clásico

Los paisajes desde la ventana siempre son (casi) los mejores. Si no tienen ventanilla libre me tomo el siguiente. Mentira. Pero tanto del viaje es la vista que hay desde un lugar a otro, que en el lugar mismo.

Ríos cayendo en valles frondosos, casitas y pueblitos de 4 casitas perdidas en el medio de la nada, montañas verdes, cascadas. Me quiero bajar en todos lados, pero no lo hago.

El viaje de Tucumán a Amaicha del Valle es precioso, largo, lento y frenando en cada pueblito que atraviesa la ruta. Pero lindo camino. Claro que dormí una siestita y antes una pre siestita. Pero eso no me quita lo viajado.

En Catamarca se sube una niña que me despierta, “ese es mi asiento señor”. Yo tenía el 13, ventanilla, donde estaba sentado. Ella me dice que también. Me levanto sin decirle nada, ella es de acá (de allá) y que viaje donde quiera, yo ya miré. Al rato nos amigamos y empezamos a hablar. Ella es de un pueblito que me repitió el nombre no menos de 5 veces y cada vez me lo aprendí, ahora ya no. Es muy lindo como hablan allá (y acá). Le ponen los acentos a la palabra en cada vocal. A como gusten y sin discriminar, como si estuvieran subiendo y bajando de un tobogán.

A continuación transcribiré una conversación que tuve con ella. Para ilustrar el tema de los asentos utilizaré MAYÚSCULAS en los casos en que ella acentuaba la palabra:

Ella- … y En urUgUai no tieEnen mOntaAñas
TT- no, tenemos cerros, preciosos, no queremos tener montañas, así podemos ver para todos lados desde abajo.
Ella- Y teEnes hermAnOos?
TT- sí, tengo dos, más grandes que yo… pero yo soy más alto que ellos.
Ella- sos el mAs chico y el mAs grandEe?..
Asiento con la cabeza.
Se queda pensando un ratito.
TT- vos tenés hermanos?
Ella- sIete y yo soy la del mEdiO, perO soy la mAs bajIta…. (gira su cabeza mirando hacia la ventana).
TT- qué bueno! (ella gira rápidamente su cabeza hacia mi), yo siempre quise ser el más bajo y ya no puedo serlo.
Sonrió y volvió a mirar por la ventana.

Susana se llama, tiene 20 años y estudia derecho. Quiere llegar a ser abogada defensora para poder devolverle la tierra a los indígenas y protegerlos. Tiene una sonrisa bien blanca y llena de dientes que contrasta con su piel rojiza/moreno/dorada (no se bien los colores).

El ómnibus sigue subiendo y subiendo, pasamos paisajes cada vez más lindos y que tanto cambian radicalmente. Salimos de los valles verdes con ríos a la sequedad de las alturas.

Llego a Amaicha, me bajo del ómnibus, me dan la mochila, me piden una monedita a voluntá (por darme la mochila). No tengo, no hay monedas, no tengo, nunca tengo, tengo que tener, tengo que tener? No tengo monedas ahora.

Se me acercan cuatro ofreciéndome hostales, todos son buenísimos y con la mejor vista, me voy al más barato. Queda a tres cuadras de la plaza, como todo lo más lejano. La vista está bien, el hostal mejor. Todo de adobe, techos de caña y madera (bolsas y chapas en el medio y arriba). Me recomiendan ir a pasear al pueblito, ir con los de informes turísticos que hacen excursiones o ir a la caída de agua. Hace calor y hay mucho viento, todo lo seco que hay en la vuelta, desde el suelo y su tierra (polvo) hasta lo las bolsas y papeles y botellas y palitos y hojas, todo vuela y molesta. Me voy a la caída de agua. Seguro. Quiero agua.

Me cambio y pronto para arrancar me cruzo con el otro huésped del hostal.

TT- hola
Porteñito- hola
TT- todo bien?
P- eso es problema mío.
TT- muy bien, sabés como es para ir a la preciosa cascadita?
P- tenés que agarrar esta callecita (la de frente al hostal) para allá (señalando hacia allá) todo derecho.
TT- pero Sol (la del hostal) me dijo que era por esa otra (señalando la de atrás del hostal)…
P- bueno, hacé lo que quieras yo llegué bien.
Se da vuelta dejándome con las palabras en la punta de la boca. Cero a uno.

Comienzo mi ventoso y polvoriento viaje hacia la preciosa cascadita.
Tomo dos veces el camino incorrecto. Metiéndome en casas o en caminos que terminaban en vacas flacas. Llego a un camino más camino que como los que venía tomando y enseguida me cruzo con una niña en bicicleta. “Sabés a cuanto queda la preciosa cascadita?”, le pregunto. ” 6 kilómetros”, me contesta sin mirarme. “Todo derecho por esta verdad?”, me asienta con la cabeza y sigue dejando polvo detrás (y frente a mí).

Cada tanto aparecen dos o tres casitas juntas y por un trecho nada más. Todo alrededor son montañas secas. Enormes y preciosas, rojizas y puntiagudas. Cada otro tanto más tanto, hay almacencitos. Me detengo en uno de ellos para comprar agua y alguna fruta, no almorcé y para hacer caminatas largas nada mejor que ir bien comido y con reservas para la vuelta que es más aburrida aún. Redondeo con más naranjas porque no tiene monedas de cambio. Las naranjas más ricas que comí en los últimos 3 días. Una mezcla de naranja con membrillo. Rarísimas y riquísimas.
Se me acercan dos perritos, uno grandote y el otro chiquito (cuerpo grande pero patas cortitas, algún salchicha anduvo por acá). Son amigos entre ellos y ahora son mis amigos y compañeros de viaje. Me cuentan que se dedican a cazar ratoncitos de campo, lagartijas y todo lo que puedan encontrar en la vuelta, que ya no están para andar comiendo restos o revolviendo la basura en la ciudad, no, no, no, ellos están pa´otra. Quieren ser libres y correr y ladrar cuando quieran.

Así lo hacen. Están al lado mío caminando a mi par y de repente salen corriendo como locos, primero uno y después el otro. Se quedan oliendo un arbolito, uno de cada lado, como acechando una presa, y después que los paso se me vuelven a arrimar moviendo la cola y buscando una caricia. Les ofrezco banana pero no comen fruta me dicen, “eso es para caniches y esos perros falderos, nosotros somos cazadores”.

Los canales, a ambos lados del camino, hechos de piedras, siempre llevan agua limpia y con buen caudal. El ruidito del agua es solo cortado cuando vienen las ráfagas de viento y algún chiflidito que me mande tarareando alguna canción de moda.

Llego donde hay dos hombres trabajando. Les pregunto por la preciosa cascadita y me señalan que siga el canal grande, que ya falta poco, y que no hable con extraños.

Sigo mi camino bordeando el canal grande, con mucha agua bajando y subiendo, por el costado de la montaña. Puedo entender cómo hace para ir en bajada el agua, pero no en subida.

Llego a un gran cañón, con el paso seco de un río al medio y dos paredes altísimas de montañas que la acompañan a cada lado. Sino no sería un cañón. Típico lugar para una emboscada de los indios a los cowboys. Con sus tunas y su tierra seca.

El dique delante mío y más allá un laguito que sale de una grieta. Voy hacia ahí. El ruido de la caída del agua es fuertísimo. Terrible cascada debe ser. No hay espacio a los costados, así que tengo que sacarme las chancletas y a nadar. Ochocientos metros más adelante está la preciosa cascadita entre las altísimas laderas de la montaña, como si saliera el agua de una de ellas, como si arriba del todo hubiera una gran canilla abierta. Me remojo un poco, disfruto del agua, del sonido y del paisaje. Ya no siento mis pies, el agua está helada y a la sombra de las montañas ya no hace tanto calor. Mis amigos me ladran que me apure.

La vuelta con dos bananas y tres naranjas/membrillos la hago de taquito.

Llegamos al hostal al ocaso del día. Una rápida ducha y una pequeñísima reposada antes de salir a conocer el pueblo, la plaza y sus dos cuadras a la redonda.

Mis amigos entran conmigo al hostal, yo me hago el gil y nadie les dice nada. Hay un perro local en el hostal, pero medio gallineta no les ladra.

El pueblito, su plaza, los jóvenes que ahí tomando un vinito estaban, algunos gruñidos entre los perros locales y mis amigos cazadores, el cielo lleno de estrellas y empanadas a $1,5 hicieron nuestra recorrida más amena. Probamos las de pollo y las de carne. Tienen el sabor de lo que valen. No tenían de otros gustos.

Averiguo para irme de mañana al Cafayate y volvemos al hostal. Cenamos todos los huéspedes del hostal, más una recién llegada, más un amigo del dueño, más el dueño. Eramos cinco.

Divertidos comimos y tomamos cervezas artesanales, los tallarines caseros estaban más o menos, pero siempre hay que decir que estaban riquísimos.

El otro huésped me pregunta por la cascadita, si llegué; “claro que sí, y me bañé” le contesté mientras metía un tenedor lleno de tallarines en mi boca, “yo no”, me contesta, ” que mal, llegar hasta ahí y no bañarte… no sabés lo que te perdiste”. Uno a uno.
Terminamos siendo amigos.

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