$50

“Aaahhhh!”, me bajo gritando del ómnibus, “ya tengo donde quedarme!!, ahh!!”. Agito el buzo en la terminal alejando a todo el que se me trata de acercar. Vengo advertido de que me van a asaltar los buscadores de mochileros para llevarme a sus hosteles y no quiero, yo me busco el mío.  Se abre la gente y salgo corriendo por la primer calle que encuentro. Llego a la esquina y vuelvo. Dejé la mochila en el ómnibus.

Cafayate. La ciudad con 360 días de sol, muchos perros llenos de polvo, y la población divida en: la primera mitad niños escolares y liceales, la otra mitad de locales,  y la última otra mitad de turistas.
Mucha viña alrededor. Rico vino en los bares. La cuna del helado de vino.

Llego a la plaza, camino entre las mesas servidas, los mozos me miran, yo miro sus platos. Está todo muy lindo, todo arreglado, la iglesia donde debe estar, allá atrás las montañas, la ciudad funcionando para ellos y para los turistas. Suena tango bien alto desde la oficina de informes. Comienzan a salir los niños de la escuela, se llena de niños de túnica blanca, piel cobre y pelo negro. Más atrás vienen los del liceo, varones y niñas mezclados, algunos llevan los peinados de moda, otros solo el pelo negro.

Mi nuevo cuarto, 10 camas y solo una ocupada.  “Me voy a quedar dos noches”, le digo a la recepcionista, “qué precio le dieron?”, contesta, “el más barato”, “25?”, “no, 20”. Me muestra en un mapita toda la ciudad y lo que hay para hacer, para allá esto, para acá lo otro, en 2 horas sale la excursión para la Quebrada de la Concha (de la lora), vistas increíbles y lugares mágicos me vende, todavía no lo compro, quiero hacerlo más barato.

Doy una vuelta a la plaza y después para el otro lado para no marearme, visito la iglesia, me confieso y voy al parlante donde sale el tango.

Tres hombres de camisa blanca y pantalón marrón me esperan dentro. Cada uno en su silla. Un escritorio con folletos y algún mapa en la pared.

TT- Hola, vengo a aprender tango.
Los hombres se miran entre ellos y me miran extrañados.
Me pongo la mano en el ombligo y levanto la otra mientras muevo los pies haciendo un doble aparejo.
TT- Tango. Acá no dan clases de tango?
El del medio- No señor, acá es informes al turista.
TT- Ah… con razón.
Me retiro.

Cuento hasta diez y vuelvo a entrar.

TT- hola, buen día.
los 3- buen día.
TT- quiero ir a… mmm…(busco algún cartel que me lo recuerde) a esto de la concha…
eldelmedio (los otros dos sonríen)- La Quebrada de la Concha, es el cauce por el cual corría en sus momentos de gran caudal el Río de la Concha, es el punto más visitado de los Valles Calchaquíes.
TT- sí, ahí quiero ir… pero no quiero pagar las excursiones estas, como puedo hacer?
eldelaizquierda- te alquílas una bicicleta, te tomas el ómnibus que va hacia Salta y le pide bajarse en el Anfiteatro y de ahí te vienes en bicicleta.
TT- buenísimo…
eldeladerecha (nterrumpiéndome)- estas en buena forma?
TT- claro, no ves?
Me tiro al piso y hago 3 lagartijas con los puños cerrados, 5 abdominales y 2 saltos en extensión.
Se quedan anonadados con mi despliegue.
eldelmedio- son 45 kilómetros de vuelta (mirándome fijamente).
TT- ah.. igual yo le tengo miedo a las bicis, me caí de una cuando era chico y no me volví a subir.  Qué otra forma hay?
Murmuran algo entre ellos, miran un mapa y hacen como un trayecto con el dedo sobre él.
eldelmedio- puedes conseguir un remis que te lleve y te espere, te va a salir más barato con otros tres más.
TT- Excelente, muchas gracias.

Salgo de la casilla y miro para todos lados, necesito encontrar a alguien para compartir el remise. Del otro lado de la plaza veo a dos turistas jóvenes con sus cámaras apuntando a la iglesia, ellos venían conmigo en el ómnibus y me parecen que son españoles. Voy corriendo hacia ellos.

TT- hola, son uruguayos?
Los dos amigos que estaban de espalda sacando fotos a la iglesia se dan vuelta asustados.
Ellos- No.
Se quedan mirándome y yo a ellos. No van a decir nada más? pienso.
TT- y de donde son entonces?
Se miran y se hablan en francés.
TT- ahh… la frans, pagis, ye mapel tato, ye sui an estudiont, gui, mesie, baguet.
elmásbajito- yo hablo un poco de españolo.
TT- perfecto, soy tato.
Así me presento, creo a veces que es más fácil de decir que Martín, pero siempre la complican. tató , tatú, tetó, taté.
Nos damos las manos y hacemos una ronda mientras ellos se presentan. Son Pasquale et Fabian.
Al terminar la vuelta el incómodo silencio me apura.
TT- vieron la Quebrada de la Concha?, todas las formaciones alucinantes que hay por acá a la vuelta?, bueno, para ir hay muchas excursiones, pero no quiero pagarlas y averigüé en informes (les señalo la casita) y me dijeron que la mejor forma para ir es en un remise, con cuatro personas no sale más barato y nos libramos de la excursión, quieren ir?
Digo todo eso en 4 segundos. Los nervios y el apuro me juegan en contra. Me siento un chanta.   Un tipo cruza la plaza corriendo,  los asusta y todavía los quiere convencer de ir en remise a ver unas montañas raras, cualquiera.
Se miran y los dos levantan los hombros y las cejas al mismo tiempo que bajan los costados de las boca.
Pasquale- no entendimos, más despació.
TT (hablando más despacio)- la Concha, saben lo que es?
P- sí, sí, ya tenemos la excursión para mañana.
TT- Ah… bien. Y ahora que van a hacer?
P- no se.. vamos a comer, sacar fotos por ahí, lo que hacen los turistas.
TT- jaja, (de compromiso). Yo voy a una cascada que hay por allá. Nos vemos mamaderas.
P et F – salut.
TT- salut.

Agarro, según mi mapa, para el NO. La 25 de mayo todo derechito. Son 6 kilómetros hasta el comienzo de la cascada. Empiezo a caminar, miro la hora, 13.30 hrs y yo todavía no comí. Entro al primer almacén que veo. Un niño detrás del mostrador. “Empanadas venden?”, le pregunto. “mamá, empanadas vendemos?” grita el niño hacia el fondo. “no!”, se oye del más allá. Llevo un agua y ninguna empanada.

La gente de por acá, el norte, son muy simpáticos y alegres, todos saludan. Los saludes primero o no. Así son. No te responden de compromiso con un “hola”, “bien”, “buenas”, “opa”. Todos los saludos vienen con algo más, sentido, con cariño, “hola, como anda?”, ” que linda está la tarde”, buenas tardes señor”, “buenas tardes señora”, “durmió bien anoche?” y todo lo cierran con una sonrisa. Así da gusto andar paseando y saludando.

Mis primeros 200 metros fuera de la ciudad son aburridos. Camino seco y con viento levantador de polvo. A lo lejos viene un auto y tímidamente le hago dedo, no llego a levantar la mano más que la cintura, como en el saque del paddel. Me paran y me subo. Son una pareja de 50 años, más o menos, de Buenos Aires, ella tiene la cara igual a Dolina y cada vez que me habla me río y no la puedo seguir mirando. El tiene cara de tipo nomás, tuvo una novia en Montevideo, “qué lindo Montevideo…” y alarga la o mientras algún recuerdo vuelve a su mente.
Van al mismo lugar que yo, así que contentazo.

Paramos en la reserva de los Sanui, para ver unas pinturas rupestres en unas cuevas. Nos acompaña una guía local, que vive en esas tierras prestadas que no son de ella, pero que antes eran de sus padres, abuelos,  bisabuelos y muchos más hacia atrás. El dueño quiere hacer un hotel. Ella vive de lo que le paguen los turistas, a colaboración.
Subimos entre las rocas y vemos la primer cueva, todo oscuro, no se ve nada. Ella dice que si, señala unas cosas y dice que son llamas y los cazadores detrás. Tienen 600 años de antigüedad. Yo no veo nada.
Seguimos a la siguiente, en ésta si se ven las llamas pintadas, unos muñequitos con lanzas y unas montañas. Lindo, nunca había visto unas pinturas rupestres, ahora si.
Bajando pasamos por la última cueva abierta con pinturas, primero pasan los señores, yo espero fuera; mientras ellos miran la guía dice: “y esos redondeles son los OVNIS”. Los corro a todos y me meto dentro. “Ovnis!, yo sabía que tenía que estar acá, yo sabía que hoy era el día, yo sabía que los Sanui eran mis indios preferidos, yo sabía…” De un cachetazo me calla la guía. Bajamos. Yo no me puedo quedar con la duda, “… y usted vió ovnis alguna vez?”, le pregunto, “sí, a veces a la hora del rezo se ven arriba de aquel cerrito y pasan las luces por todo el cielo” me dice como si nada mientras sigue bajando. La mujer Dolina me mira y me pone cara de “es mentira”, pero su cara de “es mentira”  en su cara me hacen reír, así que no le doy bola y sigo bajando mirando hacia el cielo, esperando ver alguna lucecita rara.

Andamos unos kilómetros más y llegamos hasta donde el camino lo permite. Un quiosquito con 2 cocas, 1 botella de agua y artesanías es lo único que hay por ahí. Le preguntamos al quioskero cuanto falta para la cascadita y nos dice que son 2 kilómetros de camino rocoso y que hay que escalar a veces. El tipo con cara de tipo se da vuelta y me dice, “nosotros hasta acá llegamos, ya sos grande y podés seguir solo, nosotros solamente vamos a entorpecer tu búsqueda, así que vé, vé libremente en busca de tu cascada”, me da un abrazo y yo le respondo. La mujer Dolina con los ojos llorosos está a su lado con los brazos abiertos esperando su turno del abrazo. Se lo doy y corro hacia el bosque sin mirar hacia atrás.
Ni bien doblé detrás de unos arbustos frené porque no daba para seguir corriendo.

Camino al costado del río. La vista es hermosa, hay muchas caídas de agua en el camino. A veces se hace difícil. Metiéndome en pastizales y siguiendo las pizadas de las cabras para no perderme. Cruzo varias veces el río, de lado a lado, porque se me corta el camino. Llego a una caída de agua de metro y medio y debajo un laguito medio profundo. Todavía no me baño, si quiero llegar a la caída grande, que seguramente es hermosa, no voy a andar todo lo que me falta mojado, me voy a paspar y tal vez resfríar, quien sabe. Sigo mi camino. Hace una hora que voy subiendo y todavía no llego. Escucho el aullidito de un zorro. Miro para atrás pero no veo nada. Sigo mi camino. En un cruce difícil del río, saltando entre rocas, veo que más adelante vienen dos personas con un guía. Yo en el medio del río parado en una piedra, a punto de saltar a  otra que no quiero saltar porque sé que me voy a caer. Ellos me miran y me saludan. Saludo, cierro los ojos y salto. Caigo bien. “Falta mucho?”, les pregunto. “para que?” me responde graciosamente uno de ellos. “yo que sé… para la siguiente caída de agua”, “40 minutos más” me responde el guía.
Sigo caminando, trepando. El sol ya se escondió detrás de las montañas. Todo está en sombra. Ya veo que no me voy a poder bañar, pero sigo subiendo. Delante de mí unas rocas difíciles, me cuestan escalarlas,  es como una pared con algunos escalones. Subo con cierto esfuerzo, primero mis manos llegan al borde y me subo haciendo fuerza con mis brazos. Cuando mi cabeza asoma el borde, un zorrito sentado frente a mí me mira.

Zorrito- hola (con dulce voz)
TT- hola zorrito (mientras subo y me siento a su lado)
Z- a donde vas?
TT(emocionado)- quiero llegar a la caída más grande de agua y bañarme ahí!
Z- es tarde, falta para llegar…
Miro mi reloj, 18.30 hrs., hace 3 horas que estoy subiendo por la cascada.
Z- está oscureciendo y no son caminos para hacerlos apurado y a oscuras, es peligroso (y me muestra un corte en una de sus patitas traseras)
TT- debería volver? (me pregunto sabiendo la respuesta)
Z- sí, deberías. Podés volver mañana y vamos juntos.
TT- Me encantaría.
El zorrito tiene un pelo precioso y mueve la cola todo el tiempo.
TT- puedo acariciarte?
Z- (girando su cabecita hacia mi, solo levantando los ojos) no se puede, no nos dejan.
TT- por?
Z- porque seguro me gustaría y querría más, eso es peligroso, te seguiría, seguiría a otros, no podemos acercarnos mucho, después nos ponen en sus casas, en las paredes, en sus cuellos… no quiero eso.
TT- yo no te haría eso, solo quiero acariciarte.
Z- no nos dejan… (bajando la mirada).
Me pongo mi mochila, me despido y bajo.
TT- chau zorrito.

En 30 minutos llego al quiosquito, con algunos pequeños rasguños y un pie mojado.

A la noche me encontré con Pasqual et Fabian. Comimos empanadas, tomamos vino, hablamos de fútbol y de viajes. La historia grande de Uruguay y Peñarol sigue viva, con algunos colores. Ellos dan la vuelta al mundo, la acaban de empezar. Les conté de mi encuentro con el zorrito, creo que no me creyeron.

A la mañana siguiente me paso deliberando por la excursión. La hago o no la hago?, la hago o no la hago?. Doy unas vueltas a la plaza pensando. Son $50, tampoco es tanto… son $50, es mucha guita y seguro veo rocas más lindas más adelante, en otros pueblos… Me decido. La hago. Voy al hostal, pregunto por la excursión y si todavía hay lugar.
” No hay lugar”, sentencia serio el de la recepción. Sonríe y me anota en la lista. “salimos en 20 minutos”. El tiempo perfecto para maquillarme y ponerme algo lindo.

Llega una camioneta cerrada con varias filas de asientos. Nos sentamos todos según nuestro idioma. Adelante las alemanas, detrás los franceses y en la última los hispanoparlantes, un argentino, una australiana y yo.
El guía no habla nada de inglés, por lo tanto pronuncia todas las letras de cada palabra con una perfecta modulación para así todos puedan entender. Es lo mismo, solo nosotros tres entendemos y a veces traducimos.
Vamos parando cada tanto y hacemos unas vueltas por la quebrada. Formaciones increíbles, de todos los colores, producida por la oxidación de los elementos y los años de sol y viento. Como esos frasquitos llenos de arenas de colores, bueno, como esos. El argentino y yo nos quedamos siempre relegados sacando fotos, lo siento, hay mucho para ver. Nos perdemos de las explicaciones y de las figuras que forman algunas rocas, como las constelaciones, hay que tomar vino para verlas.
Seguimos haciendo estos viajes cortos, volvemos a la camioneta y volvemos a bajar.

Hablando con todos siempre hay alguien que viene de allá y otros que vamos hacía ahí, así que quedamos para encontrarnos en tal lugar y vamos a tal lado y así pagamos menos. Encuentros improbables pienso yo. Todavía falta para eso, pero bueno.

Pasamos por el obelisco y el sapo, formaciones que a eso se parecen…
Se nubla, como no se nublaba en dos meses, los miles de tonos de rojos y rojizos y verdes y amarillos que hay en las montañas se apagan.
Queda lo mejor todavía. El Anfiteatro y la Garganta del Diablo.
Llegamos a la primera y una música de charango se oye a lo lejos. Una bóveda enorme de 30 metros de alto con el techo abierto y una entrada (por la que entramos), increíble. Un tipo tocando el charango como a 50 metros dentro se oye como si estuviera al lado. Le damos una vuelta y volvemos. Tremenda acústica. Ahí hacían los conciertos los Sanui.
A los pocos metros la Garganta del diablo. Entramos. Es como si la montaña se hubiera derretido y dejara una rampa para subirla y más arriba una… cómo describirlo… una garganta, eso, una garganta enorme formada por miles de años de lluvia y caída de agua.

Nos volvemos, algunos dormidos, a veces todos.
Quedamos con el argentino y la australiana para cenar en dos horas. Ducha y a la cama un ratito. Muchos colores hoy.

Me despierto sudoroso, mareado, no me siento bien, con algo de fiebre, que comí hoy?… no me acuerdo, frutas, deben ser las frutas, tengo que comer solo empanadas o cosas así, no aprendo. Voy al punto de encuentro para despedirme y decirles que no voy a cenar con ellos y menos tomarme el helado de vino. Abrazos y hasta la próxima.

Vuelvo al hostal, me acuesto. Giro hacia la pared y me sube todo lo que tengo en el estómago, lo freno cerrando la boca y con el dedo índice y pulgar como candado. Corro hacía el baño y vomito de lo lindo. No veo nada conocido. Sólo agua. Me lavo los dientes y vuelvo a la cama.
Paso una mala noche pero me despierto mejor.

A la mañana siguiente, muy de mañana, a la estación para irme a Cachi. Me encuentro con Pasquale et Fabian, ellos van a Salta en el mismo ómnibus, yo me voy a bajar antes. Subiendo al ómnibus escucho “tató!”, miro para atrás y the australian girl, “para donde tengo que comprar el pasaje?”.
El sol asoma por detrás de las montañas.

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