la escuela juntaban plata para irse de viaje de fin de año a Salta. Todos estaban ahí.

De madrugada para tomar el ómnibus a Humahuaca, muy temprano, sin luz y la misma preciosa y peligrosa carretera que nos va a dejar en la ruta hacia La Quiaca.

La Quiaca solamente para irnos a Yavi y cruzar en la mañana del día siguiente a Bolivia.

Dedo hasta Yavi y el pueblito más pequeño y más famoso del mundo, 3 cuadras de largo por 1 de ancho, media hacia cada lado. Es famoso pero nadie sabe por qué. Tampoco hay nadie. Solo perros durmiendo la siesta.

Vamos al único hostal que hay abierto. Todo de adobe y con una vista alucinante hacia los secos valles. Buscamos algo para comer, pero está todo cerrado.
Un perro sentado frente a una puerta verde me mira mientras mueve la cola. Me arrimo y golpeo la puerta que se abre mientras se descubre a todo el pueblo ahí dentro almorzando. El cura, el comisario, dos subalternos, un borracho y dos mujeres.
Saludamos, nos sentamos y comemos.

Luego salimos en busca de otra cascada perdida y de pinturas rupestres. Lindas vistas y cascadas secas.

Al día siguiente el cruce de frontera. Llegamos a La Quiaca y comenzamos a caminar por la calle que nos lleva al paso fronterizo.
Entre conversaciones nos damos cuenta que ya estamos en Villazón y no hicimos ningún trámite. Volvemos y hacemos el sellado de pasaporte, nos revisan por la porcina y nos preguntan a qué vamos a Bolivia, ” a pasear señor”.

En Villazón, Bolivia, una hora menos que en Argentina. Es la ciudad para cambiar dinero hasta llegar a La Paz. Típica ciudad fronteriza, fea y linda por el bagallo. Cambiamos y a tomarnos el ómnibus. El último acaba de salir, lo intento correr y ni ahí lo alcanzo. Me quedo lloroso en una esquina, “a Tupiza?” me pregunta un hombre de mameluco azul, “si señor”, “vengan, son $15 cada uno y calladitos la boca”, “señor, si señor”.

La carretera a Tupiza horrible, la están haciendo de nuevo, pero antes y ahora no hay nada, solo caminos de balastro, con pozos y polvo que entra por todos los agujeros del ómnibus y del humano.

Llegamos con mucho calor a Tupiza, la ciudad desde donde vamos a hacer el tour hacia el Salar de Uyuni. Averiguamos en todas las agencias. Lo más importante: el precio, el chofer y el auto, nada de accidentes en la ruta, nada de conductores borrachos, todo que sea en buen precio. Todas ofrecen lo mismo, los mismos lugares y el mismo precio, caro, mucho más de lo que pensaba gastar.

Llegamos a la última agencia, nos ofrecen mejor precio y nos incluyen la noche del hotel con el desayuno. Igual sigue siendo caro. Nos levantamos del asiento para conversarlo afuera. Antes de salir me doy vuelta y le pregunto: “quiénes son los otros dos pasajeros?”. Mira su hoja y nos dice: “son dos alemanas… y hablan español”.

Nuestras sonrisas firman el trato. Nos pasamos toda la tarde recorriendo el pueblo y buscando en cada rubia otra a su lado que sean nuestras compañeras por cuatro días. No las encontramos. Las imaginamos, van desde Heidi Klum y Claudia Schiffer hasta dos roperos gigantes come preztels.

A la mañana siguiente nuestra ansiedad por ir al Salar es solo superada por conocer a nuestras compañeras de viaje.
“No saben si van las chicas…. una de ellas está muy enferma…”, escucho que le dice la de la agencia al chofer, “…sino van los señores de Canada”.

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+ fotos

 

de colores

Con un abrazo de calor nos recibe Salta, la ciudad empanada .
Bajamos en la terminal de buses, dejamos las mochilas en el depósito y seguimos.
“stop, stop!”, les digo a los gringos, (sería como un: esperen, esperen, no puedo seguir caminando así, hace mucho calor, tengo que volver). Vuelvo, pido de nuevo mi mochila, saco la bermuda y voy al baño a cambiarme.
A las 9.30 de la mañana de un lunes de setiembre los 10 baños del servicio para hombres apestaban, era casi que imposible de entrar, todo hedía, de todos lados chorreaba, todos los wc tapados. Un charquito de liquidos humanos barnizaba el piso.
“No seas gallineta”, me dice el que limpiaba, “yo ando descalzo por ahí todos los jueves”.
Elegí el menos peor y pa´dentro. Me desabrocho el pantalón, me desato los championes (con el cuidado de que los cordones no toquen el agüita) y con la bermuda en mis manos salto.
De un solo movimiento antes de caer sobre mis championes me saco el pantalón y me pongo la bermuda, me abrocho y caigo sobre mis championes; ato mis cordones y salgo después de tirar la cisterna.
Me miro en el espejo, pruebo la ralla al medio, al costado mejor, me despeino y salgo.
Le pongo una monedita de 20 centavos al limpiador y le doy una palmadita en su hombro derecho.

Un taxi gratis nos lleva hasta el hostal de Tara, ella se queda, nosotros seguimos. Tenemos la tarde para comprar la cámara del francés. Todavía tenemos el mediodía para comer empanadas.

Salimos de recorrida por el centro, entramos a la catedral, a la hermosa catedral, nos persignamos y seguimos. La plaza y el centro están llenos de gente, mediodía salteño, todos saliendo de sus trabajos y escuelas y liceos para ir a dormir la siesta. En una hora se duerme la ciudad. A cada persona que me cruzo le pregunto por el “Patio de la Empanada”. Todos me dicen que a cinco cuadras. Todo queda a cinco cuadras, juegan con mis sentimientos. Todos duermen la siesta. Todos tienen el mismo calor que tenemos nosotros. Todos son salteños.

Caminamos en la dirección contraria al único shopping que puede estar abierto. Los voy llevando al patio de mis amores.

A veces me confunde el olor de alguna casa, de algún barcito imitador, de un puesto en la calle.

De repente me freno de golpe, huelo las empanadas, estamos cerca, pregunto a un policía por el patio y la respuesta esperada: “cruzando la calle en la próxima esquina, ahí está el Patio de la Empanada”. Perfecto.
“Miren (señalando la otra esquina), que casualidad, el Patio de la Empanada ahí enfrente”, les digo a mis compañeros buscadores de cámaras.

El olor a empanada rodea la esquina. Entramos y mesitas con sombrilla nos esperan. Es el almuerzo ideal. Varias mozas de los distintos barcitos nos ofrecen sus mesas y sus delicias, buscamos una donde corra el aire y nos sentamos.

Por unos minutos no nos atiende nadie. Sólo silencio. Busco cruzarme con la mirada de alguna de las mozas pero me esquivan la mirada. Secretean entre ellas. Algunos clientes se levantan de sus mesas y se van. El aire caliente con olor a empanada se detiene. “Wath´s going on?”  (traducción: que pasa tato?, por qué no nos atienden todavía?) se preguntan mis amigos.  Miro para ambos lados, buscando una explicación, una moza que nos atienda, algo. En eso una bandeja  con platos y vasos caen de las manos de una joven moza que se va hacia detrás de una barra corriendo.
Silencio.
El agua dentro de mi vaso se mueve en círculos concéntricos.
Unas pisadas fuertes se oyen.
Tara y Yann, sentados frente a mí, están inmóviles, con los ojos bien abiertos mirando algo detrás de mí.
Los miro esperando una sonrisa, una respuesta, algo.
Cuando me apresto a darme vuelta y mirar qué sucede a mis espaldas una mano enorme y pesada se apoya sobre mi hombro. Sigo la mano hacia el brazo y luego el cuerpo y la cabeza. Un salteño morocho, de 2 metros y muchos kilos está parado a mi derecha, tapando el sol. Vestido de delantal  blanco sucio y camiseta de mismo color, con varias manos limpiadas en su falda y manchas de sudor en sus axilas y debajo de sus tetillas, me mira firmemente. Huele rico. Huele a fritura.
Me quedo mirándolo.
El último cliente se tropieza con una silla mientras intenta salir corriendo por la puerta.

Salteño enorme- hola.
TT- hola.
Jann y Tara están inmóviles con la boca abierta, se toman de la mano por el miedo.
SE- soy Mario “la empanada” González.
TT-  hola “la empanada”, soy …
Mario “la empanada” González me interrumpe.
M”le”G- ya sé quién sos y por qué estás acá.
Asiento con la cabeza. Solo moviendo mis ojos paso de él a mis amigos que siguen inmóviles mirándo a “la empanada”.
M”le”G- tu reputación es conocida en todo Salta.
TT-…
M”le”G- querémos que pruebes nuestras empanadas.
TT- ..si… claro.
Mario “la empanada” González gira un poco sobre sí mismo y detrás sale una viejita canosa, de un tercio del tamaño de él. Lleva un pañuelo celeste en la cabeza y un delantal de varios colores desde su cuello hasta debajo de la cintura. En sus manos lleva una hermosa panera de mimbre con una servilleta de tela roja, llena de empanadas, la apoya sobre la mesa frente a mí. El sol las ilumina. Empanadas perfectamente iguales, doradas por la manteca, humeantes y sabrosas están frente a mí. Todas para mí.
Las miro fijament, una sonrisa que comienza a dibujarse en mi boca. Mis glándulas salivales trabajan a toda marcha.
M”le”G- ella es mi mamá y te preparó estas empanadas para vos…
Miro a la viejita y le sonrío. Vuelvo a las empanadas. El olor es riquísimo. Se siente el olor de la masa, la carne, la papa, el pollo, el queso, distingo algunos otros condimentos, pero la ansiedad me domina.
M”le”G- hace varios días que te estábamos esperando…
Lentamente levanto las manos de mi falda en dirección a la panera y de un perfecto chicotazo con el repasador, la viejita, hace volver mis manos dolorosas a mi falda. Mira a Mario y le sonríe.
M”le”G- bien mamá (mirándola a ella).
Los miro sin entender.
TT- no eran para mí? (mientras me soplo las manos)
La viejita asiente varias veces con la cabeza.
M”le”G- para vos y tus amigos.
TT- pero ellos no quieren, no les gustan las empanadas.
Los miro de reojo buscando su falsa aprobación. Lo que pasa es que no quería que les pase nada a ellos…
YyT (al mismo tiempo)- we like the empanadias (y miran a la viejita que les sonríe).
Con una sola mano, Mario “la empanada” González, toma la panera y la acomoda en el medio de la mesa, frente a nosotros tres.
M”le”G (saboreándose)- las de la derecha son de pollo, las de la izquierda de queso y choclo y las del medio son de carne cortada a cuchillo por mi mamá, con un poco de papa y…
TT- …y de dulce de leche tienen?
Mario “la empanada” González y su madre se miran de golpe. La viejita lo llama para que se agache y le dice algo al oído. Mario baja la mirada y asiente. La viejita sale apurada hacia uno de los bares.  Mario “la empanada” González apoya suavemente sus puños sobre la mesa y me mira con los ojos llorosos.
M”le”G- las de la derecha son de pollo, las de la izquierda de queso y choclo y las del medio son de carne, buen provecho.
Asiento con la cabeza.
Les hago con mis manos a Yann y Tara que se arrimen y comiencen a comer.
La humanidad de Mario “la empanada” González se aleja silenciosamente.
Comimos en paz y armonía las deliciosas empanadas de “Doña Elvira”.
Me faltó la dulce.

Salimos bien llenitos del patio en dirección al shopping. Hace mucho calor y no da para caminar los 3 kilómetros al rayo del sol con la panza llena y con la ciudad de siesta. “Por qué no dormimos una siestita?” les digo a mis amigos. Me ignoran y siguen su rumbo.

Afiches de toques y eventos empapelan las calles hacia nuestro destino. “La Catalina” hace dos funciones más por entradas agotadas. “Los Midachi” terminan su gira por el interior con 2 fechas en el “Anfiteatro”. “El Indio” toca en el Estadio Municipal ese viernes, sábado y domingo. Muchos argentinos que me crucé en el camino, habían salido de recorrida por el norte con la intención primera de ver al Indio. Ahí va.

Media hora después llegamos al shopping, el aire acondicionado nos refresca y enfría nuestras espaldas sudorosas por las mochilas. Desde el fresco suelo de la tienda asesoro a Yann sobre su compra.

Nuestro ómnibus a Jujuy sale a las 17.30 hrs. Lo justo para un heladito de despedida y un vaso de agua. Besos y abrazos. “Nos vemos en Quito” me dice Tara, “cláro que si…”; como si nos fuéramos a ver en el parque.

El viaje lo paso llorando por la película que nos pasan, “8 degrees below”, la verdadera falsa historia de unos perros héroes abandonados en Alaska.

Llegamos a la ciudad del grito de alegría a la noche y enseguida compramos los boletos para Purmamarca. Tenemos una hora y media. Recorremos la central de ómnibus de Jujuy. Muchas caras indígenas, vestidos de colores y algunas cholitas argentinas acompañan las caminatas de un turista y yo. Todo está sucio. La terminal sólo tiene lugar para 8 ómnibus estacionados, que llegan, levantan pasajeros y en 10 minutos tienen que dejar el lugar para el siguiente. Al lado un mercado de varias cuadras. No salimos de recorrida, tenemos poco tiempo. Cenamos unos riquísimos y baratos sanguches de lomo (así se llaman los chivitos acá) en la plancha oficial de la terminal.

Llegamos a Purmamarca a las 23.00 hrs, todo apagado, todos dormidos. “Lo de José García?”, le pregunto al único peatón que nos cruzamos al llegar a la plaza, “ahí y ahí” me hace indicándome las cuadras con las manos y se va. Llegamos a una puerta reja con un timbre. Un cartel de “hospedaje” en la ventana nos indica que es el lugar correcto. Sale un hombre raro, de pelo largo y mirada al piso, con un gorro como el de Corona pero negro. Con voz baja y simpática nos invita a pasar. Nos muestra el cuarto y nos enseña a usar la ducha a gas. Sin todavía aceptar el cuarto (no teníamos otra opción y el precio era perfecto), nos  empieza a dar horarios de los ómnibus a todos lados, mapas de Bolivia, horarios de trenes de allá y un mapa hecho a mano (por él) del pueblo, con indicaciones de dónde comer barato, qué ver y las mejores horas para verlo. Un crá el José. Nos dejó la llave y se fue a cenar con lo que le pagamos por esa noche. La casa es para huéspedes, José no vive ahí.

A la mañana siguiente entro a la cocina para prepararme mi tecito matinal y la mejor visión en días:  varios mates, de metal, de cuero, de madera, de mate; varios tipos de yerba, bombillas y unos termos. Si, sin lugar a dudas. No me importa de quienes son. Mate de desayuno y vuelta a la felicidad amarga. Le enseño a Yann a tomar y a cebar, le explico alguna leyenda del mate y cómo se lleva cuando se sale a caminar de mate. Al rato andamos por el pueblo paseando con el francés de termo bajo el brazo, mate en la misma mano y con la otra en el bolsillo, como debe ser.

Purmamarca es un pueblito precioso, en la quebrada de Humaguaca, entre montañas de colores y una fea ruta que le pasa por al lado, que tampoco le quita tanta preciosura, pero molesta.

Hacemos la recorrida del pueblo según San José. Primero subir al cerro de enfrente para ver al hermoso y famoso “Cerro de los Siete Colores” con el sol de frente, luego al aburrido cementerio (comparado al de Cachi) y a andar por ahí un rato. Cada hora llegan ómnibus desde Jujuy con turistas como Yann para comprar artesanías en la plaza central y sacarse fotos con el cerro de fondo. Yo sólo camino y disfruto de las callecitas de piedras del pueblo, llenas de perros y tierra.
Todo alrededor son  montañas rojizas y las nubes empiezan a bajar por la montaña. “Noche fría” me dice un viejito al verme sacarle fotos a las nubes. Viejo mentiroso, pienso mientras asiento con la cabeza.
Seguimos de escaladas y bajadas radicales. Vamos por los senderos y volvemos por las laderas. Si loco, es así, soy radical y escalo. Bajo con raspones pero bajo.

A la vuelta del cerro colorido ya está la sombra, se siente el frío. Unas horas más de caminata en las montañas y volvemos a los mates y el calor de la casa. El viejito tenía razón. Terrible frío.

El primer ómnibus de la mañana nos va a llevar a Humaguaca. Seis de la mañana esperando el ómnibus, con mucho frío y el cielo nublado que no deja ver las montañas que están ahí nomás. Comienza una pequeña nevada. Pequeñísima pero nevada al fín. Se ven perfectamente los copos de nieve caer lentamente.
Llega el maldito y calentito ómnibus.

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El ómnibus con destino a Salta nos deja en El Carril. Pequeño pueblo a los costados de la ruta.
O la ruta que pasa por el medio del pueblito.
Da igual.
Un pueblito, que es pueblito porque la ruta pasa por ahí.

Caminamos hasta el inicio de la otra ruta donde tenemos que esperar nuestro ómnibus. Justo ahí hay un comedor, pero me aguanto, no cené anoche y no desayuné, no pasé una buena noche, me tengo que aguantar.

No solo que en el pueblo todos se conocen, sino que andamos caminando con nuestras dos mochilotas por ahí, vestimos raro y tenemos la piel de diferente color. Eso no es nada. Tara, la australiana, es pelirroja, recontra pelirroja, demasiado para ser un color de pelo. Acá todos tienen pelo negro, bien negro, y ella, tiene el pelo rojo, bien rojo, casi que revienta de la rojez.
Hace 5 meses que vive en Argentina, vino a aprender españolo, habla bien, pero no le pone punto final a las oraciones. A veces es gracioso, a veces no sé cuando tengo que empezar a hablar.

Vamos hacia los 3000 mtrs. de altura, así que cruzo a comprar unas hojas de coca. “Hojas de coca tiene?”, “si, de cuales quiere?”, ” y de esas verdecitas nomás..”.
Le doy un poco y le enseño como es que funciona, yo sé de esto: “agarrás unas hojas, te las metés en la boca y las masticas un rato.”
A los 2 minutos estamos escupiendo todo. No se mastican, se dejan ahí, entre las muelas y el cachete, cada tanto las podés apretar un poco con los dientes. Amargo aprendizaje.

Hago un precioso cartel para ver si nos levanta alguien. El dedo del vago. Sentado al costado de la ruta con el cartelito: “CACHI”.
“Mi madre me hizo prometerle solo una cosa…”, dice ella, “…que no iba a hacer dedo en Sudamérica…”. La miro. Me mira. “No te preocupes, yo no le voy a decir nada.” Sonríe.
Mi cartel y mi pulgar siguen en su lugar, el dedo lo hago yo. No hay nada que mentir.

Cuarenta minutos después no nos paró nadie. Todos iban para ahí nomás. Seguimos escupiendo pedacitos de coca.
Ella saca un pan, un tomate y una palta, se hace un “sándwich”. Me ofrece, ni loco como esas cosas raras. Cruzo y me compro un sanguche de milanesa, así se llama la milanesa al pan por estos lares. El salame y la milanesa son salú, como dice mi padre.

Para una camioneta frente a nosotros y se baja un señor, “van a Cachi?”, nos miramos y miramos el cartelito tirado en el piso. “Si?”, mi afirmación confundida. “Los llevo más rápido y más barato que si van en colectivo”. Descónfio. Quien es?, Jebús?, se baja así nomás de las alturas y es nuestra salvación?. “El colectivo pasa en 45 minutos”, nos aprieta. Discutimos un poco, muy poco porque nos queremos convencer. Miro a una de las pasajeras de la camioneta y me asiente con la cabeza. Le creo. Le queremos creer.

Ya en la ruta saco mi bolsita de coca y le ofrezco a todos. El conductor agarra un buen puñado, “pará, agarraste para toda la semana”, le digo, se lo pone todo en la boca, vuelta pa´ca, vuelta pa´lla y se lo deposita en un cachete que le queda del doble de grande. Yo me ponía cuatro hojitas nomás. Hago lo mismo, pero se me caen las hojas de la boca. Me mira por el retrovisor riéndose.

El viaje precioso, subiendo a las montañas, caminos de tierra con precipicios debajo, ventana abierta y a cerrarla rápido por el polvo. “Cómo está Uruguay?”, “Punta del Este no?”, “seguís juando de N9?”, “muy seco por acá”, son algunas de los tópicos que toca el chofer. “No hay montañas en Uruguay”, “yo creo que es de orillo, siempre lo pido así, aunque debe ser de orilla”, “miércoles 11”, “una vez hice un examen con la izquierda porque me había quebrado el pulgar de la derecha”, “de Montevideo, como casi todos”, son algunas de mis respuestas.
Cada vez que intento hablar con la otra pasajera, él baja el volumen de la radio y me contesta. El es el remisero.

A los 3mil y pico de metros entramos en el Parque Nacional Los Cardos.
16 kilómetros de cardos protegidos, no se pueden cortar, no se pueden tocar, no se pueden mover, no se pueden, no se pueden. Solo mirarlos. Miles de cardos.
Es la madera de por acá. No hay árboles y los cardos tienen buena madera. Pero éstos no se pueden tocar. Me dice que crecen 1cm. por año, hay muchos de varios metros de altura.
Claro que en ese parque también aterrizan OVNIS, no es un parque cualquiera, “tiene una energía mísstica”. Yo le creo.

Atravesamos el puente sobre el río seco y entramos en Cachi. Nos deja en la plaza, para que de ahí vayamos a donde querramos, cuatro cuadras para cada lado. Nos recomienda un lugar barato para dormir.  Igual buscamos por nuestra cuenta. La paz y calma dominan el pueblo. No hay nadie en las calles, algunos perros y el silencio. El viento caliente sopla a veces. Todo alrededor son montañas. El pueblo, de la época de la colonia se mantiene en el tiempo.

Un Laboratorio de Tratamiento Nuclear para la Investigación de Células Cancerígenas y un Centro de Alto Rendimiento para Deportistas de Elite revientan los ojos en tan calmo paisaje.

Entre que caminamos le explico que cada vez que me hable tiene que empezar con “bo”, que así se habla en Uruguay (nomá).
Llegamos a un hostal que nos dijeron por ahí, preguntamos a unas chicas y nos dicen que está todo ocupado. Bien, las dejamos ir y vamos igual al hostel a preguntar. No es que no le haya creído, pero a veces es mejor tener una segunda opinión. Llegamos y un gurí mirando la tele sentado en un sillón, muy cómodo. Es el hijo de la dueña, buena onda, le gusta el fútbol y hoy va a hinchar por Uruguay, pero no sabe nada del hostal, si hay gente, si está lleno, cuanto cuesta, nada, no sabe nada. Estos jóvenes de ahora.

En eso entran las mismas dos chicas que nos habían dicho antes que estaban lleno. Nos miramos y nos reímos. “No  te creía” me manda al frente Tara. “No, lo que pasa es que mi hermano vino el año pasado y nos recomendó este precioso hostel y queríamos venir a conocerlo, de verdad que es muy lindo…”. Agradece y nos invita a pasar en 2 horas por si cancelan una habitación. Alcahuete. Igual era carísimo.

Seguimos averiguando en otros pero todos estaban de vivos. Volvimos al que nos había dicho  el remisero, éste sí era el mismo al que había ido mi hermano el año pasado, el que me había recomendado por precioso y quería ir a conocerlo, de verdad que era muy lindo.

Cinco dormitorios, cada uno con 6 camas. Una de esas camas, de uno de esos cuartos lo ocupaba John, el ciclista silencioso. Un irlandés de 55 años que estaba recorriendo Argentina en bici. Hombre de pocas palabras, casi que solo las necesarias. Hombre de muchas pedaleadas. Hombre de rodillas con cascaritas. Hombre de calza todo el día.  Hombre de caramañola en mano. John el silencioso.

Elegimos uno con vista al frente y salimos a buscar un lugar para almorzar.

El ómnibus que viene de Salta acaba de estacionar. Sentado al cordón de la vereda está el francés del día anterior, habíamos quedado en vernos ahí… lo saludo de enfrente con la mejor sonrisa… (maldito destino).

Es de Paris, habló en un boliche con Amelie y es amigo del hermano de Michel Gondry. Lleva en la mochila seis libros, 16 pares de medias blancas y un cubo de Rubik. Escucha jazz francés y a Pink. Es un buen amigo de viaje, desde entonces que andamos recorriendo juntos. Se llama Yann y yo que “i wanna be forever young”.

Cruzamos a su encuentro, choque los cinco, saludos y la mala noticia: cuando se estaba por bajar le manotearon la cámara de fotos… así que a buscarla en la mochila, en el ómnibus, en la calle, en el puente. No está, la perdió, se la robaron, nadie sabe. Se acerca un monje de sotana beige y un gran crucifijo colgando del cuello. Lo agarra de ambas manos y lo santifica, “el señor te va a ayudar a encontrarla”, nos hace una cruz en el aire a cada uno de nosotros y se marcha. Fue el.

Volvemos al hostal y lo metemos en “nuestro” cuarto, elije cama, se lamenta por la cámara y salimos. En 20 minutos juega Uruguay y en el hostal no hay TV. Los bares están cerrados y los que están abiertos no lo pasan. Vamos al primer hostal a ver el partido, sillón frente a la tele, casi que perfecto.

Golpeamos la puerta y entramos. Están todas las mujeres maquillándose en el fondo, entro y me reciben con una sonrisa de labial rojo, “uruguayo, acaban de ocupar el cuarto… una lástima..”, “uh.. que pena, igual podemos ver el partido de Uruguay acá?”. Sillón, papas fritas y cervezas, casi que perfecto. Perdimos 1 a 0.

Para cenar buscamos ver el partido de Argentina vs. Brasil en un bar con la gente de ahí, nada de turistas, bueno, está bien, sólo Tara y Yann. Entramos, un barcito con muchas caras salteñas, gente de Cachi sin tele en su casa, que se junta para ver el partido, para apoyar al equipo de todos, al que todos quieren y al que todos pone mal, el evento de la semana y del mes, los pobres salteños apoyando a la selección de Maradona y los niños millonarios. Aman el fútbol acá. Aman a Maradona acá. Quieren que se vaya Maradona acá. No hay lugar acá. Llegamos muy sobre la hora. Hubiese sido precioso compartir ese momento.

Vemos el partido en otro bar, con locro y mucho vino. La única manera de bajar el locro.

Al terminar el partido todo el pueblo va a un cumpleaños de 18 o a la peña que hay en un bar a tres cuadras de la plaza, nosotros pasamos a saludar por el cumpleaños y seguimos a la peña. Noche de folklore en Cachi. Buena música y el cuerpo oficial de baile del pueblo, seis niños perfectamente vestidos de gauchos y chinas. Uno de ellos era el del cumpleaños.

Pasados unos vinos y varios chamamés, llega un platito con una vela encima. Miro el reloj, 00:05, mi cumpleaños, me pongo nervioso, el cantante deja de cantar su tema para comenzar con el cumpla feliz (que los cumplas uruguayo, que los cumplas feliz), yo feliz, la gente de otras mesas saludándome, “uruguayo!”, gritaron unos borrachos mientras levantaban su vaso, “espero que madures” me dijo la señora de al lado; raro y feliz nuevo cumpleaños. La torta un bolazo. Un dulce raro con unas nueces, no tenían otra cosa. No la terminamos. No nos la cobraron.

Al día siguiente fuimos de visita al cementerio, en las alturas del pueblo. Colorido y con una preciosa vista, todas las montañas de fondo y el pueblo a sus pies. El cielo más cerca.
Luego nos fuimos en busca de La Aguada, siguiendo un cartel. Hace mucho calor y está todo muy seco, todo lo que sea con agua vamos tras ella. Propongo un juego bien fácil, cada uno tiene que cantar una canción típica de su país para amenizar el paseo, yo voy último. The australian girl algo en inglés, poca onda, les français, algo en francés, más divertido pero desentonando, entre risas me toca a mí y me nublo, no me puedo concentrar, es como cuando querés chiflar y te estás riéndo, me toca, creo una espectativa innecesaria, me viene a la mente la letra y canción deseada “me gané con un cupón, que tiraron debajo de la puerta, una noche de pasión con shakira en mi habitación…”, le agrego unos pasos y me retiro ovacionado hacia un costado del camino a hacer pichi. Unos kilómetros después de caminar bajo el sol le preguntamos a una señora qué hay en La Aguada.,”Unas casitas… y ahí vive el cura”, “no hay agua?, un laguito?…cascadita?” media vuelta y a almorzar al pueblo.

Toco acá es seco, muy seco. Esto lleva a que en mis narinas se crean muchas mucosidades, muchas, más de las que puedo quitar. Estoy pasando por mis mejores momentos de mocos, lo disfruto, me gusta sacarme mocos.
No hay humedad. No existen los bichitos de la humedad y la frase “la humedad es lo que mata” no tiene validez por estos lares. La sal salta libremente en los saleros. La gente no se queja de los huesos.

Domingo en Cachi, donde no pasa mucho y menos un domingo. Sólo nos quedaba seguir comiendo y descansando de tantas hermosas vistas.

Busco un locutorio para llamar a casa para saludar a mi madre en el día de la celebración de mi parto, su cesárea. Lo atiende un joven, gran conversador. Estaba estudiando para entrar a la Armada, hacía poco había leído sobre la Revolución Francesa y le contaba cosas al francés (que entiende poco españolo), le explicaba a la australiana que Australia no era un continente ni una isla, sólo un país muy grande, no nos dejaba ir, conectaba un cuento con otro, tampoco nos dejaba hablar, tal vez no quisiéramos para no dar más conversación, “y acá vienen de todos los países a entrenarse en el Centro de Alto rendimiento” dice mientras señala a nuestras espaldas, nos damos vuelta y la pared de una casa corta la línea imaginaria que acababa de crear éste joven, “vienen boxeadores de Cuba, y estuvo Fels…”, todos asentamos con la cabeza sin querer comentar mucho más, viendo nuestro poco interés explica “Fels, el nadador, lo conocen?”,  nos miramos todos sin entender mucho, poca atención prestada, “el que estuvo en la olimpíadas ahora y gano medallas…”, lo miro sorprendido “Michael Phelps estuvo acá?, en Cachi?”, asiente con la cabeza como si le hubiera preguntado si le gusta el dulce de leche. Increíble. No por lo increíble del asunto, sino por lo poco creíble.
Aprovechamos el momento en que se quedó sin saliva para despedirnos y salir corriendo.

A la mañana siguiente nos volvemos en remise, nos sale más barato y es más cómodo y rápido que el colectivo. Está uno al lado del otro. Conviven en paz.

El próximo destino Salta, la capital de la empanada, pocas horas de paso sólamente para comprar la cámara robada.
(Yo no me voy sin mis empanadas).

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$50

“Aaahhhh!”, me bajo gritando del ómnibus, “ya tengo donde quedarme!!, ahh!!”. Agito el buzo en la terminal alejando a todo el que se me trata de acercar. Vengo advertido de que me van a asaltar los buscadores de mochileros para llevarme a sus hosteles y no quiero, yo me busco el mío.  Se abre la gente y salgo corriendo por la primer calle que encuentro. Llego a la esquina y vuelvo. Dejé la mochila en el ómnibus.

Cafayate. La ciudad con 360 días de sol, muchos perros llenos de polvo, y la población divida en: la primera mitad niños escolares y liceales, la otra mitad de locales,  y la última otra mitad de turistas.
Mucha viña alrededor. Rico vino en los bares. La cuna del helado de vino.

Llego a la plaza, camino entre las mesas servidas, los mozos me miran, yo miro sus platos. Está todo muy lindo, todo arreglado, la iglesia donde debe estar, allá atrás las montañas, la ciudad funcionando para ellos y para los turistas. Suena tango bien alto desde la oficina de informes. Comienzan a salir los niños de la escuela, se llena de niños de túnica blanca, piel cobre y pelo negro. Más atrás vienen los del liceo, varones y niñas mezclados, algunos llevan los peinados de moda, otros solo el pelo negro.

Mi nuevo cuarto, 10 camas y solo una ocupada.  “Me voy a quedar dos noches”, le digo a la recepcionista, “qué precio le dieron?”, contesta, “el más barato”, “25?”, “no, 20”. Me muestra en un mapita toda la ciudad y lo que hay para hacer, para allá esto, para acá lo otro, en 2 horas sale la excursión para la Quebrada de la Concha (de la lora), vistas increíbles y lugares mágicos me vende, todavía no lo compro, quiero hacerlo más barato.

Doy una vuelta a la plaza y después para el otro lado para no marearme, visito la iglesia, me confieso y voy al parlante donde sale el tango.

Tres hombres de camisa blanca y pantalón marrón me esperan dentro. Cada uno en su silla. Un escritorio con folletos y algún mapa en la pared.

TT- Hola, vengo a aprender tango.
Los hombres se miran entre ellos y me miran extrañados.
Me pongo la mano en el ombligo y levanto la otra mientras muevo los pies haciendo un doble aparejo.
TT- Tango. Acá no dan clases de tango?
El del medio- No señor, acá es informes al turista.
TT- Ah… con razón.
Me retiro.

Cuento hasta diez y vuelvo a entrar.

TT- hola, buen día.
los 3- buen día.
TT- quiero ir a… mmm…(busco algún cartel que me lo recuerde) a esto de la concha…
eldelmedio (los otros dos sonríen)- La Quebrada de la Concha, es el cauce por el cual corría en sus momentos de gran caudal el Río de la Concha, es el punto más visitado de los Valles Calchaquíes.
TT- sí, ahí quiero ir… pero no quiero pagar las excursiones estas, como puedo hacer?
eldelaizquierda- te alquílas una bicicleta, te tomas el ómnibus que va hacia Salta y le pide bajarse en el Anfiteatro y de ahí te vienes en bicicleta.
TT- buenísimo…
eldeladerecha (nterrumpiéndome)- estas en buena forma?
TT- claro, no ves?
Me tiro al piso y hago 3 lagartijas con los puños cerrados, 5 abdominales y 2 saltos en extensión.
Se quedan anonadados con mi despliegue.
eldelmedio- son 45 kilómetros de vuelta (mirándome fijamente).
TT- ah.. igual yo le tengo miedo a las bicis, me caí de una cuando era chico y no me volví a subir.  Qué otra forma hay?
Murmuran algo entre ellos, miran un mapa y hacen como un trayecto con el dedo sobre él.
eldelmedio- puedes conseguir un remis que te lleve y te espere, te va a salir más barato con otros tres más.
TT- Excelente, muchas gracias.

Salgo de la casilla y miro para todos lados, necesito encontrar a alguien para compartir el remise. Del otro lado de la plaza veo a dos turistas jóvenes con sus cámaras apuntando a la iglesia, ellos venían conmigo en el ómnibus y me parecen que son españoles. Voy corriendo hacia ellos.

TT- hola, son uruguayos?
Los dos amigos que estaban de espalda sacando fotos a la iglesia se dan vuelta asustados.
Ellos- No.
Se quedan mirándome y yo a ellos. No van a decir nada más? pienso.
TT- y de donde son entonces?
Se miran y se hablan en francés.
TT- ahh… la frans, pagis, ye mapel tato, ye sui an estudiont, gui, mesie, baguet.
elmásbajito- yo hablo un poco de españolo.
TT- perfecto, soy tato.
Así me presento, creo a veces que es más fácil de decir que Martín, pero siempre la complican. tató , tatú, tetó, taté.
Nos damos las manos y hacemos una ronda mientras ellos se presentan. Son Pasquale et Fabian.
Al terminar la vuelta el incómodo silencio me apura.
TT- vieron la Quebrada de la Concha?, todas las formaciones alucinantes que hay por acá a la vuelta?, bueno, para ir hay muchas excursiones, pero no quiero pagarlas y averigüé en informes (les señalo la casita) y me dijeron que la mejor forma para ir es en un remise, con cuatro personas no sale más barato y nos libramos de la excursión, quieren ir?
Digo todo eso en 4 segundos. Los nervios y el apuro me juegan en contra. Me siento un chanta.   Un tipo cruza la plaza corriendo,  los asusta y todavía los quiere convencer de ir en remise a ver unas montañas raras, cualquiera.
Se miran y los dos levantan los hombros y las cejas al mismo tiempo que bajan los costados de las boca.
Pasquale- no entendimos, más despació.
TT (hablando más despacio)- la Concha, saben lo que es?
P- sí, sí, ya tenemos la excursión para mañana.
TT- Ah… bien. Y ahora que van a hacer?
P- no se.. vamos a comer, sacar fotos por ahí, lo que hacen los turistas.
TT- jaja, (de compromiso). Yo voy a una cascada que hay por allá. Nos vemos mamaderas.
P et F – salut.
TT- salut.

Agarro, según mi mapa, para el NO. La 25 de mayo todo derechito. Son 6 kilómetros hasta el comienzo de la cascada. Empiezo a caminar, miro la hora, 13.30 hrs y yo todavía no comí. Entro al primer almacén que veo. Un niño detrás del mostrador. “Empanadas venden?”, le pregunto. “mamá, empanadas vendemos?” grita el niño hacia el fondo. “no!”, se oye del más allá. Llevo un agua y ninguna empanada.

La gente de por acá, el norte, son muy simpáticos y alegres, todos saludan. Los saludes primero o no. Así son. No te responden de compromiso con un “hola”, “bien”, “buenas”, “opa”. Todos los saludos vienen con algo más, sentido, con cariño, “hola, como anda?”, ” que linda está la tarde”, buenas tardes señor”, “buenas tardes señora”, “durmió bien anoche?” y todo lo cierran con una sonrisa. Así da gusto andar paseando y saludando.

Mis primeros 200 metros fuera de la ciudad son aburridos. Camino seco y con viento levantador de polvo. A lo lejos viene un auto y tímidamente le hago dedo, no llego a levantar la mano más que la cintura, como en el saque del paddel. Me paran y me subo. Son una pareja de 50 años, más o menos, de Buenos Aires, ella tiene la cara igual a Dolina y cada vez que me habla me río y no la puedo seguir mirando. El tiene cara de tipo nomás, tuvo una novia en Montevideo, “qué lindo Montevideo…” y alarga la o mientras algún recuerdo vuelve a su mente.
Van al mismo lugar que yo, así que contentazo.

Paramos en la reserva de los Sanui, para ver unas pinturas rupestres en unas cuevas. Nos acompaña una guía local, que vive en esas tierras prestadas que no son de ella, pero que antes eran de sus padres, abuelos,  bisabuelos y muchos más hacia atrás. El dueño quiere hacer un hotel. Ella vive de lo que le paguen los turistas, a colaboración.
Subimos entre las rocas y vemos la primer cueva, todo oscuro, no se ve nada. Ella dice que si, señala unas cosas y dice que son llamas y los cazadores detrás. Tienen 600 años de antigüedad. Yo no veo nada.
Seguimos a la siguiente, en ésta si se ven las llamas pintadas, unos muñequitos con lanzas y unas montañas. Lindo, nunca había visto unas pinturas rupestres, ahora si.
Bajando pasamos por la última cueva abierta con pinturas, primero pasan los señores, yo espero fuera; mientras ellos miran la guía dice: “y esos redondeles son los OVNIS”. Los corro a todos y me meto dentro. “Ovnis!, yo sabía que tenía que estar acá, yo sabía que hoy era el día, yo sabía que los Sanui eran mis indios preferidos, yo sabía…” De un cachetazo me calla la guía. Bajamos. Yo no me puedo quedar con la duda, “… y usted vió ovnis alguna vez?”, le pregunto, “sí, a veces a la hora del rezo se ven arriba de aquel cerrito y pasan las luces por todo el cielo” me dice como si nada mientras sigue bajando. La mujer Dolina me mira y me pone cara de “es mentira”, pero su cara de “es mentira”  en su cara me hacen reír, así que no le doy bola y sigo bajando mirando hacia el cielo, esperando ver alguna lucecita rara.

Andamos unos kilómetros más y llegamos hasta donde el camino lo permite. Un quiosquito con 2 cocas, 1 botella de agua y artesanías es lo único que hay por ahí. Le preguntamos al quioskero cuanto falta para la cascadita y nos dice que son 2 kilómetros de camino rocoso y que hay que escalar a veces. El tipo con cara de tipo se da vuelta y me dice, “nosotros hasta acá llegamos, ya sos grande y podés seguir solo, nosotros solamente vamos a entorpecer tu búsqueda, así que vé, vé libremente en busca de tu cascada”, me da un abrazo y yo le respondo. La mujer Dolina con los ojos llorosos está a su lado con los brazos abiertos esperando su turno del abrazo. Se lo doy y corro hacia el bosque sin mirar hacia atrás.
Ni bien doblé detrás de unos arbustos frené porque no daba para seguir corriendo.

Camino al costado del río. La vista es hermosa, hay muchas caídas de agua en el camino. A veces se hace difícil. Metiéndome en pastizales y siguiendo las pizadas de las cabras para no perderme. Cruzo varias veces el río, de lado a lado, porque se me corta el camino. Llego a una caída de agua de metro y medio y debajo un laguito medio profundo. Todavía no me baño, si quiero llegar a la caída grande, que seguramente es hermosa, no voy a andar todo lo que me falta mojado, me voy a paspar y tal vez resfríar, quien sabe. Sigo mi camino. Hace una hora que voy subiendo y todavía no llego. Escucho el aullidito de un zorro. Miro para atrás pero no veo nada. Sigo mi camino. En un cruce difícil del río, saltando entre rocas, veo que más adelante vienen dos personas con un guía. Yo en el medio del río parado en una piedra, a punto de saltar a  otra que no quiero saltar porque sé que me voy a caer. Ellos me miran y me saludan. Saludo, cierro los ojos y salto. Caigo bien. “Falta mucho?”, les pregunto. “para que?” me responde graciosamente uno de ellos. “yo que sé… para la siguiente caída de agua”, “40 minutos más” me responde el guía.
Sigo caminando, trepando. El sol ya se escondió detrás de las montañas. Todo está en sombra. Ya veo que no me voy a poder bañar, pero sigo subiendo. Delante de mí unas rocas difíciles, me cuestan escalarlas,  es como una pared con algunos escalones. Subo con cierto esfuerzo, primero mis manos llegan al borde y me subo haciendo fuerza con mis brazos. Cuando mi cabeza asoma el borde, un zorrito sentado frente a mí me mira.

Zorrito- hola (con dulce voz)
TT- hola zorrito (mientras subo y me siento a su lado)
Z- a donde vas?
TT(emocionado)- quiero llegar a la caída más grande de agua y bañarme ahí!
Z- es tarde, falta para llegar…
Miro mi reloj, 18.30 hrs., hace 3 horas que estoy subiendo por la cascada.
Z- está oscureciendo y no son caminos para hacerlos apurado y a oscuras, es peligroso (y me muestra un corte en una de sus patitas traseras)
TT- debería volver? (me pregunto sabiendo la respuesta)
Z- sí, deberías. Podés volver mañana y vamos juntos.
TT- Me encantaría.
El zorrito tiene un pelo precioso y mueve la cola todo el tiempo.
TT- puedo acariciarte?
Z- (girando su cabecita hacia mi, solo levantando los ojos) no se puede, no nos dejan.
TT- por?
Z- porque seguro me gustaría y querría más, eso es peligroso, te seguiría, seguiría a otros, no podemos acercarnos mucho, después nos ponen en sus casas, en las paredes, en sus cuellos… no quiero eso.
TT- yo no te haría eso, solo quiero acariciarte.
Z- no nos dejan… (bajando la mirada).
Me pongo mi mochila, me despido y bajo.
TT- chau zorrito.

En 30 minutos llego al quiosquito, con algunos pequeños rasguños y un pie mojado.

A la noche me encontré con Pasqual et Fabian. Comimos empanadas, tomamos vino, hablamos de fútbol y de viajes. La historia grande de Uruguay y Peñarol sigue viva, con algunos colores. Ellos dan la vuelta al mundo, la acaban de empezar. Les conté de mi encuentro con el zorrito, creo que no me creyeron.

A la mañana siguiente me paso deliberando por la excursión. La hago o no la hago?, la hago o no la hago?. Doy unas vueltas a la plaza pensando. Son $50, tampoco es tanto… son $50, es mucha guita y seguro veo rocas más lindas más adelante, en otros pueblos… Me decido. La hago. Voy al hostal, pregunto por la excursión y si todavía hay lugar.
” No hay lugar”, sentencia serio el de la recepción. Sonríe y me anota en la lista. “salimos en 20 minutos”. El tiempo perfecto para maquillarme y ponerme algo lindo.

Llega una camioneta cerrada con varias filas de asientos. Nos sentamos todos según nuestro idioma. Adelante las alemanas, detrás los franceses y en la última los hispanoparlantes, un argentino, una australiana y yo.
El guía no habla nada de inglés, por lo tanto pronuncia todas las letras de cada palabra con una perfecta modulación para así todos puedan entender. Es lo mismo, solo nosotros tres entendemos y a veces traducimos.
Vamos parando cada tanto y hacemos unas vueltas por la quebrada. Formaciones increíbles, de todos los colores, producida por la oxidación de los elementos y los años de sol y viento. Como esos frasquitos llenos de arenas de colores, bueno, como esos. El argentino y yo nos quedamos siempre relegados sacando fotos, lo siento, hay mucho para ver. Nos perdemos de las explicaciones y de las figuras que forman algunas rocas, como las constelaciones, hay que tomar vino para verlas.
Seguimos haciendo estos viajes cortos, volvemos a la camioneta y volvemos a bajar.

Hablando con todos siempre hay alguien que viene de allá y otros que vamos hacía ahí, así que quedamos para encontrarnos en tal lugar y vamos a tal lado y así pagamos menos. Encuentros improbables pienso yo. Todavía falta para eso, pero bueno.

Pasamos por el obelisco y el sapo, formaciones que a eso se parecen…
Se nubla, como no se nublaba en dos meses, los miles de tonos de rojos y rojizos y verdes y amarillos que hay en las montañas se apagan.
Queda lo mejor todavía. El Anfiteatro y la Garganta del Diablo.
Llegamos a la primera y una música de charango se oye a lo lejos. Una bóveda enorme de 30 metros de alto con el techo abierto y una entrada (por la que entramos), increíble. Un tipo tocando el charango como a 50 metros dentro se oye como si estuviera al lado. Le damos una vuelta y volvemos. Tremenda acústica. Ahí hacían los conciertos los Sanui.
A los pocos metros la Garganta del diablo. Entramos. Es como si la montaña se hubiera derretido y dejara una rampa para subirla y más arriba una… cómo describirlo… una garganta, eso, una garganta enorme formada por miles de años de lluvia y caída de agua.

Nos volvemos, algunos dormidos, a veces todos.
Quedamos con el argentino y la australiana para cenar en dos horas. Ducha y a la cama un ratito. Muchos colores hoy.

Me despierto sudoroso, mareado, no me siento bien, con algo de fiebre, que comí hoy?… no me acuerdo, frutas, deben ser las frutas, tengo que comer solo empanadas o cosas así, no aprendo. Voy al punto de encuentro para despedirme y decirles que no voy a cenar con ellos y menos tomarme el helado de vino. Abrazos y hasta la próxima.

Vuelvo al hostal, me acuesto. Giro hacia la pared y me sube todo lo que tengo en el estómago, lo freno cerrando la boca y con el dedo índice y pulgar como candado. Corro hacía el baño y vomito de lo lindo. No veo nada conocido. Sólo agua. Me lavo los dientes y vuelvo a la cama.
Paso una mala noche pero me despierto mejor.

A la mañana siguiente, muy de mañana, a la estación para irme a Cachi. Me encuentro con Pasquale et Fabian, ellos van a Salta en el mismo ómnibus, yo me voy a bajar antes. Subiendo al ómnibus escucho “tató!”, miro para atrás y the australian girl, “para donde tengo que comprar el pasaje?”.
El sol asoma por detrás de las montañas.

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Los paisajes desde la ventana siempre son (casi) los mejores. Si no tienen ventanilla libre me tomo el siguiente. Mentira. Pero tanto del viaje es la vista que hay desde un lugar a otro, que en el lugar mismo.

Ríos cayendo en valles frondosos, casitas y pueblitos de 4 casitas perdidas en el medio de la nada, montañas verdes, cascadas. Me quiero bajar en todos lados, pero no lo hago.

El viaje de Tucumán a Amaicha del Valle es precioso, largo, lento y frenando en cada pueblito que atraviesa la ruta. Pero lindo camino. Claro que dormí una siestita y antes una pre siestita. Pero eso no me quita lo viajado.

En Catamarca se sube una niña que me despierta, “ese es mi asiento señor”. Yo tenía el 13, ventanilla, donde estaba sentado. Ella me dice que también. Me levanto sin decirle nada, ella es de acá (de allá) y que viaje donde quiera, yo ya miré. Al rato nos amigamos y empezamos a hablar. Ella es de un pueblito que me repitió el nombre no menos de 5 veces y cada vez me lo aprendí, ahora ya no. Es muy lindo como hablan allá (y acá). Le ponen los acentos a la palabra en cada vocal. A como gusten y sin discriminar, como si estuvieran subiendo y bajando de un tobogán.

A continuación transcribiré una conversación que tuve con ella. Para ilustrar el tema de los asentos utilizaré MAYÚSCULAS en los casos en que ella acentuaba la palabra:

Ella- … y En urUgUai no tieEnen mOntaAñas
TT- no, tenemos cerros, preciosos, no queremos tener montañas, así podemos ver para todos lados desde abajo.
Ella- Y teEnes hermAnOos?
TT- sí, tengo dos, más grandes que yo… pero yo soy más alto que ellos.
Ella- sos el mAs chico y el mAs grandEe?..
Asiento con la cabeza.
Se queda pensando un ratito.
TT- vos tenés hermanos?
Ella- sIete y yo soy la del mEdiO, perO soy la mAs bajIta…. (gira su cabeza mirando hacia la ventana).
TT- qué bueno! (ella gira rápidamente su cabeza hacia mi), yo siempre quise ser el más bajo y ya no puedo serlo.
Sonrió y volvió a mirar por la ventana.

Susana se llama, tiene 20 años y estudia derecho. Quiere llegar a ser abogada defensora para poder devolverle la tierra a los indígenas y protegerlos. Tiene una sonrisa bien blanca y llena de dientes que contrasta con su piel rojiza/moreno/dorada (no se bien los colores).

El ómnibus sigue subiendo y subiendo, pasamos paisajes cada vez más lindos y que tanto cambian radicalmente. Salimos de los valles verdes con ríos a la sequedad de las alturas.

Llego a Amaicha, me bajo del ómnibus, me dan la mochila, me piden una monedita a voluntá (por darme la mochila). No tengo, no hay monedas, no tengo, nunca tengo, tengo que tener, tengo que tener? No tengo monedas ahora.

Se me acercan cuatro ofreciéndome hostales, todos son buenísimos y con la mejor vista, me voy al más barato. Queda a tres cuadras de la plaza, como todo lo más lejano. La vista está bien, el hostal mejor. Todo de adobe, techos de caña y madera (bolsas y chapas en el medio y arriba). Me recomiendan ir a pasear al pueblito, ir con los de informes turísticos que hacen excursiones o ir a la caída de agua. Hace calor y hay mucho viento, todo lo seco que hay en la vuelta, desde el suelo y su tierra (polvo) hasta lo las bolsas y papeles y botellas y palitos y hojas, todo vuela y molesta. Me voy a la caída de agua. Seguro. Quiero agua.

Me cambio y pronto para arrancar me cruzo con el otro huésped del hostal.

TT- hola
Porteñito- hola
TT- todo bien?
P- eso es problema mío.
TT- muy bien, sabés como es para ir a la preciosa cascadita?
P- tenés que agarrar esta callecita (la de frente al hostal) para allá (señalando hacia allá) todo derecho.
TT- pero Sol (la del hostal) me dijo que era por esa otra (señalando la de atrás del hostal)…
P- bueno, hacé lo que quieras yo llegué bien.
Se da vuelta dejándome con las palabras en la punta de la boca. Cero a uno.

Comienzo mi ventoso y polvoriento viaje hacia la preciosa cascadita.
Tomo dos veces el camino incorrecto. Metiéndome en casas o en caminos que terminaban en vacas flacas. Llego a un camino más camino que como los que venía tomando y enseguida me cruzo con una niña en bicicleta. “Sabés a cuanto queda la preciosa cascadita?”, le pregunto. ” 6 kilómetros”, me contesta sin mirarme. “Todo derecho por esta verdad?”, me asienta con la cabeza y sigue dejando polvo detrás (y frente a mí).

Cada tanto aparecen dos o tres casitas juntas y por un trecho nada más. Todo alrededor son montañas secas. Enormes y preciosas, rojizas y puntiagudas. Cada otro tanto más tanto, hay almacencitos. Me detengo en uno de ellos para comprar agua y alguna fruta, no almorcé y para hacer caminatas largas nada mejor que ir bien comido y con reservas para la vuelta que es más aburrida aún. Redondeo con más naranjas porque no tiene monedas de cambio. Las naranjas más ricas que comí en los últimos 3 días. Una mezcla de naranja con membrillo. Rarísimas y riquísimas.
Se me acercan dos perritos, uno grandote y el otro chiquito (cuerpo grande pero patas cortitas, algún salchicha anduvo por acá). Son amigos entre ellos y ahora son mis amigos y compañeros de viaje. Me cuentan que se dedican a cazar ratoncitos de campo, lagartijas y todo lo que puedan encontrar en la vuelta, que ya no están para andar comiendo restos o revolviendo la basura en la ciudad, no, no, no, ellos están pa´otra. Quieren ser libres y correr y ladrar cuando quieran.

Así lo hacen. Están al lado mío caminando a mi par y de repente salen corriendo como locos, primero uno y después el otro. Se quedan oliendo un arbolito, uno de cada lado, como acechando una presa, y después que los paso se me vuelven a arrimar moviendo la cola y buscando una caricia. Les ofrezco banana pero no comen fruta me dicen, “eso es para caniches y esos perros falderos, nosotros somos cazadores”.

Los canales, a ambos lados del camino, hechos de piedras, siempre llevan agua limpia y con buen caudal. El ruidito del agua es solo cortado cuando vienen las ráfagas de viento y algún chiflidito que me mande tarareando alguna canción de moda.

Llego donde hay dos hombres trabajando. Les pregunto por la preciosa cascadita y me señalan que siga el canal grande, que ya falta poco, y que no hable con extraños.

Sigo mi camino bordeando el canal grande, con mucha agua bajando y subiendo, por el costado de la montaña. Puedo entender cómo hace para ir en bajada el agua, pero no en subida.

Llego a un gran cañón, con el paso seco de un río al medio y dos paredes altísimas de montañas que la acompañan a cada lado. Sino no sería un cañón. Típico lugar para una emboscada de los indios a los cowboys. Con sus tunas y su tierra seca.

El dique delante mío y más allá un laguito que sale de una grieta. Voy hacia ahí. El ruido de la caída del agua es fuertísimo. Terrible cascada debe ser. No hay espacio a los costados, así que tengo que sacarme las chancletas y a nadar. Ochocientos metros más adelante está la preciosa cascadita entre las altísimas laderas de la montaña, como si saliera el agua de una de ellas, como si arriba del todo hubiera una gran canilla abierta. Me remojo un poco, disfruto del agua, del sonido y del paisaje. Ya no siento mis pies, el agua está helada y a la sombra de las montañas ya no hace tanto calor. Mis amigos me ladran que me apure.

La vuelta con dos bananas y tres naranjas/membrillos la hago de taquito.

Llegamos al hostal al ocaso del día. Una rápida ducha y una pequeñísima reposada antes de salir a conocer el pueblo, la plaza y sus dos cuadras a la redonda.

Mis amigos entran conmigo al hostal, yo me hago el gil y nadie les dice nada. Hay un perro local en el hostal, pero medio gallineta no les ladra.

El pueblito, su plaza, los jóvenes que ahí tomando un vinito estaban, algunos gruñidos entre los perros locales y mis amigos cazadores, el cielo lleno de estrellas y empanadas a $1,5 hicieron nuestra recorrida más amena. Probamos las de pollo y las de carne. Tienen el sabor de lo que valen. No tenían de otros gustos.

Averiguo para irme de mañana al Cafayate y volvemos al hostal. Cenamos todos los huéspedes del hostal, más una recién llegada, más un amigo del dueño, más el dueño. Eramos cinco.

Divertidos comimos y tomamos cervezas artesanales, los tallarines caseros estaban más o menos, pero siempre hay que decir que estaban riquísimos.

El otro huésped me pregunta por la cascadita, si llegué; “claro que sí, y me bañé” le contesté mientras metía un tenedor lleno de tallarines en mi boca, “yo no”, me contesta, ” que mal, llegar hasta ahí y no bañarte… no sabés lo que te perdiste”. Uno a uno.
Terminamos siendo amigos.

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