un domingo cualquiera

Tuve muchos viajes malos. Por comprar el más barato, por ir a lugares un poco escondidos, por tener las piernas más largas que los que hicieron los ómnibus, por llegar tarde a comprar el boleto y por otras tantas razones.
Estos 720 minutos de viaje fueron malos por mi culpa, negligencia mía, por hacerme el capito, por creerme que a los 4500 m.s.n.m. a la noche no hace frio.
Pero igual sigue siendo peor el del viaje en tren por 18 horas, que fui  parado con miles de chinos en el mismo vagón, con frío, calor, olores, hambre, sueño, cigarros, chinos, ruidos, luces, gente, todo lo malo de los viajes, todo lo que podía pasar, pasó, en un solo viaje.

Este viajecito fue malo, bien incómodo. Hacía calor en Sucre, igual me puse un pantalón (no el verde) y las botas que no me entraban en la mochila. Mi asiento/ventanilla y el de al lado vacío, así que contento. Me siento, me acomodo y me duermo a los pocos minutos, tengo muchas horas para dormir y en el asiento doble voy de fiesta. Unas horas más tarde llegamos a Potosí, paramos y se sube un montón de gente, todos con ganas de sentarse en el asiento libre al lado del mío, pero yo haciéndome el dormido y ocupando lo más que pueda los dos asientos. Hasta yo me lo creo y me duermo un ratito hasta que un señor me toca el hombro, “ese es mi asiento”, ta que lo pario… me corro y me pongo en el mío, ventanilla por supuesto.

Comienza la peligrosa marcha nuevamente, como casi siempre hasta ahí, rutas malas, entre las montañas, con mucho tráfico (incluso en la madrugada) y todos que manejan como se les antoja. Veo que todos tienen sus mantas y camperotas e incluso gorros, y yo no, de camisetita nomás. El frío hace rato que anda en la vuelta, ya casi no lo puedo soportar, todos duermen calentitos y tranquilos, yo no. Me cruzo de brazos, bien apretadito y a intentar dormir un rato más. Me despierto muchas veces entre los zarandeos y el frío que no lo puedo dominar. Todo el resto duerme feliz. Hasta ganas de mear me vienen. Me aguanto. A eso de la una de la mañana paramos en un pueblito a cenar. Ya no doy más del frío. Ya puse mis brazos dentro de la camiseta y los crucé. Tengo mucho frío. ¿Le pido al guarda que me abra la compuerta llena de bolsos, para que yo tome mi mochila que fue la primera en poner (abajo del todo) para sacar un bucito?, mi experiencia con guardas mala onda me dice que me van a putiar y no me van a dar nada, o si me lo dan es con mala onda, pero algún cachetazo me llevo. Entre que pienso me bajo del ómnibus y entro al barcito, dentro una plancha con hamburguesas esperando… “como, luego existo”, es el inicio de todo.
Otro comensal, también compañero de ómnibus, se me arrima y comenzamos a hablar, claro que me pregunta si soy de córdoba o mendoza, “no loco, soy uruguayo”. Hablamos de lo lindo de su país y de lo que no tiene el mío, me da su número de celular para que lo llame esa noche para ir al concierto aniversario de los Karjkas, como los Beatles de Bolivia, que me consigue entrada y bla, bla, bla, buena onda pero tremendo baraja. El chofer toca bocina y todos para dentro. Cuando estoy sentado me doy cuenta que sigo vestido igual, sin abrigo, sin haber ido al baño y entre la comida y la conversa me olvidé de hablar con el guarda, le pregunto al señor sentado a mi lado si tiene un buzo de sobra (cualquiera..), me mira y ya no era necesario la respuesta, “pregúntale al guarda para sacar de su bolso”, me dice lo más obvio del mundo. El coche ya está por arrancar, me bajo rápido y le golpeo la ventanita al guarda, porque este ómnibus tiene dos pisos y de arriba no se comunica con la cabina. Me abre la ventanita y le digo que me estoy muriendo de frío, que por mi ventana entra tremendo chiflete y que la calefacción no funciona, que me estoy por enfermar y tengo que cuidar mi garganta porque al día siguiente tengo una audición para una banda de pop-rock-latino. Se mira con el chofer y acceden. Sacan 15 bolsos hasta llegar a mi mochila, claro que lo que necesito esta debajo de toda la ropa que no necesito. Agarro un buzo, gorro y la botella de agua de emergencia.
Subo contento, ahora si me puedo dormir tranquilo. La gente me mira mal, es que hice demorar 10 minutos más al ómnibus, alguna madre me entiende.
Ya en viaje, bien abrigadito, una hamburguesa más gordo y con el agua de emergencia  en mi estómago, la vejiga me empieza a avisar que hay que descargarla. Estoy a pasitos del baño, pero el ómnibus se mueve tanto  o más que el Samba. Me embola un cacho ir al baño, así que pienso en cosas lindas mientras miro las estrellas del cielo e intento dormirme. El continuo zarandeo del ómnibus no hace otra cosa más que darme más ganas de ir rápido al baño.

Me levanto y voy hacia el toilette, cierro la puerta y tranco, se prende la luz. El baño hiede salado. El cartel de la puerta que dice “solo para orinar” fue ignorado por varios. Las paredes están todas húmedas o mojadas, mojadito el piso, cosas flotando en el WC, un chijete marrón al costado, un asco, el débil ventiladorcito del baño solo hace que el olor se sienta más, levanto la tabla con el pie,  me apresto a orinar cuando el ómnibus agarra un buen pozo que hace que la luz del baño se apague. Abro la puerta y la vuelvo a trancar, pero no se prende la luz, lo hago de nuevo y nada. Siempre que llegas al baño, con muchas ganas de hacer algo, es como que todo se afloja, ya el cuerpo sabe que si te seguís aguantando es porque estas de vivo, así que el orín quiere salir ya. No veo nada y el ómnibus se sigue moviendo. En el pozo también se cerro la tapa del WC, tiro unas pataditas para ver donde está y la subo de nuevo. Ese es mi máximo aporte.
Pasó lo que tenía que pasar. Meé, meé todo, ya no me aguantaba más y meé, como si nunca hubiese meado. Meé al compás de los pozos y de las movidas hacia los costados. Meé como Dios manda. Cada tanto oía que le embocaba al aguita del WC, pero fueron pocas veces.  Al momento de la sacudida final se prende la luz y veo el nuevo baño, todo mojado, todo meado. Lo siento mucho, al alivio de vaciar la vejiga.

Me despierto ya amaneciendo. El paisaje es árido. Algunas casitas a los costados de la ruta. Todo es plano hasta el horizonte donde están las montañas. “Ya estamos por llegar” me dice sonriente mi veterano compañero de asiento, hacía rato que me quería hablar, cada vez que me despertaba me miraba como para decirme algo, hablarme del clima, de fútbol, de mujeres, de los osos polares, de si sabía qué iba a pasar en la próxima temporada de Lost, pero no le di bola, a veces en los ómnibus no me dan ganas de hablar, estas muy cerca de la gente y más si el viaje es largo.
Las casas se empiezan a repetir cada vez más y más, el tráfico empeora, estamos en los accesos ya. El sol sale por detrás de las montañas y el cielo tiene algunas nubes. Entramos a La Paz por El Alto. No es el barrio más lindo de La Paz, pero sí el más poblado y más peligroso. Luego de un peaje el ómnibus toma una curva y comienza el descenso. Ahora entiendo por qué del altiplano. Estábamos a 4mil y pico de altura, en una planicie, todo plano y las montañas del horizonte aún más altas. La Paz ahí abajo, en un valle seco, en un pozo enorme lleno de casas, la vista es impresionante. El sol saliendo por las montañas, algunas nubes y toda la ciudad que va despertando. Este valle es enorme y todo está lleno de casas y casas y más casas. Me gusta la vista, pero me abruma un poco la dimensión, no me gustan las ciudades grandes, me pierdo, prefiero la tranquilidad de un pueblito, de una playa, de poder hablar con gente calma, pero estoy entrando a La Paz, que de eso no tiene nada.

Me bajo y entro a la terminal. Ahí sentada estaba la chica gringa de la hamburguesa de Sucre, me había olvidado de ella. “Buen día”, “hola”, “si más bien”, “vamos?” y arrancamos en busca de un hostal barato, lindo, bien ubicado y barato. Tengo un nombre, “El viajero” o “El carretero”?, son dos diferentes o es el mismo?, uno me lo pasó mi hermano, otro un argentino que conocí, no me acuerdo cuál es cuál. Le digo al taxista y me lleva a “El viajero”. Son las 7 de la matina y ya la calles están llenas de gente, autos, combis, bocinas y más autos. Entramos, arreglamos precio y a dormir un poco antes de salir a recorrer la ciudad. La ducha después. Nuestro cuarto da a la calle y a todos sus ruidos. El sueño que llevamos los silencia y directo a la cama.

Al despertar, directo a la ducha, para sacar la modorra y quedar pronto para empezar un nuevo día.
Mapa en mano salimos a caminar por ahí, a dar vueltas buscando algo para desayunar. Tres cuadras después nos perdimos, es que la ciudad es en bajada, no hay calles paralelas y estamos a 4100 m.a.s.n.m., excusa perfecta para todo. Comenzamos a caminar para allá y para acá, siempre esquivando las subidas, entonces fue fácil perderse, no es como el cuento de la vaca, acá la subida es muy diferente a la bajada. Las bajadas se llevan todas las estrellas, después se vé como se sube.
Paseamos por las ferias donde venden de todos los alimentos que necesite un ser humano y un león. La calle de las cholitas y la calle de los brujos. En la de las cholitas está todo lo que una cholita necesite para ser cholita, las polleras de colores, los gorritos, los saquitos y hasta las trenzas. En la calle de los brujos todo lo que de brujería se trate, menos los gatos negros, las escobas voladoras y las uñas de dragón, pero todo el resto lo podes conseguir ahí.
A las horas de andar por ahí, caminando, perdiéndonos, probando comidas típicas, sin rumbo cierto y habiendo dejado de lado el mapa, llegamos a una peatonal, linda y con peatones en ella, decidimos ir en una dirección y no en la otra, de repente llegamos a la Plaza Murillo, “oh Murillo!”,diría varías veces. Y ahí estaba, mi punto de partida y centro de ubicación direccional a partir de ese momento. Como el sol para Copérnico, como uno mismo para los ególatras, el culo para Freud, los animales para Brigite Bardot, Willy para el niño de “Liberen a Willy”, la Plaza Murillo (muriio) sería el centro de mi universo paceño. De ahí hacia todos lados me se mover como cuchara en la sopa.
Ya tranquilo y viendo todas las miles de combis que pasan alrededor, palomas, cholitas, niños, turistas y turistas y más palomas nos quedamos un rato ahí, mirando, sentados, haciéndole así con la mano a las palomas (como si tuviera una miguita) para ver si se acercan y descansando de la altura y la caminata.
En eso un grupo de 20 niñitos de uniforme escolar vienen hacia nosotros, se paran a nuestro frente y nos empiezan a cantar a viva voz: “welcome tourist!,welcome to La Paz!, welcome tourist!, bienvenidos turistas!”, todos con tremenda sonrisa en sus caritas, el profesor de inglés contentazo al lado de ellos mirándonos fijamente y nosotros con la sonrisa encajada y la coloradés inevitable del momento y de los cientos de ojos que se dirigieron hacia la turista a mi lado y yo.
Pero bueno, era el día del turista y la chica gringa de la hamburguesa de Sucre es tremenda turista, ta bien, que le canten. Nosotros agradecimos y aplaudimos el canto.

No sé cuantos días me voy a quedar en La Paz, porque pasó esto: yo tenía en un disco extraíble, chiquito y negrito (guasque), toda mi vida informática, mi respaldo, algunas cosas que no les incumbe saber, y otras cosas muy importantes que solo las tenía ahí y las iba a necesitar.
En Potosí, hacía 1 semana, le había prestado ese disquito precioso a mi compañero de viaje “el will” para que backapee unas cosas. Todo bien, soy buena gente y el karate que aprendí de chico me hicieron una mejor persona. La mañana de la partida, haciendo la mochila, no encontre ese disco, se lo había prestado al will y le pregunto por él. “i gave it to you before …” es su segura respuesta, me hace dudar, lo dijo tan seguro y en un inglés tan perfecto que no debe ser mentira. Lo busco, saco todo de nuevo y reviso todos los bolsillos, nada. “bo will, vos no me givmi nada, toy seguro”, le digo titubeando,  pero el will no aprecia mi duda. Se queda pensando y me dice que capaz lo dejo en la recepción (donde había interné grati), vamos, preguntamos y nada, nadie lo vió. Mando enseguida un mail a mis señores padres, madres, tutores, para que me tengan preparado una copia de toda la información clasificada que tenía ahí, mi reel, mi oso de peluche y esas cosas que tenía en el disquito precioso. Ya tenía la dirección de anita (y de la tía de anita) en La Paz para que me manden milanesas y refuerzos para seguir de viaje, así que también les pedí que agregaran eso. Busqué, busqué y busqué, nada. El will me pide perdón, que lo siente mucho y que me lo paga, “no el will, dont worry…” le digo mientras lo recontra puteo dentro de mi misma persona.
Mochila al hombro, la otra en la mano y la caramacoke en la otra, pronto para partir, una última mirada por los rincones y debajo de la cama, con la débil esperanza de que por ahí estuviese mi disquito precioso, nada. Levanto las sábanas, doy vuelta el colchón, nada. Agarro la almohada, para ver si debajo estaba y noto algo duro dentro de ella, el bichito de Quiroga?, le doy unos golpes y la pongo boca abajo para que caiga, de entre las plumas cae mi disquito precioso, alegría en mí y alivio en el will “i remember now… i put it in your pillow…jeje”. Y si, ahora todo es gracioso.

Así que tenía un paquete que se demoraba 20 días en llegar desde Montevideo a La Paz vía paloma mensajera y no tenía fecha certera de cuando sería. A que viene todo esto? A lo mismo del inicio, que no me gustan las ciudades grandes y La Paz no estaba siendo la excepción. Y mi próximo destino deseado estaba al norte y no quería  ir para volver para luego volver a volver. No era buen plan. Así que me quedé en La Paz. Ese día fue más de reconocimiento del terreno y de los sonidos y sabores paceños.

El día está lindo y escuché por ahí que va a llover en los días siguientes, así que arreglamos con la chica gringa de la hamburguesa en Sucre para ir al mirador Tupac Amaru en El Alto para ver desde ahí arriba la belleza de La Paz, a ver si a la distancia me gusta, como todo. Para ir, tomarnos una combi, una de las miles que hay, por todas las calles y en todas las direcciones, haciendo los que les de la gana, pero como norma única de tocar mucha bocina y que tengan un cabeza gritando los destinos por los que va a pasar, raro?, si, al principio si, pero a veces sirve, después me dijo Anita que es por el alto porcentaje de analfabetos que no saben leer el destino al frente de la camioneta, buena idea entonces. Algunos los cantan, otros los corean, otros los nombran, serían como el de la feria de Franzini: “naranja, banana, manzana!” o el heladero del parque: “cazata, bacito, bombonelado, conaprolelado!”. Bueno, nosotros nos tomamos el que iba a El Alto, ya no me acuerdo el destino, pero nos bajamos en el destino, donde todas las camionetas se detienen. Ya está por irse el sol y no es un lindo lugar para andar turisteando. Pregunto por el mirador, en mi máximo boliviano para no parecer argentino y nos mandan por una calle, la calle de los brujos, ahí si que hacen de todo, te curan de lo que necesites, hasta de quebraduras, sordera, mal humor, gases, egoísmo, de todo lo que necesites, ahí te matan una llama y te ponen su sangre en la cabeza y ya está, unas palabras para la pachamama y mi amigo el inti y ta, todo solucionado.

Dos cuadras más tarde y en silencio para no agitar el avispero llegamos a un mirador, pero estaba cerrado ya y toda la gente de alrededor no seguía con la mirada. “Vámonos” , le digo a la chica gringa de la hamburguesa de Sucre, nos vamos. Los brujos nos ven pasar nuevamente y nuevamente nosotros saludamos con sonrisa, no sea que nos hagan un mal de ojo o mal de altura. Seguimos caminando y caminando hasta llegar a la avenida que baja hacia la ciudad, nos da tranquilidad un muñeco, de tamaño natural, colgado del cuello y con un cartel en el pecho que reza: “En El Alto no se roba, al que encontremos lo linchamos”, clarísimo. Igual no da tanta tranquilidad la seguridad por manos propias, pero supongo que deben haber necesitado llegar a ese punto. Más adelante, en una curva, sacamos nuestras cámaras y rápidamente tomamos unas fotos de la enorme La Paz, casi infinita ciudad que ocupa cuanto lugar haya en el valle que dejan las montañas y a lo lejos, mirándonos con su cabeza blanca, el Huayna Potosí, la vedette de las montañas altas para escaladores con poca experiencia. Es que con solo 6.088 m.a.s.n.m. es el más fácil de los más altos, una papita.
Guardamos las cámaras y enseguida a tomarnos una camionetita. “Plaza muriiio?”, pregunto a la primera que nos frena, “no, pero te dejamos en la catedral”, claro que subimos, nos queda a pocas cuadras.
Bien apretaditos bajamos los 30 minutos de curvas y frenadas de golpe. Al llegar nos vamos al otro hostal, a “El Carretero”, para verlo y de ser lindo, bonito y más barato nos mudamos al día siguiente. No me gusta mucho hacerlo, porque una vez que llego a un lugar y me saco la mochila es un alivio tremendo y no quiero andar de vuelta buscando y perder el tiempo en ello, pero el hostal en el que estábamos, no estaba bueno, “El carretero” era más barato y a parte, al día siguiente venía una amiga gringa de la chica gringa de la hamburguesa de Sucre y querían estar juntas, todo perfecto, casi ideal, porque la chica gringa de la hamburguesa de Sucre era aburrida.

Mi primer día en La Paz pasó como quién no quiere la cosa, caminando y riéndome de mis chistes que la chica gringa de la hamburguesa de Sucre no entendía, viendo las miles de cosas que venden en los cientos de mercados que hay en todas partes y confirmando lo que me dijo una boliviana: “acá no tenemos salida al mar, pero somos todos piratas”, y si ellos lo dicen quién soy yo para desmentirlo?.

A la mañana siguiente mudanza de hostal. Elijo el dormitorio con otras 8 camas, solo una ocupada y 5 bs más barata. Entro y una habitación horrible, fea, toda graffiteada y escrito en la paredes, comida de hace días en una mesa, todas las camas destendidas, cosas en el piso de madera que cruje a cada paso, agujeros en el techo y olor a cigarro. La cama parece estar bien y como no hay mochila cerca me quedo, ya no me quiero mudar, una noche o dos y me voy.

Salgo a caminar por ahí, a recorrer las calles que no conozco, a pasar por otras ferias, a mirar la cantidad de cholitas que hay por todos lados, todas robustas, todas madres, todas de cara recia, todas trabajando, y los hombres?, los hombres manejan las combis, los hombres deben estar mirando el fúvol, no se… no hay muchos hombres trabajando. Me siento en un barcito a comer unas empanaditas, comida al paso mientras me apronto para la tarde, se me sienta un señor en la misma mesa, frente a mi. Se pide unas empanaditas y empieza a comer. A los pocos minutos estamos conversando de Argentina y de Uruguay, de lo lindo de su país y de lo que no tiene el mío. “Te gustan las fiestas?”, me pregunta, me descoloca, que querra saber?, viejo degenerado? O viejo buena onda?. “eehh… si?”, mi respuesta dudosa. ” A usted?”, no! para que le pregunto?. “Porque hoy hay fiesta en Cota Cota, en la tarde”, me dice y yo afirmo con la cabeza intentando adivinar el tipo de fiesta al que me está invitando. Como mi salteña mientras pienso y pienso, no puede ser que el veterano este me esté invitando a una fiesta loca, debe ser otra cosa, tengo que preguntarle. “De que tipo de fiesta estamos hablando?”, me mira por sobre los lentes, “música, bailes, van a haber comparsas desfilando…”, “ah, claro,si, yo quería ir si..”, termina su empanada y se retira. Repito el nombre del barrio varias veces para no olvidármelo, termino mis empanadas y me voy a pasear por ahí. A la tarde llego al hostal y pregunto por el nombre de ese lugar para saber cómo ir, me acordaba que era algo que se repetía, dos palabras “tota tota”, “poca poca”, “tico tico”, “sopa sopa”, nada, nadie lo conoce… “hay fiesta hoy de tarde ahí..”, “Cota Cota!” me dicen el recepcionista y José “el acomodador”. “Si claro, como decía, Cota Cota”. Tengo como 40 minutos de viaje, y si hay algo que me sobra es tiempo, así que hacia el fin de La Paz me voy. Me tomo la combi que me dijeron y me siento, algunos hombres dentro están de traje y trompeta en mano, algunas cholitas en sus mejores trajes, más coloridos y de buenas telas, hay felicidad en el ómnibus. No sé donde bajarme, pero con todos estos no puedo fallar. El ómnibus agarra para abajo, todo para abajo, varios kilómetros para abajo. Se sigue subiendo gente con cervezas y trajes de colores, algunos maquillados y con plumas. Llegamos a un lugar donde el ómnibus no tiene más paso, miro hacia adelante y un montón de gente ocupando la calle, mucho ruido, trompetas, platillos y bombos, algunos cuetes disparan. Me bajo y me mezclo entre la felicidad de la gente. Todos con trajes de lentejuelas, caretas, colores, cervezas, papelitos plateados, trompetas y platillos sonando a libre albedrio, como música gitana, alegre pero desordenada, todos sonríen y bailan, saco algunas fotos, mucho borracho feliz que quiere aparecer en ellas. Hay jóvenes, viejos, hombres, mujeres y niños, todos con sus comparsas coloridas esperando para salir. La felicidad se contagia enseguida. Ya me gusta La Paz. Metros más adelante la calle esta despejada para que desfilen las comparsas y la gente al costado en las veredas. No se paga, es gratis, no hay concurso (creo), es por amor al desfile y la fiesta, por amor a la cerveza.
Pasan varias comparsas, todas parecidas y todas distintas, todas con su música desordenada pero música feliz. El público invita a los participantes con cervezas, el que ve el ofrecimiento deja de tocar su trompeta y se arrima a la vereda, toma una cerveza y sigue tocando. Todos hacen lo mismo, es muy divertido, hay mucho borracho feliz por la vuelta. Pasan las comparsas separadas en cholitas bailando en trajes de gala, los niños disfrazados de toreros, los hombres disfrazados de diablos y de toros saltarines, los trompetistas y los saxofonistas, junto con los de los bombos y platillos, haciendo ruidos al final. Todo es alegría, dentro y fuera, de afuera hacia dentro y de dentro para todos lados. La gente feliz y yo también. Es un carnaval precioso.
Horas más tarde, y antes que anochezca pego la vuelta. Hay mucha cerveza y borracho en la vuelta, estoy lejos de casa, ya al final de La Paz, cerca de las montañas de abajo y mejor me voy antes que los miles de paceños decidan volverse también.

Sonrisa en mí por largo rato. Llego al hostal feliz y me encuentro con mis compañeros de cuarto, un argentino y un italiano. Me cuentan de su plan para el día siguiente, escalar las montañas y caminar por ellas hasta Coroico, son 2 días de puro caminar entre montañas, valles, paisajes preciosos, acampar en las Yungas y llegar a Coroico. Un excelente plan, pero yo no tengo nada para eso, ni carpa, ni sobre, ni cuerdas, ni victorinox, ni nada, si muchas ganas, pero no hay tiempo para averiguar cómo sumarme, es tarde. Suena alucinante y fácil. Tienen mapas y consejos de otros viajeros, tienen carpas, sobres de dormir, colchones, buenas botas, ollas, fuegos, todo. Yo no tengo nada de eso. Me quedo con las ganas. Ellos se acuestan temprano ya que a las 4am salen de aventura. Yo no, me voy a consolar por ahí con la preciosa tarde que tuve y con algún pollo frito con papas fritas.

En la interné me encuentro que Tara (the australian girl) está en La Paz, me pasa su hostal y hacia ahí voy.  Se abre el cielo y caen baldes de lluvia, mucha lluvia en segundos, inesperada. Pienso en los pibes que se aprontaban con muchas ganas para salir esa madrugada, creo en tener tiempo si cancelan el viaje para sumarme, ya veré.
Llego al hostel de los gringos, un mundo diferente, Londres en La Paz. El portero boliviano me abre en inglés, la recepcionista irlandesa me saluda en irlandés, todo es europeo ahí dentro, está hecho por ellos y para ellos, en realidad es un hostal precioso, lojoso, pero poco boliviano, para que ir a un lugar donde no hay nada auténtico del país?. Pregunto por Tara y me dicen que la espere en el pub; si, en el piso de arriba tienen un pub. Subo y el pub inglés, con escenario y pool, lleno de gringos, como no había visto en mis dos días en la ciudad. Solo se habla inglés. Me resigno a jugar su juego por un ratito. Pido las cervezas en inglés, saludo en inglés, bailo en uruguayo, tomo como uruguayo. Todos los empleados del hostal, los que los clientes ven, son mochileros que se van quedando con poco dinero (poco para ellos) y deciden quedarse unas semanitas trabajando en el hostal de los gringos. El lugar está bueno, claro que si, pero choca con lo que hay afuera, no es de ahí. Chocan los que está dentro que no saben nada de español, chocan que ni siquiera sepan algo de los países de los costados, chocan que solo busquen sus lugares comunes, chocan que no sepan relacionarse con gente diferente a ellos, con “los locales” como ellos los llaman … bueno, a mi me chocan.
Viene Tara, besos y abrazos. Siempre es bueno encontrarse con gente conocida, de esos amigos con los que compartiste cosas, entre tanta gente nueva y con tantos desconocidos, siempre una cara conocida es buena de ver. Pasamos rato contándonos de nuestros pasados días y de nuestros futuros planes, del mundito ese del hostal y de todo lo hermoso que pasa afuera. Me invita a salir con todos sus amigos gringos, no gracias, “I don´t speak english”, se ríe.
Quedamos de vernos al día siguiente e ir a la lucha libre de cholitas con sus friends, suena divertido, pero quiero volver al Cota Cota a ver como sigue la fiesta el domingo, si llego voy.

Me levanto temprano para ir la feria de El Alto, si en las calles podía encontrar todo lo que necesitase, en la feria de El Alto iba a conseguir todo eso, para mí, para vos y para todos los demás, a parte de un monto de cosas que no iba a necesitar nunca y todavía mucho más.
La feria con las dimensiones de la ciudad y de la cantidad de gente que por ahí vive, enorme, como una gran Pajas Blancas, la del Parque y Tristán Narvaja juntas y multiplicadas por cada calle que por ahí cruzaba, aprovechando el piso para tirar un trapito y ofrecer lo que se pueda para vender. No compro nada, solo unas empanaditas para no perder la costumbre.
Vuelvo al centro, entro a las iglesias llenas de feligreses escuchando atentamente a su predicador de turno. Paseo por algún museo y alguna exposición de fotos. Es domingo y toda la gente está en las calles. Hay algún desfile escolar por ahí, otros que llevan una virgen en andas. Turistas por todos lados. Puestos de venta callejero en cada calle, en cada esquina. Combis gritando destinos. Bocinas. Altura. Gente. Subidas. Necesito un plato de comida, tengo que prepararme para la tarde, es que en realidad estoy nervioso, ansioso por lo que me voy a encontrar en Cota Cota.
Antes de partir paso por el hostal y me encuentro con los escaladores que no lo fueron todavía. La noche anterior comieron un atún en mal estado y andan con tremenda diarrea y vómitos. Los invito a venir conmigo a Cota Cota, a la tremenda fiesta, a la alegría y felicidad de todos, a los sonidos desordenados. No se pueden ni mover, andan débiles, se los ve cansados, se van por el caño cada 5 segundos, me cuentan de su tristeza por tener que abandonar su aventura hasta que se recuperen. Coman arroz con quesito y en 2 días andan escalando montañas, les aconsejo y me voy apuradito a la fiesta.

Ya el ómnibus es diferente, no hay gente disfrazada ni de trompeta. A los 40 minutos de viaje empiezo a buscar algo conocido en el paisaje para saber donde bajarme. No encuentro nada, dudo en dos lugares, pero no me bajo. Sigo en la combi más de lo debido, no para donde había parado el día anterior, no hay fiesta en la calle. Sí veo algunas gentes de disfraces y cholitas de gala, pero van en otra dirección. La combi agarra una calle al costado de la avenida, yo no había andado por ahí antes. Supongo que dará una vuelta para entrar de lleno al estadio donde terminan las comparsas ese día, el domingo de la final.
Nada. La combi sigue y se empieza a alejar, más adelante están las montañas, me tengo que bajar ya, me estoy yendo al carajo.
Bajo y camino en la dirección opuesta a donde siguió la combi. Lindas caritas siguen mi caminar. Doblo y bajo, a mis espaldas las montañas, allá a lo lejos, adelante, la ciudad. Puedo estar perdido pero no creo estarlo, debe ser por ahí nomás, es temprano y puedo caminar mucho hasta encontrar el lugar de la fiesta. Llego a una avenida y todo después es en bajada, a mi me gustan las bajadas y en esa dirección arranco.  A lo lejos veo un escenario de espaldas y alguna gente, se escuchan las trompetas desordenadas y los platillos. Uruguay nomá!

No hay mucha gente, sí varios puestos de venta de cerveza y de comida, es un buen lugar para esperar. La gente a los costados de la calle, algunos de comparsas, sudorosos, cansados y alegres, como si acabaran de llegar. Vienen algunas cholitas desfilando, con poca onda, claro que cansadas, hace calor y todo el trayecto hasta ahí era en subida. Pregunto y me dicen que es el final, que esa era la última comparsa, que después van a tocar unas bandas de cumbia.  No soy cumbiamba, pero la alegría del día anterior no puede disolverse así nomás… algo tiene que pasar, tiene que haber un buen cierre. Me pongo entre la gente, a sacar alguna foto, a conversar.

Se me arriman unos hombres alegres, todos con el mismo traje, como si de una comparsa se tratara, me piden que les saque una foto. “eeehhh!!” gritan al unísono mientras disparo la cámara. “Son de una comparsa?” les pregunto. “No, somos amigos” me dice uno de ellos tambaleante. “Argentino?”, “no uruguayo”, “Uruguayo!” grita uno detrás de mí. Estos hombres alegres preguntan de todo, me invitan cervezas, me invitan a estar con ellos, ser parte de su fiesta, me cuentan que ellos son amigos y que se juntan a jugar a las cartas y en todas las salidas se visten igual mientras celebran  con cervezas. Me dicen que puedo ser su amigo y que me quede con ellos, que nos vamos a divertir, que me van a presentar a las cholitas más lindas de La Paz. Hay mucha cerveza y mucha alegría, todavía el sol está arriba y me quedo con ellos, riéndonos, conversando.

Son grandes personajes: el gordo que solo sabe chistes porno; el que me dijo paraguayo cada vez que se dirigía a mi, el que tenía la sonrisa encajada de tanta cerveza y no podía hablar, solo tambalearse; el que los filmaba todo el tiempo y me filmaba a mí; el que se sacó su bufanda (con el nombre de su grupo) y me la regalo; el que me decía charrúa; el que me preguntaba de las montañas de Uruguay y se rió cuando le conté de los 514mts de altura que tiene nuestro mayor cerro (se lo contó a todos a carcajadas); el que me agradecía por estar con ellos; el petiso que era marinero y había recorrido todo el mundo y conocía Uruguay; el que me hablaba en aymara de la borrachera que tenía; el que me daba consejos de cómo conquistar una cholita; el que me hablaba de Perñarol; el que me traía una cerveza nueva cada vez que terminaba la que estaba tomando; el que traía a gente de otra comparsa para presentarme; el que no podía creer que siendo menor que ellos midiera más; unos grandes personajes, borrachos felices.

Cada uno vino y me presentó a su cholita, borracha también, pero sentadita ahí al costado y los hombres todos bailando. Una fiesta increíble. Todos cantando. Todos borrachos. Todos bailando. Se fue acercando gente al baile. Me traían sus cholitas primas, me traían cervezas, me preguntaban lo mismo turnándose, me abrazaban y me agradecían por estar con ellos en su fiesta. Yo agradecido por dejarme ser parte de ella. Fue un domingo mágico. Iba en busca de un desfile final y me encontré con amigos borrachos, con mucha alegría y felicidad. Antes de que caiga el sol y con toda la cerveza que por ahí volaba decidí irme, la fiesta era de ellos. Me despidieron cantando mi nombre, me saludaron uno por uno con sus cholitas.
En el camino a la parada me crucé con muchos escenarios con otras bandas tocando, con muchas comparsas bailando, con muchos borrachos invitándome cerveza, acepté algunas por no ser mal educado. Me fui feliz, más que nada contento.

 

casi casi

En la escuela siempre fue que La Paz era la capital política y Sucre la capital económica, o al revés, o una de esas. Cuantas capitales tiene Bolivia? Dos, una es esto y la otra aquello.

Un 21 de setiembre llegué a la ciudad universitaria de Sucre, ese mismo día se celebraban varias cosas: el día del estudiante, el de los enamorados, el de la secretaria, el de la primavera, el de la paz mundial, que van 264 días del año, el cumpleaños de Bill Murray, de Stephen King, de Diego Capusotto, de Tab Ramos y del carreta, los 72 años de que JRR Tolkien escribió el Hobbit, los 188 años de la independencia de México, los 45 de Malta y los 28 de Belice; por esas variadas razones, la gente iba feliz por las calles, tirando cuetes, con ramos de flores en sus manos, con música en todas las esquinas, abrazados, tomando en todas las esquinas y con sonrisas por todos lados.

Claro que de todo eso nos enteramos al día siguiente. Pensamos, como le hicieron creer al Pompa Borges al llegar a Paris un 14 de julio, que eso era para nosotros.

Así que no podíamos ser ajenos ante tanta alegría y como me dijo Julio César, “véncelos o únete!”, para que vencerlos?, había tanta alegría por donde miraras que nos cambiamos y directo a los bares.

Luego de unas cuantas cervezas (la barata y fea Potosina) la mala cebada empieza a hacer efectos, aguanto y aguanto. La noche está divina, la gente baila lo que el discjockey egoísta pone, a nadie le importa su mal gusto, solo bailan y bailan. Mi estómago ya no aguanta más. Cuando decido salir corriendo hacia el baño veo una cara conocida, “Pascal!”, grito (de Pascal et Fabien), se da vuelta y viene hacia mi. Abrazos y unas cervezas más contándonos de los últimos días, que esto, que lo otro. El siguiente recuerdo lo tengo en el baño, pero no les debe interesar mucho.

Quedamos con mis amigos franceses de vernos a las 14.30 en la plaza mayor, punto de encuentro de todos los que por ahí pasan. Claro que llego tarde y no los encuentro, pero voy al bar de la noche siguiente y ahí los encuentro. Fabien, que ahora sabe 6 palabras en español, se levanta y tira su plato de comida al piso. Putea en francés y yo río, me río de janeiro, Pascal me traduce su puteada, no era necesario, no era para mí. Luego de un rato, me despido y salgo a la ciudad, aprovechando que el Will se quedó en el hostal o albergue, (era muy raro ese lugar). Camino todo hacia abajo, hacia los parques, preciosa ciudad, muy diferente a las anteriores, todas las casas del barrio antiguo mantienen su arquitectura y el color blanco, no pueden pintarlas de otro color, no señor.

El tráfico igual que en las otras ciudades, un caos. Sólo algunos policías y unos semáforos intentan ordenar las hordas de minibuses chinos, koreanos y japoneses que con el destino escrito en español recorren las calles llevando gentes hacia todos los puntos de la ciudad. Todos los vehículos que ya no se usan en esos países asíaticos, los compran en Bolivia, o se los dan a cambio de gases. Yo tengo gases. Ni los pintan, ni siquiera les cambian los nombres de las compañías, ni el “cómo manejo tel. 99828230045(en chino)”, sólo le cambian el destino y los pasajeros de adentro.

Llego al parque de las luces, donde el agua de las fuentes danzan al son de la música clásica. Es de día y hay viento, no hay luces y la música no se oye a menos que estés a 5 metros de la fuente, mojadura asegurada.

Me siento en un banco a disfrutar del baile y con la música que yo quiera. Tarareo el “que los cumplas feliz” y luego “el payaso plin-plin”, el agua parece funcionar para cualquiera de las dos canciones. Un señor de saco y pantalón, de un negro bien oscuro, camisa blanca sin corbata y de sombrero negro, lleva un maletín bajo el brazo, se sienta a mi lado sin mirarme.

Sr. (sin mover la boca y casi susurrando)- …es la misma canción…
Lo miro en silencio, sin entender mucho.
Sr.(sin mover la boca)- es la misma canción.
Me mira de reojo y me cabecea diciendo que sí.
Me quedo mirándolo fijo, serio (para imponer presencia).
TT- de que me habla?
El señor mira para ambos lados, como preocupado y levanta una de sus manos, como si se oliera un perfume que se acaba de probar en la muñeca y murmura unas palabras. Mira para ambos lados y me mira.
Sr. (sin mover la boca, pero como modulando con los ojos)- ES – LA – MISMA – CAN – CION.
Y abriendo más los ojos mueve su cabeza.
TT- si… puede ser. Tarareo un poco de cada una.
El señor me mira fijamente, extrañado.
TT (moviendo la cabeza hacia los costados y aplaudiendo a ritmo) – que los cumplas feliz, que los cumplas feliz… el payaso plin-plin, el payaso plin-plin… Si! tenés razón.
Sr.- (decepcionado) Es la misma canción…
TT- si loco, ya te dije que tenías razón.
El señor se tapa la cara con sus manos y empieza a llorar.
TT- no seas mariconcito, no llores.
Sr. (moqueando)- si te digo “Es la misma canción”, vos no tenés nada para responderme?, no hay unas palabras que me tengas que decir?
Pienso un rato, sigo tarareando las canciones, a ver si hay un jueguito de palabras, como el canto de las porristas “te pido la Pe” y a lo que todas responden “te doy la Pe!”, pienso y repaso pero no se me ocurre nada.
TT- no… vos? Si yo te digo: Es la misma canción, vos que me dirias?
Larga en llanto nuevamente y luego una risa se empieza a mezclar, ya más de locura.
Lo miro.
TT- si, es la misma canción.
Me mira de golpe, con los ojos desencajados y la risa que quedó en pausa.
Sr.- entonces sos vos! Hace 4 meses que vengo a este mismo banco y cada vez que alguien se sienta vengo y le digo la frase, esperando la contraseña y nadie la sabía! Sos vos!
TT- … yo soy yo si…
El señor nuevamente dice algo a su manga.
TT (me siento de costado mirándolo)- que soy?
El señor gira hacia mi y poniendo el maletín sobre el banco lo abre, muchos papeles tiene dentro, algunas fotos de personas entre público, en blanco y negro que no logro reconocer. Toma una y mirando hacia todos lados, buscando que nadie se entere, me la da.
Sr.- … me pidieron que igual la muestre la foto….y que usted sea discreto esta vez…
Miro la foto, está un poco borrosa, como una foto sacada en movimiento.  Hay un escenario improvisado y un señor de gorro raro con los brazos en alto hablando, gente mirando en esa dirección, es como si la hubieran sacado desde el público. No reconozco mucho al personaje.
TT- quién es el que está arriba?
El señor se queda mirándome sin entender mi pregunta. Vuelve su mirada a la foto y me mira. Me doy cuenta que debo saber quién es.
TT- … si, ya sé quién es, estaba jodiendo.
Lo digo para ganar tiempo mientras pienso.
TT- y como anda? (señalando al hombre de la foto)
Sr.- ni me diga… la gente cada vez lo quiere más.
TT (sonriendo)- que bueno…
El señor me mira de golpe.
TT- que bueno que tenga esta foto… yo ahora… andaba hace rato buscándola… muchas gracias señor.
Abro mi mochila y la meto para dentro.
TT- bueno, me voy yendo que tengo un laburito que hacer.
El señor me mira sorprendido, esboza una sonrisa.
Sr.- cuál es su próximo trabajo?, la misma agencia?
TT- … eeee… no, no es la misma…
Le doy la mano y me levanto. Me voy caminando en la misma dirección por la que vine. Miro para atrás y veo que el señor levanta su manga y habla algo, se levanta y sale corriendo en la otra dirección.
Espero que se vaya un poco más lejos y me siento en otro banco, bajo la sombra de un árbol, para mirar la foto que me dio.
La miro y miro, no reconozco bien quién es.
Pasa una cholita cerca y le grito, “mamita, mamita, venga por favor”, así le dicen a las cholitas, a veces, y sus hijos siempre.
Le muestro la foto y le pregunto quién es.
La mira y  me mira sonriente, “es el Evo!”, me deja la foto en mis manos y se va.
Miro la foto y si, lo reconozco clarito.

“Tató!” me gritan. Miro y Pascal et Fabien que vienen hacia mi con un paquete de galletitas recién abierto. Me invitan a seguir el paseo con ellos y sus galletitas, claro que acepto. Hago una pelota con la foto y la tiro en la papelera, desde una distancia que muchos errarían, yo también. Me acerco, agarro la pelota de papel y la deposito dentro. Salimos de recorrida por la ciudad, parlando francesse y españolo.

A la noche, ilusionados con la anterior fiesta, quedamos en encontrarnos en un barcito. Nada pasó. Sólo dos franceses, un australiano y un uruguayo salieron esa noche.

La mañana siguiente fue de excursión. A “las 7 cascaditas” nos fuimos. Unos cuantos kilómetros en las afueras de la ciudad, todo bajo mi guía porque claro, soy el que mejor españolo hablo. Primero bondi hasta el destino y de ahí caminar unos 5 kilómetros, me habían dicho. Llegamos a destino y nada, uno de los barrios de los accesos, cambia totalmente el paisaje, allá a lejos vemos las blancas cúpulas del centro, ahí todo es de ladrillo o adobe, la gente nos mira. Tres turistas de bermuda y cámara de fotos, más yo, caminando por esas calles, éramos un regalito. Paro un taxi y le pregunto por las cascaditas, yo me quiero ir de ahí, algo me huele mal y no soy yo, la gente nos mira raro. Todavía le peleo el precio, porque si, ta bien que me quiera ir de ese lugar, pero no pagando de más.

Llegamos a un buen precio y nos lleva hacia el camino a las cascadas. Fueron como 10 kilómetros de camino entre las montañas, con subidas y bajadas, tierra y calor. Por suerte algo me había olido feo, sino nos clavábamos caminando al rayo del sol como 2 horas.

Llegamos a un caminito de tierra que sale al costado de la ruta y ahí nos deja el taxista. “Hay mucha sequía”, nos advierte, “… las cascadas no deben tener agua!, jaja!”, sale derrapando y una ola de polvo nos cubre.

Nos miramos y comenzamos nuestro viaje hacia el río, caminando por las montañas. Vemos la primera cascadita, linda, de unos 2 metros con un chorrito de agua y un poquito de agua más abajo. Decidimos no bañarnos todavía, vamos a ver las otras y nos quedamos en la mejor. Llevamos provisiones para un picnic y cuchillos por si hay osos.

A los pocos metros ya estamos perdidos, no vemos el camino para subir la siguiente cascadita, nos separamos en dos equipos para encontrar el mejor camino, el de los otros era el correcto. Igual llegamos a la cima del cerro y seguíamos sin ver la bajada, teníamos la cascadita preciosa ahí abajo y no veíamos la manera de llegar. Los aguiluchos nos sobrevolaban. El calor ya era insoportable. Todos tenemos cortes en los brazos y piernas por los arbustos con espinas. La moral comienza  a bajar. Por el camino del río, a los lejos, divisamos que un grupo de gente viene. Los espiamos entre los arbustos para ver que camino toman, eligen el mismo que nosotros, pero a los pocos minutos ya están en la cascada. Y nosotros?, pasamos ese caminito y no lo vimos… le grito al guía y le hago señas con los brazos, para que me diga por dónde bajar. Me señala que por donde estamos está bien. Varios rasguños más y ramas en la cabeza y los bolsillos llegamos al río. Pero todavía estamos lejos de la cascadita, donde los otros turistas ya se están bañando.

Quedamos atascados de un lado del río, a pasitos nomás de la otra gente. Los franceses cruzan por unas rocas y agarrándose de la pared, el Will cruza por otro lado y el gordo tato se queda parado en una roca, en el medio del río. Viene el guía y me empieza a boquillar. Me dice que la semana pasada estuvo ahí mismo con unos uruguayos a lo que enseguida le pregunte si se acordaba de los nombres, es que nos conocemos todos. Pero a esos no los conocía. Me separa un salto de 2 metros, pero el pánico escénico me supera. Todos mirando cómo yo hago amagues para saltar y me quedo, no puedo hacerlo y menos cruzar por las paredes como hicieron estos pibes… Llevo mi mochila con la cámara y no quiero saltar y quedarme a mitad de camino, saltar lo salto, creo, pero el problema es la mochila con la cámara. Me dicen del otro lado que les tire la mochila y que después salte. No me animo, hago un revoleo y no la suelto, peor, casi se me cae al medio del río. Al segundo intento tiro mi mochila y la reciben del otro lado. Alivio. Ahora falto yo. “Cuento hasta 34, cierro los ojos y salto”, pienso pero no lo hago. Me saco los championes, los tiro hacia el otro lado, me remango la bermuda y cruzo caminando. Ya está.

La cascada tiene una altura de 4 metros y el laguito de abajo sólo 3 de ancho y otro tanto de profundidad, cosa que un golpe te podés llevar. A parte, el centro (donde hay que caer) es de 1,5 metros, a los costados la profundidad es aún menor. Mierda, llegar hasta ahí para nada. Quedamos todos en la orilla de la cascada mirando para abajo, viendo dónde hay que saltar y  otra cosa, después hay que subir una pared de piedra que no se ve muy fácil. Le preguntamos a uno de los otros turistas que ya se está secando, por el salto y por la posterior subida. Dice que el fondo está lleno de rocas y que no cree que sean 3 metros, pero lo peor es la subida, que es difícil. El guía se ríe y nos mira. Me sigue boquillando. Lo voy a cascar en cualquier momento.

Me retiro un poco a pensarlo, me saco la camiseta y corro unos 3 metros y salto. El estómago se me sube en milésimas de segundo y al poco tiempo aterrizo a lo soldadito en el lago. Pocos metros de profundidad tiene y el agua está helada. Toco el piso y me impulso hacia arriba, salgo bien rápido y me quedo en la orillita, orgulloso y tembloroso. Ahora me toca boquillarlos a los demás. Mientras ellos deciden quién salta primero, yo comienzo la difícil tarea de subir por la pared vertical de roca puntiaguda. Van saltando de a uno, yo sigo subiendo, raspándome las rodillas y mirando hacia abajo cómo las rocas me esperan ansiosas de una caída. Por suerte nada pasa y todos nos encontramos a los pocos minutos, sentados a orillas del río, comiendo nuestros refuerzos.

El guía me explica más o menos, cómo volvernos. Subir una difícil pared de rocas y luego caminar por la cima de la montaña y “después el camino es fácil”. Terminamos nuestro almuerzo y comenzamos la escalada. La primer parte la hacemos bien, yo voy tercero, el Will detrás de mí. Llegamos a una parte de la montaña donde hay un “caminito” de piedritas sueltas en la ladera de la montaña, que tiene una inclinación de 40º o algo así. El piso es de pedregullo y esa parte tiene como 2 o 3 metros de largo, no hay nada para agarrarse y hacia abajo solo un precipicio. El precipicio que termina en rocas puntiagudas muchos metros más abajo. Veo cómo los franceses lo cruzan sin problema. El Will viene un poco retrasado. Yo me quedo frenado ahí, dudando de hacerlo. Sino que hago?. Estudio el terreno, difícil. La vuelta sería peor y quedaría del otro lado del valle. Tengo miedo. Apoyo un pie y hago para delante y para atrás haciendo como un pozo. Pruebo poner mi peso sobre ese pie. No es muy confiable. Los franceses me dan ánimo del otro lado. Una raíz asoma por la pared de pedregullo. La agarro y lentamente voy depositando mi peso sobre mi pie. Unas piedrecitas se mueven. Me tiemblan las piernas pero no puedo pensar en otra cosa más que cruzar. Corro un poco mi pie de apoyo, quedando solo la punta del pie y acomodo la otra punta del pie. Peor, porque si se van las piedritas se me van los dos pies al mismo tiempo. Miro un poco hacia abajo y rápidamente imagino una caída. Nada lindo. Muchos pensamientos pasan por mi cabeza. Lo tengo que hacer.  Dejo mi segundo pie en el huequito y busco, estirando mi otro pie, un lugar seguro donde terminar de cruzar en dos largos pasos. Lo encuentro y sin dudarlo me balanceo hacia allí. Por fin cruzo. Me siento ahí nomás. Con piedritas que caen, pero ya con una ramita más firme y bien cerca. Me doy cuenta de la locura que hice y de lo que podría haber pasado. En eso veo que Will está detenido frente al mismo paso que yo. Su cara muestra preocupación y miedo. Le doy ánimo y le explico cómo cruzar. Le extiendo mi mano mientras me agarro de la ramita. Tomado de mi mano cruza rápidamente. Se sienta a mi lado y respira aliviado. Yo también. Que pasaba si Will, agarrado de mi mano, resbalaba?. Mejor no pensar y seguir caminando.

Llegamos a la cima y nos damos cuenta que seguimos perdidos. Vemos a lo lejos los techos de la ciudad y nosotros que caminamos en la otra dirección. A lo lejos unas casitas, propongo ir en esa dirección, de alguna manera esa gente sale de ahí.

Luego de 30 minutos caminando llegamos a una casita, perdida en la montaña. Un perro y un niño salen a nuestro encuentro. Le pregunto por Sucre, el niño no habla español, me lleva con su padre que sí habla mi mismo idioma. Bueno, lo habla más o menos. Me indica que después de aquel árbol hay un camino mejor que nos lleva al próximo pueblo.

La moral del equipo es baja. Unos proponen volver. Otros de seguir un poco más. Ya es tarde y en 1 hora empieza a oscurecer. Hace unos cuantos minutos que se nos terminó el agua. Llegamos al pueblito, pocas casas, poca gente en la calle y a los que les pregunto por Sucre me responden en aymara o quechua. Una nenita me señala una portera y me dice “camión”. Miramos y a lo lejos vemos una nube de polvo y luego un techito blanco que asoma. Salimos corriendo gritando y moviendo los brazos. El camión frena y nos lleva por Bs.5 los 40 kilómetros que nos separan de la ciudad. Que alivio. Cómo nos alejamos tanto?

A la mañana siguiente, de nuestro último día en Sucre, decidimos ir a ver las huellas de los dinosaurios. Una fábrica de cemento, a escasos 3 kilómetros del centro, estaba explotando una cantera cuando de repente cayó toda una pared de la montaña descubriendo muchas huellas de dinosaurios, en todas las direcciones, caminando en parejas, en familias, herbívoros, carnívoros, de todo. Hacia ahí fuimos con el Will. Una pared inmensa descansa a 10 metros de un mirador dentro de un parque temático. Un aburrimiento tremendo la explicación de la guía, que es necesario pagarla para poder ver esas pisadas que hace miles de años dejaron unos bichos enormes que andaban por ahí buscando agua.
La fábrica ésta sigue explotando la cantera y con sus explosiones, la pared esa se ha ido quebrando y cayendo algunas partes. Nadie hace nada. Es una cantera rica.

A la tarde nos vamos, nos separamos con mi amigo el australiano que no habla español. Del que quise huir tantas veces y del buen amigo que encontré. Yo me voy en busca de La Paz y el, hacia la Santa Cruz.

19.30 estoy en la terminal de ómnibus, tengo 20 minutos para comer algo y subirme a mi coche. Busco en la terminal y nada rico. Huelo una fritura y salgo a la calle en busca de ella. Unos carritos en la vereda de enfrente me chistan cada vez que una hamburguesa cae sobre la plancha.

Parado mirando cómo ésta cholita dominaba con tanta agilidad la espátula sobre la plancha se acerca una chica gringa, se para frente a la plancha y sin titubear pide, en un español raro, una hamburguesa completa. Hermosa actitud. Pido lo mismo. Ella va a La Paz también, pero en otro coche. Nos vemos allá y buscamos dónde quedarnos. Bien. Cambié al Will por una holandesa.

España en Potosí

El ómnibus frena y todos empiezan a bajar como locos. Espero sentadito hasta que el último se retire, yo estaba al final, agarro mi mochila y bajo.

La terminal queda en un lugar medio feo, son las 2am y pasan camionetas tirando cuetes, esa noche ganó el Real Potosí  y la gente está de fiesta.

Me quedo con mis mochilas esperando que el ómnibus se retire para averiguar cómo irme a un hostal barato y bueno. El coche comienza su marcha y del otro lado un taxi con los tres australianos esperando dentro. “Come on taté!”, grita Willl sacando su cabeza por la ventanilla.

Mi corta libertad se termina: opción 1, o soy mala onda y les digo que no voy con ellos, algún bolazo, que le tengo miedo a los taxis o que voy a lo de mis padres, o la opción 2, voy con ellos y disfruto de seguir compartiendo todo mi tiempo con nueva gente y hablando inglés everytime. Opción 2.

El hostal es precioso, casa colonial, con muchos cuartos y patios internos al estilo español. Comparto habitación con mi nuevo amigo australiano. Es tarde y lo mejor es dormir, estamos a 3800 m.s.n.m. y siempre es excusa y razón para tirarse un rato, todas las excusas que tengan a la altura son válidas y a parte,  hay que descansar para mañana poder pasear. Más importante aún, hay que levantarse temprano porque el desayuno está incluido.

Me despierto muy temprano, ya descansado y sin más sueño. Falta una hora para el desayuno, así que hago tiempo en la recepción averiguando qué hacer y hablando de fútbol y mujeres.

La comida más importante del día son dos panes, un poco de manteca (que alcanza solo para una de las mitades de ellos), otro tanto de mermelada, un café con leche y un feo jugo de naranja. Está incluida, así que a comer todito.

Se van levantando los australianos y vienen a mi mesa, a conversar, es muy temprano para falar inglés… se toman todo el tiempo del mundo para desayunar y leer su libro para saber qué hacer. A mi las patitas se me están moviendo hace rato, quiero salir ya!.

La parejita australiana, por arte de magia, deposita bajo mi responsabilidad el entretenimiento de mi nuevo amigo Will, ellos van a hacer otras cosas, así que bien, “Will, vas a aprender españolo conmigo”, le digo. “what?”, “eso, españolo…”, me mira y le cabeceo hacia afuera “let´s go”.

Potosí es preciosa, guarda el encanto y el orgullo de haber sido la ciudad más prospera del Siglo XVI; la pobre ciudad que financió el desarrollo de toda Europa, la rica y triste historia nos esperaban ahí afuera, en todas las calles.

El cerro rico está ahí arriba, enorme, cansado y enfermo de tantos agujeros, mirando todo de reojo, y debajo, la ciudad que vive y muere a sus pies, como desde hace 500 años.
El cerro rico ya no lo es. Es solo un doloroso sueño de miles de personas que siguen trabajando dentro, por pocos bolivianos, sacando algo de estaño, zinc y a veces, con mucha suerte, plata.  Poca plata.

Cuenta la leyenda que Huayna Pacac, un Inca medio capanga, venía hacia las aguas termales de la zona, a curarse de unos problemas en los huesos, cuando escuchó sobre este cerro y su inmensa riqueza. El Sumaj Orko se llamaba por esos tiempos, el cerro hermoso. En seguida, mandó a sus mineros a buscar piedras preciosas en su interior, para adornar los templos de Cuzco y ofrecer a los Dioses. Pero, ni bien empezaron a trabajar en el cerro, una voz cavernosa salío de entre la tierra y les dijo en quechua: “No es para ustedes, Dios reserva estas riquezas para los que vienen de más allá.” Los indios huyeron y el inca abandonó el cerro, sin antes cambiarle el nombre a Potjosí, que como ustedes no saben nada de quechua les digo que quiere decir “truena, revienta, hace explosión”, algo así.
El cerro no volvió a tocarse, todos le temían.
Varios años después, ya con los españoles en nuestras tierras, un indígena que andaba por el cerro, buscando una llama que se le había perdido de su rebaño, al llegar la noche no la encontró y decidió dormir en el cerro. Hizo un fueguito para mantener el calor y se durmió. Al despertarse tal fue la sorpresa que de la tierra, debajo del fuego, salía plata líquida, entones se puso como loco y dejó la llama ahí perdida, total, se podía comprar hasta un elefante si quería. El indio, se fue al bar a tomarse unas copas y celebrar con los chochuma, felicísimo de lo que había encontrado; pero se mamó y se fue de boca. No tardó mucho en que algún alcaguete le contara a los españoles sobre ese cerro.
Desde ahí, 8 millones de indígenas y esclavos traídos de Africa muertos en su interior, y España y Europa, disfrutando de las miles de toneladas que del  cerro rico sacaron.

Todo eso le conté al Will y le agregué que si no fuera por toda esa plata que sacaron del cerro, Inglaterra, que tenía agarrado a la corona de España con hipotecas y deudas, no se hubiese aventurado a conquistar otras tierras como Australia. Yo que sé, por transitiva capaz que sí.

Desde la punta del cerro, hacia abajo, como dice la canción, todo es bajada. El problema es la vuelta, que todo es subida y a 3800 m.s.n.m., cualquier levantada de pata de más es recontra cansadora. Así que a bajar primero.

Llegamos al mirador que está debajo, una nave espacial a 40 metros de altura frente al cerro y la ciudad. De lejos rompe la vista, pero desde ahí la vista es preciosa. Brindamos por el paisaje con una Potosina, la peor cerveza de Bolivia. La tomamos rápido antes de que se caliente y sea intomable.

Caminata, sudor y caminata. Hace calor y las subidas son odiosas. Un almuercito en el mercado y a escapar del sol con una breve siesta. Y claro, a descansar de la altura.

De tarde soy libre y camino la ciudad de lado a lado, entro en las iglesias, todas preciosas y antiguas, me persigno y busco el mejor precio para ir al día siguiente a las minas. Consigo uno bien bueno, gracias a que soy uruguayo me dan un descuento, le hablo de que tengo unos amigos que también lo quieren hacer y que mañana en la mañana estamos todos ahí.

Ceno con los potosinos y vuelvo al hostal a contarles a los autralianos, les digo del buen precio conseguido pero que al señor le dije que éramos todos uruguayos, así que todos contentos salimos en familia a cenar. Eligen un ristorante italiano y yo una cervecita para acompañar que me sale igual que mi cena. Es sábado a la noche y los karaokes de la vuelta sacan los parlantes hacia afuera convocando nuevos cantantes.  Will y yo vamos, la parejita se vuelve a dormir.

El karaoke es precioso y bizarro. Luces de neón por toda la sala y parejas de todas las edades bailando. La música no es otra que cumbia, cumbia villera, bolerazos y salsas. Alguno se arrima a la barra, pide un tema y lo canta acodado mientras lee la letra en los monitores. Repetimos la Potosina, pero esta vez nos dicen que la Pilsener es mejor, así que a probarla, total es la más barata. Ayudados por las luces de colores y la buena música, la Pilsener la bajamos tranquilazos.
Seguimos recorriendo la noche y caemos en una fiesta de bienvenida de la universidad, a los uruguayos los dejan entrar gratis, “Will, vos decí todo que si con la cabeza”. Celebramos con los nuevos universitarios y a media madrugada nos vamos a dormir, mañana nos toca trabajar en las minas.

Vamos todos juntitos a la agencia, nos mira el dueño desde dentro y dice, “que uruguayos más raros…”, “si, son del interior”, le respondo. Salen dos camionetas,  una con english spokens y la otra, que demora 15 minutos en venir, con los hispanos.
Se van mis amigos uruguayos y yo me quedo solo tomando un té de coca. Hay una pareja de argentinos que al saludarlos me hicieron así con la cabeza nomás. Yo quería hablar y me cortaron en seco. Ahora me voy a tener que comer todo el tour por las minas con esta parejita antipática y mis amigos autralianos se fueron todos ríendose en inglés hace 10 minutos… ya los extraño.

En eso llega nuestra camioneta, viene llena. Entro y 8 sonrisas españolas responden a mi “hola”. Son enfermeras y maestras que trabajan para una ONG en Santa Cruz. Hola enfermera.
Respondo con una sonrisa y miles de palabras en español salen de mi boca sin freno, que precioso idioma y que rico que es, cómo lo extrañaba, cuantas respuestas rápidas, nada de pensar como se diría, amo el español y a las españolas y a las tortilla española.

Nos llevan a ponernos las ropas acordes a la mina, un mameluco, botas de lluvia, casco con linterna, pico y pala. De ahí salimos todos disfrazados, como los 7 enanitos cuando vuelven de trabajar de la mina, bueno, nosotros íbamos a mirarla.
Paramos en el mercado de los mineros para comprarles regalos, siempre se hace, pobres locos, se pasan horas ahí dentro y los turistas, como las españolas y la pareja de argentina, les compran hojas de coca, gaseosas, alcohol puro (para tomar, no para heridas), dinamitas, galletitas y más hojas de coca, su único alimento durante esas duras horas dentro de las minas.

Vamos todos cargados con los regalos. El guía nos deja un ratito solos a la vista de todos los mineros que van  subiendo resignados a trabajar y de los que bajan cansados, llenos de polvo. “Quién tiene la coca?” pregunto. Una española levanta su bolsa. “Dame un poco que me olvidé de la mía…”, me miran todos con mala cara, “…vamos a necesitar…”. Agarro un puñado y lo meto en mi boca. Luego todos hacen lo mismo.

Llegamos a la mina, el guía nos da unos consejos de seguridad y abre la bolsa de coca para que todos tomemos, “los mineros van a estar contentos de compartir con ustedes”. Las miradas caen sobre mí. “Ya tenemos” me toca decir y bajar la cabeza.

Prendemos nuestras linternas en nuestros cascos y entramos, ya a la entrada se siente el frío que viene del interior y un silbido permanente. Vamos por la vía del riel, por donde sacan todo el día 500 kilos de piedras cada 20 minutos. Todo el piso son charcos de barro. Las paredes negras de los costados muestras algún color del interior del cerro rico. Vamos todos en fila, golpeo mi cabeza varias veces con las vigas que sostienen los túneles, es que ahora mido como 2 metros con el casco y las minas son para gente más baja y agachada. Seguimos adentrándonos en la mina, ya no se ve la salida, solo vemos lo que nuestras linternas iluminan. Nos vamos cruzando con mineros zombies que murmuran alguna palabra pidiendo coca o refresco. El aire falta dentro, el espacio es cada vez más pequeño, el piso está inundado y hace frío. Mejor pensar en cosas lindas. Una de las chicas entra en pánico y se vuelve con unos mineros que salían con un carrito a tirar piedras. Mejor no pensar.
Subimos por escaleras de madera, y bajamos a pozos de 80 metros donde creen estar siguiendo una veta de plata.
Siempre trabajan de a parejas por si les pasa algo.
Todos tienen un montón de hojas de coca en la boca, como hace 500 años los indígenas esclavos y los negros esclavos. Es su único alimento ahí dentro y hasta que vuelvan a sus casas.
El guía les da a los distintos capataces “nuestros regalos”. Los mineros llenos de polvo y con la boca seca pasan pidiendo agua y coca.
Luego de conversar con unos mineros, me quedo tomándoles fotos, al mirar para atrás veo que ya no hay turistas ni luces. Me despido y salgo “corriendo” con mis botas de lluvia saltando entre los charcos, el bajo techo y los rieles. No hay nada delante, solo lo poco que ilumina mi linterna. Mejor no pienso y sigo. Miro para atrás y tampoco nada, todo oscuro. Metros más adelante el camino se separa, derecha o izquierda?, derecha o izquierda?, sin detenerme agarro para la derecha y empiezo a chiflar, como a la Bilú y Chicco, “fi-fiiu – fi-fiiu!”, me empiezo a poner nervioso, vuelvo?, sigo este camino?, grito?, me quedo en el mismo lugar?, hago el paro de manos?. Sigo caminando apurado (si, ya me había cansado) y allá a lo lejos veo unos reflejos y de repente una luz que viene hacia mi. No veo nada por la encandilada. “uruguayo, me parecía que no venías atrás mío…” dice el antipático y buen argentino. Lo abrazo y seguimos camino hacia los demás.
Se acerca el mediodía y es el momento elegido para hacer las detonaciones y así los mineros pueden salir a descansar un ratito mientras los gases se disipan y el polvo se asienta.
Llegamos a saludar al tío, el Dios de la mina, un demonio rojo tallado en madera por los mismos mineros al final de una galería, donde cada inicio de jornada vienen los trabajadores a pedir por buenas vetas y que puedan volver a sus hogares.
Les dejan ofrendas, cigarros, alcohol, cervezas, hojas de coca.

El guía se retira mientras los turistas se sacan fotos con el tío. Yo lo sigo para conversar con el.

TT- y usted trabajó en las minas?
Guía- sí, trabajé durante 9 años…
TT- y encontró alguna buena veta?
G- encontré la mejor veta del cerro… los turistas. Me mira y sonríe. Pasan apurados unos mineros que lo saludan con algo en quechua y siguen. El guía se tapa los oídos y me mira.
Miro pasar los mineros.
TT- qué le dijeron?
Se oye primero un pequeño tic y luego la explosión de la dinamita sucedido por una ráfaga de viento que viene de otras galerías. Me tapo los oídos. El viento que viene es bien fuerte y el ruido de la explosión hace temblar todo alrededor. Son 12 detonaciones.
G- me dicen padrecito…
TT- que?
Me saca las manos de los oídos.
G- padrecito me dicen.
TT- ah… por?
Baja la mirada y saca sus manos de sus oídos.
G- en un derrumbe hace unos años, yo era el capataz, y entré a ayudar a rescatar a los mineros…
TT- uh… y murió alguien?
G- si, un muerto sólo hubo.
Me mira lloroso.
G- Mi hermano… no lo pude encontrar.
En eso sale el borbollón de españolas hablando a diestra y siniestras bien alto.
Lo miro y le froto mi mano en su espalda. No digo nada. No hay nada que decir.

Salimos al cielo azul y el sol brillante, es otro mundo afuera, es otro mundo dentro.
Nunca más me quejo del trabajo.
Bueno, alguna vez más.

Nos cambiamos y salimos todos a almorzar. Preguntándole a un borracho por un lugar barato para comer nos dice que el Evo está en el estadio. No le creemos del todo, igual salimos en esa dirección. Vamos preguntándole a la gente y algunos saben y otros no. El presidente, su presidente está de visita en su ciudad y la gente no sabe?. Seguimos a la música, trompetas, platillos y bombos, fuegos artificiales a pleno sol. Nos cruzamos con cantidad de gente feliz que viene cantando y tirando papel picado. “El Evo?”, “está en la plaza” nos contestan felices.
La plaza en la otra dirección, así que cambiamos rumbo y vamos a la plaza.
Mucha gente espera afuera de la casa de gobierno.
Mucho ruido hace esa gente.
Mucha alegría en todos lados.
Mucho papelito picado en las cabezas y en el piso.
El Evo que no sale.
El hambre nos supera.

Pasamos toda la tarde recorriendo la ciudad, el Museo de la Moneda y las españolas consternadas de todo lo que ven. Sufren su pasado y su historia. Nada tienen que ver ellas. Pobres, las abrazo y las consuelo. Más cervezas y más paseos.

Veo a lo lejos al Will y lo llamo. Lo presento y las presento “españolas”, no me sé todos los nombres. “Will, you want to learn spanish?”, “of course”. No volví a hablar ingles en toda la noche.

El resto fue de Karaoke y karaoke, ahí conozco a los nuevos Mambrú, un trío de porteños peinaditos y a la moda, que vienen subiendo hacia Méjico con la idea de ir tocando en pueblitos y haciendo algo de plata. “Que bueno, cuando los puedo ver?”, pregunto. “No, todavía no empezamos a tocar”.
Potosinas calientes y una noche muy divertida con conquistadoras en Potosí. La pena que se fueron al día siguiente. La otra pena es que eran todas feas, pero con terrible alegría encima.

Al día siguiente, nos vamos a las termas con el Will. Paseo romántico y relajante. Llegamos a las piscinas públicas y éstas están llenas de gente, claro, es domingo y a todos se les ocurrió hacer lo mismo.
Vamos unos kilómetros más adelante, hacia el “Ojo del Inca”. Un círculo casi perfecto, en la cima de una montaña, donde sale agua caliente a unos 30º – 40º. Es un volcán inundado a donde los Incas venían a curarse de problemas de piel y de los huesos. Tiene como 50 metros de largo y no se sabe cuán profundo es.
Cruzar por el medio, del agua calentita y turbia, pasando por el centro del volcán, pensando en espíritus de Incas flotando y cuerpos de viejos indígenas ahogados en esas aguas no es buena idea.

Disfrutamos de la tarde y volvemos a Potosí. De chancletas, short de baño y toalla a los hombros paseamos por el centro, los otros turistas nos miran sin entender.

A la noche, en el hostal, me pongo a hablar con un francés que viene de recorrer el mundo. Cuentos fantásticos de lugares hermosos. Yo en mi duda de si ir a La Paz o a Sucre. “…si te va a encantar”, me dice.
Ya decidió mi nuevo destino. El Will viene conmigo.

A la mañana siguiente volvemos a la mina, para sacar unas fotos y conversar un poco más con los mineros. Entro a las oficinas para pedir permiso y me encuentro con nuestro guía y el encargado de la mina que están firmando el contrato para el año que entrante.
Nos invitan con alcohol puro cortado con sprite, trago duro y a tomar fotos.

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turupamaq.wordpress.com

gracias por el fuego

“No vamos”, me dice Yann en un perfecto inglés.
“Dale, venimos desde Francia para hacer este viaje, no jodas”, le contesto.

Subimos nuestras mochilas y nos presentamos con nuestro guía/chofer Hilario y con nuestra madre/cocinera la cholita Modesta.

Soy el único que habla bien de bien el uruguayo, los bolivianos hablan mejor al castellano, casi como si fuera de España. A veces voy a tener que ser el traductor, lo sé. Para eso miré tantas películas y tomé el té a las 5 con Beatriz.

Vamos en una Nissan 4×4, como casi todas, con tres filas de asientos: delante para chofer y cocinera, y dos detrás para los turistas y yo, bien lustradita, con las ruedas bien infladas y con rico olor dentro y todo brillando por la vaselina.

Nos sentamos resignados, esperando los veteranos de Canadá. Igual va a estar bien, seguro algún cuento de Ontario tienen. Vamos al Salar de Uyuni, eso es lo importante.
No nos convencemos, estamos desilusionados.

Son las 8 de la mañana y ya estamos cansados de la camioneta. Mentira.

“Divinas”, dice un sonriente francés a mi lado. Una de las cinco palabras que le enseñé. Giro mi cabeza y ahí vienen nuestras compañeras de viaje.
Estaban bien, no da para escopeta.
Empiezan los empujones y los tinguiñazos con mi colega. Ahora sí estamos felices, vamos al Salar!.

“Hola”, “hello”, “danke”, se llaman Corinne y Felicitas, son amigas desde los 3 años y estudiaron siempre juntas. Una es más burra que la otra y no consiguió las notas para entrar a la Universidad, desde ahí que hacen un viaje al año juntas. Hablan algo de español, mejor el inglés y el alemán de taquito. Son de pocas palabras. Tuvieron diarrea y vómitos los primeros 2 días. Aburridas.

Arrancamos por el pueblo, todos quieren salir antes que los otros. Hay una competencia fea entre las agencias que venden los tours. Se conocen, se saludan y se putean por detrás. Hay una carrera entre las agencias que venden los tours. Se apuran para ir primeros.

“Nosotros vamos a hacer el mejor camino, nadie lo conoce”, nos dice Hilario y Modesta afirma con su cabeza.

El viaje es por montañas secas y llenas de piedras, caminos de tierras de una sola vía. Precipicios abajo. Montañas por todo alrededor, hasta el horizonte y pasándolo. El día está precioso, cielo azul-azul con algunas nubes, un poquito de calor. Paramos en lo más alto del viaje, 4100 m.s.n.m, una montaña desde donde se puede ver el faro de La Paloma.
La vista es increíble.

Las paradas siempre son de 15 minutos o un poco más, dependiendo de lo rápido que vuelvan las alemanas y se sienten a esperarnos.

Pasamos mucho tiempo en la camioneta. Las vistas desde la ventana son preciosas, pero no se pueden tocar. Hay llamas por todos lados, andan sueltas, rebaños de buzos y bufandas caminando por ahí. Algunas vicuñas salvajes también. “Alpacas y guanacos?”, pregunto. “No, a ellas no les gusta el pasto de por aquí”, responde Hilario luego de pensar el bolazo por unos segundos. “El guanaco escupe?”, ataco nuevamente. “Todos escupen, como los humanos, por placer y en defensa”. Es bueno para las respuestas, muchas mismas preguntas tal vez.

Solo hay 4 discos en la camioneta: “Grandes éxitos del Folklore Boliviano vol. I”, “Grandes éxitos del Folklore Boliviano vol. II”, “Bon Jovi” y  “Pura Ranchera Mejicana”.
También está Modesta, que habla por los codos. Hacen estos tours siempre juntos y todavía le dá para hablarle a Hilario por horas. Sin parar casi.
Mejor, así el chofer no se duerme.

El hielo siempre se rompe con las 6 preguntas que inician todas las conversaciones en los viajes: “de donde vienen?”, “por cuanto tiempo viajan?”, “después a donde van?”, “les gusta el dulce de leche?”, “en serio conocen a Peñarol?”, “sabes chiflar?”. Y mis respuestas del paicito, que nadie conoce y que todos dicen van a conocer en el próximo viaje, “no, no hay montañas”, “tenemos unas playas preciosas”, enseguida de eso “mejor vayan en verano, su invierno”, “3 millones nomás”, ” dos campeonatos del mundo y dos campeonatos olímpicos, cuando jugaban con los mayores”, “no, es todo natural, nunca hice musculación”.

Paramos a almorzar luego de un cañón enorme donde soplaba mucho viento, ésa era la parada preferida de Hilario y que nadie más conoce. Ahí igual soplaba mucho viento. De refuerzos y tamales se vino el primer almuerzo, bien al paso pero medio pichanga. Convenzo a las alemanas que solo coman pan y queso, que va a ser mejor por su estado, más para mí. De postre un mango enorme cortado de forma muy linda que nadie toca.

Repito durante todo el viaje la cebolla y el pepino. Son ricos para repetir. Lo compartí con todos, no hay que ser egoísta.

Seguimos entre montañas y montañas, el Salar lo vemos al último día. Ahora paisajes preciosos, valles entre montañas, subir a ellas y volver a bajarlas.

Llegamos a un pueblito en el medio de la nada. Seis casas y una que alberga visitantes. Están en la ruta. Parte del negocio. Casitas de adobe con paneles solares, “que hacen esos paneles?”, pregunto. “El Gobierno de Japón les dá a los campesinos una ayuda y les financia los paneles en 5 años, así tienen luz”, me explica Hilarius. En el medio de las montañas, un pueblito perdido y todas las casas con paneles solares.
Gracias a Japón y a las reservas de litio que tiene Bolivia para abastecer por 100 años a todo el planeta.

Hay luz, pero no hay agua caliente. Hace mucho frío. Eso está incluido en el precio, no bañarse en 4 días.

Donde nos quedamos está alejado del resto de las casas. Ahí mismo vive la familia que lo atiende. Tienen un puma de 1.5 mtrs. disecado que casaron hace 3 semanas, andaba molestando a las llamas. Ahora ellas andan pasteando por ahí a la vuelta, con sus cintas de colores en sus orejas para identificarlas de las de otros campesinos. No son muy simpáticas y pueden escupir si las molestas, así que las dejo tranquilas, bueno, a una la escupí porque pensé que me iba a escupir ella antes.

Recorremos un poco el pueblito y a merendar. Tés con galletitas. Quedamos en el “comedor” hasta la cena, siempre vive la merienda y pegadito la cena, como para no esperar mucho. También porque hay que levantarse muy temprano al día siguiente y desayunar y armar la camioneta de nuevo, ah, y cepillarse los dientes y ponerse desodorante, el máximo de limpieza aceptado por las bajas temperaturas.

Se nos suma Hilario a la conversa. En realidad se suma a hablar conmigo, con el hispano hablante. Tiene 2 hijos y en una semana nace el tercero. Hace 15 años que hace estos tours, antes trabajaba con otras agencias pero se cambio a ésta porque es la mejor. Claro. Quiere poner una estación de nafta a mitad de camino, así no tienen que cargar todo el tiempo los peligrosos 80 litros de gasolina sobre el techo. Sobre nuestra cabeza.
Tema que me tenía en vela, accidentes y muertes de turistas indefensos que solamente quieren conocer las partes más lindas de los países. Me cuenta de algunas, de las peores en realidad. De la última grave, donde murieron 14 personas al chocar de frente dos camionetas a la entrada del Salar. Sólo se salvó el conductor, el que iba borracho. Los tanques llenos de gasolina estallaron y murieron todos quemados, en el vasto y precioso salar.

Mi temor sube casi al 89%. Me lo siento en la falda y le digo: “Hili, nada de tomar eh?, si estas cansado paramos, si tenés sueño también, nada de hacer locuras, queremos llegar a ver el precioso Salar y volver sanos y salvos a nuestras casas”, con una sonrisa de borracho me dice que sí, “no solo por nosotros que somos 3 turistas y yo, que no nos conoces y no te importamos, sino por vos y por tu familia, por tu hijito que está por nacer en pocos días…”, me abraza y larga a llorar, llora por horas y horas, me moja todo el hombro. Intenté sensibilizarlo para no morirnos en un tonto accidente, pero no que se me ablandara tanto.

Modesta viene, nos deja la cena y se lo lleva a upa. Cenamos carne con arroz, “alemanas, ustedes coman solo arroz que sino les va a caer mal”. Soy el más grande del grupo, así que todos me tienen que hacer caso. Siempre viene antes una sopa, una riquísima sopa. Modesta nos deja la mesa bien servida y se va. Nunca acepta nuestras invitaciones a comer todos juntos. No los deben dejar. Levantamos la mesa y dejamos todo en la cocina. Lava y relava los trastos en un bidón con agua. A veces mejor no mirar y solo disfrutar.

Nuestra madre/cholita llamada Modesta, tiene 7 hijos, todos seguidos. “Ah Modesta, fueron buenos años” se me escapa. Tiene la virtud de estallar en risa en menos de 1 segundo. Habla todo el tiempo en que los demás se callan y hasta habla tomando aire para no dejar momento sin palabras. Es nuestra madre por 4 días.

Luego de la cena, bien abrigados, salir a mirar el cielo lleno de estrellas. No hay luz alguna en muchos kilómetros a la redondea y el cielo está despejado, sin luna. Ideal para ver ovnis y estrellas fugaces. Millones de estrellas en el cielo. El ruido de las llamas que están acostadas ahí cerca. El repentino recuerdo de que había un puma que molestaba a las llamas. La vuelta rápida a la cama.

El cuarto es bien básico. Cuatro camas de bloques y el colchón de paja en un forro de plástico, dos frazadas y a dormir vestido, con todo lo haya en la vuelta.

5.30 nos golpean la puerta, a desayunar y salir rápido.

Los huevos revueltos de Modesta los repartimos entre Yann y yo. Buen comienzo de día. Mate cocido, té de coca y vascolet con leche en polvo. Galletitas y dulce de leche. Las alemanas siguen mal y toman sus remedios. Modesta vuelve con unas tazas con agua caliente y le agrega unas hierbas, a las horas se mejoran. La coca y otras yerbas, según la ocasión, son el remedio perfecto para los males del cuerpo.

Unas vizcachas corren por la montaña. Son una especie de conejos más grandes, con dientes de sable y cola larga. “Que ricos que son…” dice Modesta y estalla en risa.

Salimos 6.15, tres minutos atrasados. Está un poco nublado. Hoy nos toca viajar en el asiento de atrás, más incómodos, más apretados, con la cabeza tocando el techo y golpeándolo cada vez que un poso se cruza. Incómodo día.

De lejos vemos la “Laguna Hedionda”, con la H muda. Paramos en una loma para apreciarla y olerla. Se llama así por los gases que por ahí hay. Hiede, con la H sonora.
Los primeros flamencos rosados que vemos en el viaje. Son unos pocos y están en el medio de la laguna descansando. Ya vamos a ver más.

“Laguna Celeste Martín” dice Hilario para que yo repita en algún idioma raro. “Esta laguna no la ve nadie más en el tour, solo nosotros”, cierra la propaganda.

Nos bajamos y vamos lentamente hacia la orilla. Sí que es azul, pero el cielo arriba también. El Río Uruguay  a veces también es azul. Hay muchos flamencos rosados, divinos. El sol se mete entre las nubes para darle un color más vivo a estos pájaros. Toda la orilla del lago está congelada. Les tiro una piedra a los flamencos para que vuelen, que hagan valer la estadía. Es increíble cómo a los 3mil m.s.n.m., en un lago lleno de minerales y gases, con temperaturas bajísimas, vivan flamencos rosados, increíble. Decí que ya había visto fotos y sabía que ahí vivian, sino no lo creía. No eran de Miami los flamencos estos?.

Este día es el día de las lagunas, vamos a ver 4, cada una de un color y de un olor diferente. Todas con preciosos flamencos comiendo las pequeñas algas que allí viven. Todas en el medio de montañas y desiertos.

Seguimos hasta otra de los puntos mágicos del tour, “Laguna Verde”. El cielo nublado no deja que sea tan verde, pero es preciosa igual. Como del color del océano cuando viene tormenta. Acá si que no vive nada porque tiene no se qué toxina el agua que no permite la vida dentro.

Una camioneta estacionada con turistas alrededor sacando fotos rompen la vista. Está a unos pocos metros de distancia. Miro y el Will que viene caminando. El Will de Cachi.
Abrazos en autraliano, francés y uruguayo. “Que casualidad”, “nos vemos en la próxima parada”, ” estás más gordo”.

Buen encuentro, pero una rápida conversación con el autraliano, deja claro que Will y yo vamos después del Salar al mismo destino. Desde que empecé el viaje sólo estuve un día en plena libertad. Claro que la paso de fiesta con la gente, pero quiero volver a estar solo y libremente andar por ahí. No quiero hablar más ingles. El Yann se va a La Paz y yo a Potosí. Will parece que también y quiere sumarse a mi bilingüidad. Lo sé, me usan por mi perfecto inglés y mi buen españolo, pero soy mucho más que el google translate, también lo sé.

Mi misión, a partir de ahora, esconderme de Will. Y disfrutar del tour, en ese orden.

Ya en el camino nos cruzamos con otras camionetas, es punto de encuentro de los que salieron de Uyuni y los que vamos subiendo. En las paradas hay otras camionetas, pero estacionamos lejos, fuera turistas.

Llegamos a unos agujeros en el medio del desierto que tiran roca derretida hacia arriba, con mucho vapor y olor. Se llaman géiseres entre ellos.  Es precioso y peligroso. Hay viento y no deja que el humo suba y suba, pero acercándose se vé como la tierra hierve ahí abajo. Un huevo duro se hace en 3 minutos y tiene todos los minerales que necesites.

Entramos a una reserva, como todo lo anterior, para almorzar. Ahí hay aguas termales. Una piscina natural/artificial, permite a los turistas sacarse la ropa rápidamente y meterse ahí a disfrutar del agua a 30º. Como parte del botiquín de primeros auxilios, yo andaba con mi short de baño. Así que a sacarse todo rápido y correr al agua. Lo único, había 8 turistas ahí dentro, pero el momento fue hermoso, creo que de la alegría hice pichí dentro, para ayudar con la temperatura.

Seguimos por el desierto, huellas de camionetas hay por todos lados, algunas doblan, otras siguen en paralelo. Todas van al mismo lado.
Nosotros todavía no. Pinchamos. Por suerte venía tranquilo y pinchó la rueda de atrás, la del gordo Yann. Nos bajamos y en menos de 8 minutos Hilarius, yo y el gato, cambiamos la rueda. La única de repuesto… no podemos pinchar más. Sino atascados en el medio del desierto y presa fácil de los lobos, vizcachas y pumas hambrientos.

Llegamos a “Laguna colorada”, con cielo nublado es marroncita. También está llena de flamencos rosados y algunos blancos. Todo alrededor de la gran laguna hay camionetas con turistas. Gracias a la viveza altiplana de Hilario seguimos de largo y vamos al pueblito albergue que hay a pocos kilómetros de la laguna. Conseguimos buenas camas. Modesta se queda en la cocina. Los turistas vamos a ver la laguna y los flamencos.

“Puedo ir adelante?”, le pregunto al chofer y con una sonrisa pícara me dice que si. Subo y mis canillas quedan trancadas contra la guantera. Modesta es cortita y el asiento de adelante está trancado. Hilario se ríe todo el camino. Yo me llevo de recuerdo un “Nissa” impreso en mi pierna derecha. Igual es más cómodo que viajar atrás y la vista es mejor.

El camino es todo de un pedregullo negro, tierra volcánica. Todas las montañas de alrededor son volcanes dormidos. De buen sueño.

La “Laguna Colorada” es otra joyita del tour. Pero también, las nubes tapando el sol impiden que los colores lleguen a su potencial. Es precioso, pero con sol seguro que es mejor.

Volvemos al albergue. Sentado en la mesa con la merienda frente a nosotros, veo por la ventana que Will pasa por enfrente, como buscando algo. Me tiro al piso y me arrastro como Rambo hasta llegar a la ventana y correr de a poco la cortina. “Que haces?” me pregunta Felicitas. La miro de golpe y le digo “cuerpo a tierra!”, demora 4 segundos entre que se arrodilla y luego se acuesta boca arriba. “Shh!” le digo, “Will está cerca”. Con una cuchara como espejo intento ver si Will ya se fue. Voy arrastrándome hacia la puerta, confirmo que ya no esté y vuelvo más tranquilo. Felicitas quedó dormida en el piso. La muevo con el pie y no responde, es de sueño profundo y diarrea fácil.

La cena tarda en llegar lo que hicimos durar la merienda. Nos llenan a comida. Lechones de engorde. Sopa primero y después milanesas con papas y arroz. Soy el mejor cliente de Modesta, como todo y más. Me enseñaron a no dejar nada en el plato, y por las dudas, tampoco en los de al lado. Nuestra cholita contenta de que comamos todo.

De sobre mesa se arrima Hilario, bañado y perfumado. Una gran sonrisa.

TT- A donde vas?
H-  …a tomar unas copas con los muchachos.
TT- No, no, no, que te dije anoche?
Hilario baja la cabeza y se sienta al lado mío.
TT- Tenés que ser más responsable, no podés ir a tomar hoy, aguántate hasta el viernes y tomás todo lo que quieras en Tupiza, pero ahora no.
Hilario asiente con la cabeza.
TT- bueno, ahora a la cama que mañana arrancamos temprano y tenemos un día largo.
H-…
TT- que pasa?, no tenés sueño?
Me responde moviendo su cabeza hacia los costados.
TT- Bueno, te podés quedar un rato con nosotros.
Levanta la cabeza y sonriente me abraza.
TT- Ta, ta, a ver… Hilario, a quién le tengo que rezar para que el día este lindo?
H- como en todos lados, a Torraca o a Dios.
TT- pero Inti, la Pachamama y todos esos no tienen nada que ver?
H- si, Inti es el sol.
TT- entonces le tengo que pedir a él que salga no?
H- … y si.

Salgo como todas las noches, bien abrigado a mirar el cielo. Las nubes de la tarde se fueron y las estrellas están en todos lados. Me alejo unos cuantos metros del albergue y espero unos pocos minutos hasta las 20.30 hrs. donde el generador se apaga y el silencio del desierto reina.

Dos estrellas fugaces, una detrás de la otra, me guían la vista hacia las montañas del este. La vista acostumbrada a la oscuridad me permite verlas. Afino un poco la mirada y veo que un señor de ropa blanca, un poco sucia, con algunos colores viene caminando hacia el pueblo, en mí dirección. Lleva un gorro te tejido boliviano, con muchos colores y un morral hecho de tela roja que cruza su pecho. Una larga rama hace de bastón. Va descalzo y tiene la tez oscura. La ropa parece tiznada.

TT- buenas noches, tiene fuego?
El señor se detiene frente a mí y me mira.
El señor- si tu no fúmas.
TT- es verdad… un chocolate tiene?
El señor- …
El señor- queríais hablar conmigo?
TT- …
El señor me mira fijamente. Tiene una mirada fuerte, pero cansada.
TT- debe haber sido un número equivocado, yo no…
El señor- me llamasteis…
Pienso un rato: a quien tenía que llamar?, era el cumpleaños de alguien?…
TT- …Papá Noel?
El señor no se inmuta, sigue mirándome fijamente.
TT- … no sé, dame una pista.
El señor- empieza con  “i” y termina en “nti”.
TT-… a ver… con i y termina con nti… pfff, ta difícil… otra ayudita?
El señor frota sus manos y una pequeña bola de fuego se forma en sus manos, la levanta hasta pocos centímetros de mi cara. Es una luz preciosa, que gira concéntricamente. Irradia calor, la intento tocar pero cierra sus manos y la hace desaparecer.
El señor- soy Inti, el Dios de la luz y el fuego. Y hace una reverencia.
TT- ah, que capito, si sos tan crá que podés hacer eso con las manos y aparecer de la nada, por qué mañana no iluminas con tu gracia todas las montañas y los lagos de colores?
Inti- no puedo… son días complicados.
TT- si, si, excusas nomás….
Inti- hace unos días que estoy distanciado con la Pachamama, dice que estoy siendo muy duro y que lastimo y seco todo lo que ella hace… tal vez tenga razón.
TT- no seas boludo… lo que vos haces es fundamental para la vida, la fotosíntesis, las mujeres bronceadas en verano, la ropa seca, haces mucho…
Inti- si… puede ser, pero las Nubes, primas de la Madre Tierra, se metieron en el medio y no puedo hacer nada, no quiero problemas con la familia…
Me mira y tiene lágrimas en sus ojos.
Inti- me secarías las lágrimas? Ya estoy cansado de quemarme…
TT- sí claro. Estiro mi manga hasta tapar el puño de mi mano y le arrimo hacia sus ojos.
Moquea un poco y con su mirada busca mi puño para limpiarse.
TT- pará que creo que tengo un pañuelo.
Le pongo mi pañuelo en su nariz.
TT- ahora soplá bien fuerte.
De un gran soplido prende fuego el pañuelo, lo suelto rápido y éste cae al piso quemándose hasta las cenizas.
Inti- perdón… hace mucho que no lloraba.
TT- no te preocupes, yo a tu edad también era blandito.
Me mira y sonríe.
TT- Usted preocúpese de arreglar sus problemas con la Pachamama, tómese su tiempo, nosotros estamos disfrutando mucho igual… vaya a descansar.

Esa noche hizo muchísimo frío, dormí muy mal, casi nada. No había forma de calentar la habitación y menos la cama. Tenía puesto hasta la campera y el gorro. Vapor salía de mi boca cada vez que respiraba. Todos los demás dormían placenteramente. No hubo diarreas esa noche.

“Martin, Martin” escucho entre sueños. Una mano que se apoya sobre mi hombre y me mueve delicadamente. “Martin, a despertarse que ya están desayunando”, me dice Modesta parada al lado de la cama. Un fuertísimo dolor de cabeza me impide levantarme enseguida. Medio entre mareado voy al baño y después me siento con mis compañeros que ya están desayunando.

Modesta se acerca y me da un té con hierbas, “es para el dolor de cabeza”. Yo no le dije nada a Modesta… igual le agradezco y me lo tomo. El cielo está todo nublado, feo, como de tormenta. No les cuento nada de mi encuentro anoche. Habrá sido cierto?, seguro fue un sueño.

Salimos enseguida a ver la “Laguna Colorada” de nuevo, rapidito que nos vamos al desierto de Yavi a ver la “Piedra árbol”. El Paisaje cambia rápidamente, en pocos kilómetros pasamos de las montañas secas, con algo de verde, a el desierto de arena y roca. Mi ánimo va con el clima, todo nublado, gris, fea luz, hace frío; una pena, pudiendo ver todas estas maravillas de la naturaleza y justo la mala suerte de que está nublado.

Paramos en la “Piedra árbol”, una piedra en el medio del desierto que parece un árbol, como dice el libro. Nada especial, sí rara.

Subimos de nuevo a la camioneta y arrancamos a atravesar el desierto. Recuesto la cabeza en la ventana, para intentar descansar un poco, cierro los ojos.

“Martin”, Modesta me llama. La miro y me señala hacia la ventana. Entre que acomodo la vista veo caer pequeñas gotas blancas que caen suavemente desde el cielo. Está nevando en el desierto!. “Podemos parar?!”, pregunto enseguida. “Ya vamos Martin”, me contesta Hilario.

Paramos sobre una gran duna y bajamos. Todo arena a nuestro alrededor, nubes encima nuestro regalándonos copos de nieve y al horizonte negras nubes con truenos. Es una vista hermosísima. Lo más lindo que ví en mi vida. Increíble.
Nos quedamos unos cuantos minutos ahí, disfrutando de la nieve que cuando toca el piso se desintegra, pero en nuestras ropas quedan unos segundos.
Arriba las nubes se abren un poco para dejar ver el azul del cielo.

Vuelvo a la camioneta con una sonrisa enorme en el corazón.
“Tiene nieve en la cara” me dice Modesta, ” no tiene algo para limpiarse?”. Busco mi pañuelo en mi bolsillo trasero y no lo encuentro. Miro a Modesta sorprendido, ella responde con una sonrisa.

El viaje continúa por lugares increíbles, paredes de rocas altísimas donde la camioneta pasa por el medio. Montañas nevadas al fondo, rocas rarísimas y de todos los colores. La felicidad está al máximo. Al horizonte el cielo negro y algunos relámpagos parecen estar discutiendo.

Llegamos a otra laguna, más grande y con un nombre que no es un color ni un hedor, pero no me acuerdo cual. Esta llena de flamencos, son los últimos que vamos a ver, por eso nos deja la camioneta en la orilla y se va unos pocos kilómetros más adelante para esperarnos. El cielo de a poco se va despejando, dejando ver los hermosos colores de las montañas reflejadas en el lago y los preciosos rosados flamencos que muy tranquilos desayunan en la laguna.

Para almorzar el lugar es el “Valle de la luna”. Un paisaje alucinante de rocas rojas, como el cañón del colorado, con túneles y agujeros hechos por miles de años de lluvias y ríos que ya no están, con musgos verdes en forma de cerebros viviendo en las rocas. Es la primera vez que almorzamos todos juntos, pollo con verduras. Rico, pero poco, mejor dicho, lo justo. Capaz que por eso no almorzábamos juntos.

Luego horas de viaje y llegamos a un pequeño salar atravesado por una larguísima línea ferra que une Chile con Bolivia. Solo funciona 2 veces por semana. Los bolivianos odian a los chilenos por haberles robado la salida al mar.

Pasamos por el “Ejército de coral”, una población milenaria de corales fosilizados que también se puede usar como rápido baño. Son 1,5 km2 de montículos de 3 mts x 2 mts de piedras de coral que al secarse el mar que ahí había fueron muriéndose y dejando un paisaje muy bizarro.

Luego seguimos a una “isla” en el medio de este salar, donde unos ladrones de momias encontraron hace 10 años una cueva llena de fósiles de algas. Al lado unas tumbas arregladas de una civilización preinca, para que los turistas como Yann y las alemanas saquen fotos. El Municipio les deja cobrar entrada a su ganancia por el hecho de encontrar tal magnífico yacimiento. Ladrones de momias con suerte.

De paso nomás, pasamos por “Pueblo quemado”. Un bastión chileno que en una de las guerras de hace millones de años luz tuvieron contra los bolivianos y en su retirada prendieron todo fuego y huyeron. Mamones.
Orgullo boliviano, que sin atacar, logró que su más odiado enemigo se rindió escapando por la puerta de atrás. Sólo por eso lo vimos. Porque sino son unas rocas medias negras y el pueblo nuevo (boliviano) debajo.

El día más largo y más lindo del tour va llegando a su fin. La noche en el hotel de sal está cerca. Llegamos a un pueblito, entre los salares, que vive de la sal y de los turistas salados como yo.

El famoso hotel de sal es una casa con unas habitaciones en su patio. Es de material por fuera y de sal por dentro. Ladrillos de sal decoran las paredes de las habitaciones, mesita de luz y cama de sal y sal gruesa por todo el piso. Pruebo todo menos el piso. Hay ducha caliente a 5Bs. Como todos se bañan, tengo que hacer lo mismo. Pero quedo para la segunda etapa mientras calientan el agua. Salimos con Yann a recorrer el pueblito, casitas de adobe y muchos niños por la vuelta. Unos juegan al basquetbol en la cancha principal (la única).

Unas niñitas me invitas a jugar al reloj, tirar a embocar desde las marcas de la llave. Son dos niñitas preciosas de 10 y 12 años que no paran de reírse con una sonrisa completamente blanca. Nos divertimos mucho y les doy la papita. El que ríe último ríe mejor.

La ducha recontra caliente y la merienda/cena. “Tonight is the night” me dice Yann, monedita y cada uno a su pretzel. Es el momento, las alemanas están mejor, de buen humor y es la última noche. Una riquísima cena, mucha risa, rodeados por sal y paisajes hermosos no pueden ser en vano. Hoy es la noche.

Después del último bocado de la ensalada de fruta, una le dice a la otra unas cuantas palabras en alemán, como un reto, se levantan “buenas noches” y se van a dormir. Yann y yo nos miramos como cuando Condorito mira al lector diciendo: “exijo una explicación”.

Salimos de cabeza gacha y pateando piedritas, a consolarnos en el pueblito y las estrellas. No hay nada de luz y las casitas son todas de adobe y de la misma altura. A los 2 minutos estábamos perdidos. Volvimos después de recorrer las 20 cuadras del pueblo.

La mañana siguiente, sólo va a ser muy de mañana si no hay nubes, así vemos el amanecer en el Salar y desayunamos ahí. Yo sé que sí.

Arrancamos 4am. A los pocos minutos estamos andando sobre el salar, un barro de sal y agua y tierra. Seguimos andando hasta que todo se hace plano y seco, sal a todos lados, sólo lo vemos por las luces del auto. Muchos kilómetros más adelante, de plano camino, montañas y montañas. Paramos en otra “isla” y esperamos frente una pequeña montaña donde va a salir el sol. Unas nubes por ahí molestan un poco, pero todavía hay tiempo para que se vayan.

Es bien oscuro todo alrededor y sólo se ve el cielo que va iluminándose por detrás de la montaña y su silueta.
Unos rayos de sol corren las débiles nubes que ahí habían, sale el sol, el Rey Sol, mi amigo Inti que me regalo la nevada en el desierto mientras arreglaba todo para que ese momento fuera especial. La cálida luz de los rayos del sol iluminan todo el salar, es precioso, es inmenso. Va siendo de un naranja, pasando por amarillo, hasta llegar a ser bien blanco cuando el sol ya salió. El cielo también pasa por todos los colores, azules, violetas, rojos, anaranjados, amarillos. Se la jugó el Inti. Las vistas más hermosas.

Vamos a la “Isla del pescado” a desayunar, recorrida por la isla, que era una isla sobre un mar hace muchísimos años y ahora es una roca enorme en el medio del salar con cardones encima. Desayunamos con otras 4 camionetas a la sombra de la isla, Modesta hizo una torta con forma de corazón. Will está en la mesa de al lado. Saludo de lejos y a seguir disfrutando de las vistas y de la torta.

Después del último cuplé salimos a cruzar todo el Salar. 40 kilómetros hacia la ciudad de Uyuni. Paramos en el medio, el medio de todo, sin nada alrededor, todo sal y miles de metros de sal y sal. Al retomar el camino Hilario me muestra las cruces en el camino, los lugares de los accidentes y cuantos murieron en cada uno. No me divierte para nada, todavía no nos bajamos.
A los pocos minutos frena de golpe. Otra vez pinchamos.
30 minutos le lleva arreglar esa cubierta, tuvo que abrir otra, cortarla y pegarla arrglando la pinchadura. Medio casero todo pero sirvió para disfrutar de unos 30 minutos extras de Salar. En la reanudada pasamos por un hotel de sal, verdadero, todo hecho de bloques de sal, pero nadie se debe quedar ahí, es caro, salado, y en el medio del salar, a parte todo el tiempo están entrando turistas a sacar fotos y probar las paredes.

Al final llegamos al pueblito donde viven algunos saleros y otros venden artesanías. Almorzamos todos juntos, felices y sonrientes.

Muchas camionetas pasan todo el tiempo, saliendo desde Uyuni al Salar.
Muchos camiones pasan cargando sal. Sólo una parte del salar se puede trabajar. Es patrimonio de la humanidad.

Llegamos a Uyuni, nos bajamos Yann y eu, despedidas, besos y abrazos. Fueron cuatro días compartiendo paisajes y momentos increíbles, diarreas y buenas comidas.

El último abrazo para la alemana que la moneda había deparado para mi. Me mira dulcemente, “tato…” me dice, le pongo la mano en la boca “no… no lo digas, ya lo sé, si tiene que ser nos vamos a volver a cruzar”, saca mi mano de su boca y me dice “que si me devolvés la linterna que te presté hace dos días, gordo choto”.

Compramos pasajes y a hacer tiempo recorriendo Uyuni, tenemos como 4 horas de tiempo. La feria del día, donde se puede comprar todo lo que necesites para vivir una vida plena y saludable, desde pastillas para la caída de pelo y que también son buenas para las hemorroides y sistitis, partes de autos usadas, ropa de todo tipo, televisores y relojes, especias de todos los sabores y empanadas, jugos y frutas ricas por todos lados.

“Nos vemos en Bogotá”, me dice Yann, él vuela desde ahí a París cercano a la misma fecha en que estaré llegando a dicha ciudad. El mundo es chico. Nos vemos en Bogotá.

El ómnibus está sobrevendido, gente parada viaja por horas en una carretera horrible con camiones y ómnibus pasando unos a otros todo el tiempo. Logro dormir un ratito hasta que frena a mitad de camino para ir al baño y comer algo.

Otros ómnibus también pararon ahí. Una cola de 9 personas frente a la puerta del baño me hacen cruzar la ruta para ir a bendecir a la Pachamama. “Taté!, taté!”, escucho y por las dudas me doy vuelta, Will que viene con una sonrisa de oreja a oreja a saludarme. Me dice de ir al mismo hostal, con él y otros australianos, es buen loco el Will, pero quiero volver a viajar solo, quiero hablar solo español. Le digo que sí, que vemos cuando lleguemos a Potosí esperando tener la buena suerte de llegar un rato antes o un rato después y poder huir.
Cobarde, pero con la única intención de ser libre de nuevo.

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rápido para llegar a Bolivia

No podía ser de otra manera, teníamos que ir a conocerla.
No en vano la Quebrada de Humahuaca se llama la Quebrada de Humahuaca. Y no es por lo precioso de Purmamarca ni lo lindo de Tilcara. Si se llama como se llama debe ser por algo.

Nos bajamos bien temprano en la terminal, muchas cholitas ofrecen sus desayunos sentadas en el suelo con bolsas a su alrededor. Empanadas salteñas y tucumanas, humitas, tamales, ensalada de fruta, sopa, pollo hervido, mate cocido.

Dejamos las mochilas atadas a un árbol y salimos a ver que onda. Caminamos y caminamos, el pueblo es precioso, nos decidimos a quedarnos, más yo que juega Uruguay y lo quiero ver a como sea. Esa semana fui más fuvolero que nunca. Uruguay nomá.

De tanto caminar para arriba y para abajo, “doblando y subiendo en la próxima” y “dos más abajo hay otro hostal” llegamos a uno lindo y barato. No muy lindo en realidad pero igual, barato.

“Disculpe, la terminal?”, le pregunto al hostalero, “ahí a la vuelta”. De tanto caminar en todas las direcciones terminamos a la vuelta de la terminal, donde habíamos empezado.

Aprovechamos el día de mercado para recorrer y después seguir hasta “la blanqueada”, una roca blanca con una virgen encima. El señor me debe 6 kilómetros de mi vida.

Viajar con Yann, el francés, está muy bueno; aparte de que conoce a Amelie, sabe francés, es karateka y es buen amigo, dejó de fumar hace 5 meses y tiene una ansiedad enorme, entonces tiene que comer todo el día. Y yo, que nunca fumé, ni conozco a Amelie y mucho menos soy ansioso, me pasa lo mismo.

Esperamos escondidos detrás de unos árboles frente a una obra. Son las 12.30 del mediodía y en cualquier momento cortan para almorzar. Los obreros siempre comen rico y barato. Los seguimos y entramos tras ellos. Sopa, arroz con pollo y papas por $A 10. Perfecto.

Humahuaca es preciosa, ciudad colonial que se mantiene muy bien, con las casitas y calles de piedra. Faroles, viejos y perros en todos lados. Fue el bastión de defensa cuando los españoles venían rajando de Bolivia en la guerra de independencia. La plaza central con la iglesia, diferente a las otras, más chica y más rústica, lleno de árboles. Después una escalera enorme, como de diez mil escalones que lleva a un indio (supongo que será el indio Humahuaca) que con la mano en su frente mira hacia el más allá para avisar cuando lleguen nuevos turistas.

Una pequeña siesta y a seguir caminando por ahí. Los ómnibus desde Jujuy siguen viniendo y dejando turistas que levantan a las horas. Nosotros, los no turistas, estamos en las escaleras enormes mirándolos pasar. Una cajita con artesanías descansa frente a nosotros 4 escalones más adelante. Varias veces pasaron y nos preguntaron precios. Les vendimos a las cholitas 2 ceniceros más caros de lo normal. Ellas agradecieron con una sonrisa.

Tardecita, no hay mate, el pueblo ya lo caminamos, falta 1 hora para el partido. “Do you want a tamal?” le digo al francés, “wath is that?”, ” a tamal, that thing with corn and… corn, don´t be mamadeir”. Voy y compro dos tamales. Nunca los había probado, pero tenía buenas referencias. Al principio no sabíamos cómo comerlos, pero que deliciosos que son, gracias Humahuaca por los tamales!. Envuelto en la piel del choclo, una bola de puré de verduras con un poco de guiso de llama dentro, todo eso hervido y servido calentito. Voy por otros dos y otros tres más tarde. Abrazo a la cholita y le agradezco por lo rico que cocina. Le propongo que sea mi esposa, pero me dice que ya está casada y que tiene 5 hijos. Siempre tarde yo.

A las 18.00 hrs., en el bar del hostal, se encuentra quien les escribe sentado solo frente al televisor buscando entre 65 canales, con un control remoto con pocas pilas, el canal que pasa el partido.

Lo encuentro ya empezado. Sufro y gozo los goles. Grito el segundo gol cuando el mozo pasa con un mate con leche al lado mío, que del susto cae al piso. Me mira enojado, “Uruguay nomá!” le respondo.

Cenamos con los obreros y Argentina que pierde.
Todos enojados.
Yo no.
Conocí a los tamales y Uruguay ganó, Humahuaca en mi corazón.

A la mañana siguiente el primer ómnibus a Iruya. Coche viejo, con asientos de metal con un polifoncito, ventanas secas que no se mueven. Somos pocos, un asiento para cada uno así viajamos cómodos. Se sube un pibe morochito, mascando coca con la boca abierta, mirando los números de los asientos. “Tenés el 29?”, le pregunto como un vejiga, “no” y se me sienta en frente y me empieza a hablar. Son las 07.30 hrs. de un jueves de setiembre, la vista por la ventana es preciosa y no tengo muchas ganas de hablar en un ómnibus.
Me pide coca, porque la de él se le acabó. Se mete un buen puñado.
Se pone a mear en una botella en el asiento de atrás porque le embola pedirle al chofer que pare. Los pozos no lo ayudan. Putea.
Vuelve y se me sienta al lado.
Se llama Nestor, es metalúrgico, es medio plancha argentino, viaja por el norte para ir a ver a “El Indio” en Salta, estuvo internado 1 hora en Tilcara recibiendo aire, fuma y se mete coca para dentro, habla todo el tiempo,. “Yo entro grati, conozco a todo lo pibe/no son amigos mios, pero son amigos mío y de los pibe/soy de La Renga, es como mi vida/ de River, pero son todos putos, antes mataba por River, ahora me controlo más/los pibe me piden que les lleve coca/fui a ver al Indio a Montevideo, la gente en la calle se corría porque íbamos tomando vino por la principal/ que bueno la vela, como canta el enano” fue su monologo mientras yo asentía con la cabeza y trataba de no hablar más de lo necesario.
El ómnibus deja la ruta y se mete en un camino de tierra hacia el interior de las montañas. La vista es tan preciosa como peligrosa la ruta. Las curvas las toma a 10 kmh, baja por toda la ladera de una montaña por un camino que serpentea. La vista cuando mi lado del ómnibus queda hacia afuera es precioso, igual que el miedo de mirar para abajo y ver sólo un precipicio.
Algunos pueblitos pequeños, unos burros por ahí, ríos congelados por los fríos de la noche y las nubes que están sobre el valle se van desvaneciendo. Nestor me sigue hablando. Trato de distraerlo con las vistas, pero no se aguanta sin hablar, tiene mucho para decir.

Llegamos a Iruya, pueblito precioso que cuelga de una montaña, con la blanca iglesia en lo más bajo del pueblo y las casitas que suben la ladera, callecitas de piedra y los 2.800 mts de altitud. El lecho de un gran río seco separa a Iruya de otra montaña que está al frente, unas casitas sobre esa ladera le intentan hacer la competencia. Iruya es preciosa desde dentro, desde en frente, desde arriba y desde abajo.

Vamos en busca de un hostal para pasar la noche, “lo de Asunta?”, pregunto a unos viejitos, uno de ellos, con un giro de su cuerpo que duró como 3 segundos, me señala por la calle de piedras hacia arriba, casi al infinito. Dos cuadras eternas y en subida empinada.

El Nestor mira hacia arriba “ni en pedo, yo me quedo acá en la iglesia”. Nos metemos más coca, cómo si fuera combustible y subimos. Paro a los 30 metros y me doy vuelta con la excusa de mirar el paisaje, tomo aire, todo el que puedo y sigo. Casi en la loma una niñita me ofrece hospedaje barato, vamos con ella a su casa, es la más alta de todas, es barata y tiene una vista preciosa. No es lo de Asunta, es la casa de al lado. Demasiado tarde pregunte.

Este pueblo es precioso, tan lindo de mirar desde abajo como desde arriba, tan odiosas de subir las calles empinadas, siempre en cuotas. Igual lo caminamos todo y en todos los sentidos, vamos al cementerio y al mirador.
Nos cruzamos con el otro turista, “es de Austria, yo estuve hablando con él”, nos dice el Nestor.
Vamos al pueblito de enfrente cruzando el río seco. Un burrito parado en el camino mirando a la pared de la montaña. Es viejito. Lo acaricio y sigo.
Son muy lindos los burros, siempre andan con cara de recién despiertos y están quietos mirando algo o nada, no se mueven mucho.
El pueblito de enfrente parece que sólo sirve para mirar desde enfrente a Iruya y ver lo linda que és.

A la vuelta, nos cruzamos de nuevo con el otro turista. Hablamos de ir al pueblo siguiente, San Isidro, que solo se llega a pie siguiendo el lecho del río (seco), son como 8 kilómetros ida y sus otros tantos para volver. En una rápida conversación nos convence de salir temprano, a las 7.30 en nuestro albergue prontos. De eso nos dimos cuenta cuando estábamos cenando unas empanadas. Nos convenció fácil y ni cuenta nos dimos.

Volviendo por la maldita subida hacia nuestra casa, vemos cómo debajo de la luz de un farol está parado nuestro amigo el burro con otros dos burros más, quietos mirando algo, con las piedras de la angosta calle que brillan por la luz. Una imagen preciosa. El silencio de la noche, el cielo lleno de estrellas y esa hermosa postal. Nos acercamos lentamente a poco metros de ellos, aparece un perro y los saca cagando, los preciosos burritos que parados estaban comienzan a correr por las angostas calles hacia abajo, hacia nosotros, los dos turistas bajan corriendo y gritando hasta meternos en un jardincito. Un San Fermín con burros. Unos maricones estos turistas.

07.25 suena el despertador, escuchamos al otro turista afuera acomodar el garguero. Lo invitamos a tomar unos tés con pan y queso, no hay apuro, take it easy.
08.30 salimos tras la conquista de San Isidro.
Se nos suma una perrita a la expedición, la llamamos Iruya. 40 minutos después me fijo y le cambiamos el nombre, Isidro. El camino es precioso, por el lecho de un río angosto, casi seco por momentos, de 2 metros en otros. Lo cruzamos varias veces por puentes de rocas o saltando a como podamos. Isidro nos espanta las vacas en el camino y cuando no encontramos el paso fácil nos lo muestra.

El otro turista se llama Will y es de Australia. Tiene 30 años y nunca salió de su país, anda con ganas de hacer todo rápido y ganar el tiempo perdido. Va muerto con nosotros, los de pasos lentos pero seguros, a veces. Es periodista y quiere aprender español. Se va a quedar 2 meses en La Paz estudiando. Vendió todo lo que tenía en Melbourne menos su notebook, ipod, iphone, 2 cámaras de fotos, 1 de video y su afeitadora. Su mochila es la mitad que la mía y va a viajar por 16 meses.

Luego de 2 horas de caminata en subida siguiendo el lecho del río llegamos a San Isidro, un pequeñísimo pueblito sobre una montaña, la subida hasta ahí, de 50 escalones, la hacemos en 25 minutos, es matador el calor, la altura y el cansancio. Unas empanaditas en el cementerio nos ayudan a seguir el camino.
La recorrida al pueblo en 30 minutos y la vuelta.
Tan cansadora como la ida, aunque en bajada, pero con el sol en la cabeza.

La tarde para despedir a Will que se iba a Bolivia. La noche para ir a la quermés del pueblo, donde los niños de la escuela juntaban plata para irse de viaje de fin de año a Salta. Todos estaban ahí.

De madrugada para tomar el ómnibus a Humahuaca, muy temprano, sin luz y la misma preciosa y peligrosa carretera que nos va a dejar en la ruta hacia La Quiaca.

La Quiaca solamente para irnos a Yavi y cruzar en la mañana del día siguiente a Bolivia.

Dedo hasta Yavi y el pueblito más pequeño y más famoso del mundo, 3 cuadras de largo por 1 de ancho, media hacia cada lado. Es famoso pero nadie sabe por qué. Tampoco hay nadie. Solo perros durmiendo la siesta.

Vamos al único hostal que hay abierto. Todo de adobe y con una vista alucinante hacia los secos valles. Buscamos algo para comer, pero está todo cerrado.
Un perro sentado frente a una puerta verde me mira mientras mueve la cola. Me arrimo y golpeo la puerta que se abre mientras se descubre a todo el pueblo ahí dentro almorzando. El cura, el comisario, dos subalternos, un borracho y dos mujeres.
Saludamos, nos sentamos y comemos.

Luego salimos en busca de otra cascada perdida y de pinturas rupestres. Lindas vistas y cascadas secas.

Al día siguiente el cruce de frontera. Llegamos a La Quiaca y comenzamos a caminar por la calle que nos lleva al paso fronterizo.
Entre conversaciones nos damos cuenta que ya estamos en Villazón y no hicimos ningún trámite. Volvemos y hacemos el sellado de pasaporte, nos revisan por la porcina y nos preguntan a qué vamos a Bolivia, ” a pasear señor”.

En Villazón, Bolivia, una hora menos que en Argentina. Es la ciudad para cambiar dinero hasta llegar a La Paz. Típica ciudad fronteriza, fea y linda por el bagallo. Cambiamos y a tomarnos el ómnibus. El último acaba de salir, lo intento correr y ni ahí lo alcanzo. Me quedo lloroso en una esquina, “a Tupiza?” me pregunta un hombre de mameluco azul, “si señor”, “vengan, son $15 cada uno y calladitos la boca”, “señor, si señor”.

La carretera a Tupiza horrible, la están haciendo de nuevo, pero antes y ahora no hay nada, solo caminos de balastro, con pozos y polvo que entra por todos los agujeros del ómnibus y del humano.

Llegamos con mucho calor a Tupiza, la ciudad desde donde vamos a hacer el tour hacia el Salar de Uyuni. Averiguamos en todas las agencias. Lo más importante: el precio, el chofer y el auto, nada de accidentes en la ruta, nada de conductores borrachos, todo que sea en buen precio. Todas ofrecen lo mismo, los mismos lugares y el mismo precio, caro, mucho más de lo que pensaba gastar.

Llegamos a la última agencia, nos ofrecen mejor precio y nos incluyen la noche del hotel con el desayuno. Igual sigue siendo caro. Nos levantamos del asiento para conversarlo afuera. Antes de salir me doy vuelta y le pregunto: “quiénes son los otros dos pasajeros?”. Mira su hoja y nos dice: “son dos alemanas… y hablan español”.

Nuestras sonrisas firman el trato. Nos pasamos toda la tarde recorriendo el pueblo y buscando en cada rubia otra a su lado que sean nuestras compañeras por cuatro días. No las encontramos. Las imaginamos, van desde Heidi Klum y Claudia Schiffer hasta dos roperos gigantes come preztels.

A la mañana siguiente nuestra ansiedad por ir al Salar es solo superada por conocer a nuestras compañeras de viaje.
“No saben si van las chicas…. una de ellas está muy enferma…”, escucho que le dice la de la agencia al chofer, “…sino van los señores de Canada”.

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