España en Potosí

El ómnibus frena y todos empiezan a bajar como locos. Espero sentadito hasta que el último se retire, yo estaba al final, agarro mi mochila y bajo.

La terminal queda en un lugar medio feo, son las 2am y pasan camionetas tirando cuetes, esa noche ganó el Real Potosí  y la gente está de fiesta.

Me quedo con mis mochilas esperando que el ómnibus se retire para averiguar cómo irme a un hostal barato y bueno. El coche comienza su marcha y del otro lado un taxi con los tres australianos esperando dentro. “Come on taté!”, grita Willl sacando su cabeza por la ventanilla.

Mi corta libertad se termina: opción 1, o soy mala onda y les digo que no voy con ellos, algún bolazo, que le tengo miedo a los taxis o que voy a lo de mis padres, o la opción 2, voy con ellos y disfruto de seguir compartiendo todo mi tiempo con nueva gente y hablando inglés everytime. Opción 2.

El hostal es precioso, casa colonial, con muchos cuartos y patios internos al estilo español. Comparto habitación con mi nuevo amigo australiano. Es tarde y lo mejor es dormir, estamos a 3800 m.s.n.m. y siempre es excusa y razón para tirarse un rato, todas las excusas que tengan a la altura son válidas y a parte,  hay que descansar para mañana poder pasear. Más importante aún, hay que levantarse temprano porque el desayuno está incluido.

Me despierto muy temprano, ya descansado y sin más sueño. Falta una hora para el desayuno, así que hago tiempo en la recepción averiguando qué hacer y hablando de fútbol y mujeres.

La comida más importante del día son dos panes, un poco de manteca (que alcanza solo para una de las mitades de ellos), otro tanto de mermelada, un café con leche y un feo jugo de naranja. Está incluida, así que a comer todito.

Se van levantando los australianos y vienen a mi mesa, a conversar, es muy temprano para falar inglés… se toman todo el tiempo del mundo para desayunar y leer su libro para saber qué hacer. A mi las patitas se me están moviendo hace rato, quiero salir ya!.

La parejita australiana, por arte de magia, deposita bajo mi responsabilidad el entretenimiento de mi nuevo amigo Will, ellos van a hacer otras cosas, así que bien, “Will, vas a aprender españolo conmigo”, le digo. “what?”, “eso, españolo…”, me mira y le cabeceo hacia afuera “let´s go”.

Potosí es preciosa, guarda el encanto y el orgullo de haber sido la ciudad más prospera del Siglo XVI; la pobre ciudad que financió el desarrollo de toda Europa, la rica y triste historia nos esperaban ahí afuera, en todas las calles.

El cerro rico está ahí arriba, enorme, cansado y enfermo de tantos agujeros, mirando todo de reojo, y debajo, la ciudad que vive y muere a sus pies, como desde hace 500 años.
El cerro rico ya no lo es. Es solo un doloroso sueño de miles de personas que siguen trabajando dentro, por pocos bolivianos, sacando algo de estaño, zinc y a veces, con mucha suerte, plata.  Poca plata.

Cuenta la leyenda que Huayna Pacac, un Inca medio capanga, venía hacia las aguas termales de la zona, a curarse de unos problemas en los huesos, cuando escuchó sobre este cerro y su inmensa riqueza. El Sumaj Orko se llamaba por esos tiempos, el cerro hermoso. En seguida, mandó a sus mineros a buscar piedras preciosas en su interior, para adornar los templos de Cuzco y ofrecer a los Dioses. Pero, ni bien empezaron a trabajar en el cerro, una voz cavernosa salío de entre la tierra y les dijo en quechua: “No es para ustedes, Dios reserva estas riquezas para los que vienen de más allá.” Los indios huyeron y el inca abandonó el cerro, sin antes cambiarle el nombre a Potjosí, que como ustedes no saben nada de quechua les digo que quiere decir “truena, revienta, hace explosión”, algo así.
El cerro no volvió a tocarse, todos le temían.
Varios años después, ya con los españoles en nuestras tierras, un indígena que andaba por el cerro, buscando una llama que se le había perdido de su rebaño, al llegar la noche no la encontró y decidió dormir en el cerro. Hizo un fueguito para mantener el calor y se durmió. Al despertarse tal fue la sorpresa que de la tierra, debajo del fuego, salía plata líquida, entones se puso como loco y dejó la llama ahí perdida, total, se podía comprar hasta un elefante si quería. El indio, se fue al bar a tomarse unas copas y celebrar con los chochuma, felicísimo de lo que había encontrado; pero se mamó y se fue de boca. No tardó mucho en que algún alcaguete le contara a los españoles sobre ese cerro.
Desde ahí, 8 millones de indígenas y esclavos traídos de Africa muertos en su interior, y España y Europa, disfrutando de las miles de toneladas que del  cerro rico sacaron.

Todo eso le conté al Will y le agregué que si no fuera por toda esa plata que sacaron del cerro, Inglaterra, que tenía agarrado a la corona de España con hipotecas y deudas, no se hubiese aventurado a conquistar otras tierras como Australia. Yo que sé, por transitiva capaz que sí.

Desde la punta del cerro, hacia abajo, como dice la canción, todo es bajada. El problema es la vuelta, que todo es subida y a 3800 m.s.n.m., cualquier levantada de pata de más es recontra cansadora. Así que a bajar primero.

Llegamos al mirador que está debajo, una nave espacial a 40 metros de altura frente al cerro y la ciudad. De lejos rompe la vista, pero desde ahí la vista es preciosa. Brindamos por el paisaje con una Potosina, la peor cerveza de Bolivia. La tomamos rápido antes de que se caliente y sea intomable.

Caminata, sudor y caminata. Hace calor y las subidas son odiosas. Un almuercito en el mercado y a escapar del sol con una breve siesta. Y claro, a descansar de la altura.

De tarde soy libre y camino la ciudad de lado a lado, entro en las iglesias, todas preciosas y antiguas, me persigno y busco el mejor precio para ir al día siguiente a las minas. Consigo uno bien bueno, gracias a que soy uruguayo me dan un descuento, le hablo de que tengo unos amigos que también lo quieren hacer y que mañana en la mañana estamos todos ahí.

Ceno con los potosinos y vuelvo al hostal a contarles a los autralianos, les digo del buen precio conseguido pero que al señor le dije que éramos todos uruguayos, así que todos contentos salimos en familia a cenar. Eligen un ristorante italiano y yo una cervecita para acompañar que me sale igual que mi cena. Es sábado a la noche y los karaokes de la vuelta sacan los parlantes hacia afuera convocando nuevos cantantes.  Will y yo vamos, la parejita se vuelve a dormir.

El karaoke es precioso y bizarro. Luces de neón por toda la sala y parejas de todas las edades bailando. La música no es otra que cumbia, cumbia villera, bolerazos y salsas. Alguno se arrima a la barra, pide un tema y lo canta acodado mientras lee la letra en los monitores. Repetimos la Potosina, pero esta vez nos dicen que la Pilsener es mejor, así que a probarla, total es la más barata. Ayudados por las luces de colores y la buena música, la Pilsener la bajamos tranquilazos.
Seguimos recorriendo la noche y caemos en una fiesta de bienvenida de la universidad, a los uruguayos los dejan entrar gratis, “Will, vos decí todo que si con la cabeza”. Celebramos con los nuevos universitarios y a media madrugada nos vamos a dormir, mañana nos toca trabajar en las minas.

Vamos todos juntitos a la agencia, nos mira el dueño desde dentro y dice, “que uruguayos más raros…”, “si, son del interior”, le respondo. Salen dos camionetas,  una con english spokens y la otra, que demora 15 minutos en venir, con los hispanos.
Se van mis amigos uruguayos y yo me quedo solo tomando un té de coca. Hay una pareja de argentinos que al saludarlos me hicieron así con la cabeza nomás. Yo quería hablar y me cortaron en seco. Ahora me voy a tener que comer todo el tour por las minas con esta parejita antipática y mis amigos autralianos se fueron todos ríendose en inglés hace 10 minutos… ya los extraño.

En eso llega nuestra camioneta, viene llena. Entro y 8 sonrisas españolas responden a mi “hola”. Son enfermeras y maestras que trabajan para una ONG en Santa Cruz. Hola enfermera.
Respondo con una sonrisa y miles de palabras en español salen de mi boca sin freno, que precioso idioma y que rico que es, cómo lo extrañaba, cuantas respuestas rápidas, nada de pensar como se diría, amo el español y a las españolas y a las tortilla española.

Nos llevan a ponernos las ropas acordes a la mina, un mameluco, botas de lluvia, casco con linterna, pico y pala. De ahí salimos todos disfrazados, como los 7 enanitos cuando vuelven de trabajar de la mina, bueno, nosotros íbamos a mirarla.
Paramos en el mercado de los mineros para comprarles regalos, siempre se hace, pobres locos, se pasan horas ahí dentro y los turistas, como las españolas y la pareja de argentina, les compran hojas de coca, gaseosas, alcohol puro (para tomar, no para heridas), dinamitas, galletitas y más hojas de coca, su único alimento durante esas duras horas dentro de las minas.

Vamos todos cargados con los regalos. El guía nos deja un ratito solos a la vista de todos los mineros que van  subiendo resignados a trabajar y de los que bajan cansados, llenos de polvo. “Quién tiene la coca?” pregunto. Una española levanta su bolsa. “Dame un poco que me olvidé de la mía…”, me miran todos con mala cara, “…vamos a necesitar…”. Agarro un puñado y lo meto en mi boca. Luego todos hacen lo mismo.

Llegamos a la mina, el guía nos da unos consejos de seguridad y abre la bolsa de coca para que todos tomemos, “los mineros van a estar contentos de compartir con ustedes”. Las miradas caen sobre mí. “Ya tenemos” me toca decir y bajar la cabeza.

Prendemos nuestras linternas en nuestros cascos y entramos, ya a la entrada se siente el frío que viene del interior y un silbido permanente. Vamos por la vía del riel, por donde sacan todo el día 500 kilos de piedras cada 20 minutos. Todo el piso son charcos de barro. Las paredes negras de los costados muestras algún color del interior del cerro rico. Vamos todos en fila, golpeo mi cabeza varias veces con las vigas que sostienen los túneles, es que ahora mido como 2 metros con el casco y las minas son para gente más baja y agachada. Seguimos adentrándonos en la mina, ya no se ve la salida, solo vemos lo que nuestras linternas iluminan. Nos vamos cruzando con mineros zombies que murmuran alguna palabra pidiendo coca o refresco. El aire falta dentro, el espacio es cada vez más pequeño, el piso está inundado y hace frío. Mejor pensar en cosas lindas. Una de las chicas entra en pánico y se vuelve con unos mineros que salían con un carrito a tirar piedras. Mejor no pensar.
Subimos por escaleras de madera, y bajamos a pozos de 80 metros donde creen estar siguiendo una veta de plata.
Siempre trabajan de a parejas por si les pasa algo.
Todos tienen un montón de hojas de coca en la boca, como hace 500 años los indígenas esclavos y los negros esclavos. Es su único alimento ahí dentro y hasta que vuelvan a sus casas.
El guía les da a los distintos capataces “nuestros regalos”. Los mineros llenos de polvo y con la boca seca pasan pidiendo agua y coca.
Luego de conversar con unos mineros, me quedo tomándoles fotos, al mirar para atrás veo que ya no hay turistas ni luces. Me despido y salgo “corriendo” con mis botas de lluvia saltando entre los charcos, el bajo techo y los rieles. No hay nada delante, solo lo poco que ilumina mi linterna. Mejor no pienso y sigo. Miro para atrás y tampoco nada, todo oscuro. Metros más adelante el camino se separa, derecha o izquierda?, derecha o izquierda?, sin detenerme agarro para la derecha y empiezo a chiflar, como a la Bilú y Chicco, “fi-fiiu – fi-fiiu!”, me empiezo a poner nervioso, vuelvo?, sigo este camino?, grito?, me quedo en el mismo lugar?, hago el paro de manos?. Sigo caminando apurado (si, ya me había cansado) y allá a lo lejos veo unos reflejos y de repente una luz que viene hacia mi. No veo nada por la encandilada. “uruguayo, me parecía que no venías atrás mío…” dice el antipático y buen argentino. Lo abrazo y seguimos camino hacia los demás.
Se acerca el mediodía y es el momento elegido para hacer las detonaciones y así los mineros pueden salir a descansar un ratito mientras los gases se disipan y el polvo se asienta.
Llegamos a saludar al tío, el Dios de la mina, un demonio rojo tallado en madera por los mismos mineros al final de una galería, donde cada inicio de jornada vienen los trabajadores a pedir por buenas vetas y que puedan volver a sus hogares.
Les dejan ofrendas, cigarros, alcohol, cervezas, hojas de coca.

El guía se retira mientras los turistas se sacan fotos con el tío. Yo lo sigo para conversar con el.

TT- y usted trabajó en las minas?
Guía- sí, trabajé durante 9 años…
TT- y encontró alguna buena veta?
G- encontré la mejor veta del cerro… los turistas. Me mira y sonríe. Pasan apurados unos mineros que lo saludan con algo en quechua y siguen. El guía se tapa los oídos y me mira.
Miro pasar los mineros.
TT- qué le dijeron?
Se oye primero un pequeño tic y luego la explosión de la dinamita sucedido por una ráfaga de viento que viene de otras galerías. Me tapo los oídos. El viento que viene es bien fuerte y el ruido de la explosión hace temblar todo alrededor. Son 12 detonaciones.
G- me dicen padrecito…
TT- que?
Me saca las manos de los oídos.
G- padrecito me dicen.
TT- ah… por?
Baja la mirada y saca sus manos de sus oídos.
G- en un derrumbe hace unos años, yo era el capataz, y entré a ayudar a rescatar a los mineros…
TT- uh… y murió alguien?
G- si, un muerto sólo hubo.
Me mira lloroso.
G- Mi hermano… no lo pude encontrar.
En eso sale el borbollón de españolas hablando a diestra y siniestras bien alto.
Lo miro y le froto mi mano en su espalda. No digo nada. No hay nada que decir.

Salimos al cielo azul y el sol brillante, es otro mundo afuera, es otro mundo dentro.
Nunca más me quejo del trabajo.
Bueno, alguna vez más.

Nos cambiamos y salimos todos a almorzar. Preguntándole a un borracho por un lugar barato para comer nos dice que el Evo está en el estadio. No le creemos del todo, igual salimos en esa dirección. Vamos preguntándole a la gente y algunos saben y otros no. El presidente, su presidente está de visita en su ciudad y la gente no sabe?. Seguimos a la música, trompetas, platillos y bombos, fuegos artificiales a pleno sol. Nos cruzamos con cantidad de gente feliz que viene cantando y tirando papel picado. “El Evo?”, “está en la plaza” nos contestan felices.
La plaza en la otra dirección, así que cambiamos rumbo y vamos a la plaza.
Mucha gente espera afuera de la casa de gobierno.
Mucho ruido hace esa gente.
Mucha alegría en todos lados.
Mucho papelito picado en las cabezas y en el piso.
El Evo que no sale.
El hambre nos supera.

Pasamos toda la tarde recorriendo la ciudad, el Museo de la Moneda y las españolas consternadas de todo lo que ven. Sufren su pasado y su historia. Nada tienen que ver ellas. Pobres, las abrazo y las consuelo. Más cervezas y más paseos.

Veo a lo lejos al Will y lo llamo. Lo presento y las presento “españolas”, no me sé todos los nombres. “Will, you want to learn spanish?”, “of course”. No volví a hablar ingles en toda la noche.

El resto fue de Karaoke y karaoke, ahí conozco a los nuevos Mambrú, un trío de porteños peinaditos y a la moda, que vienen subiendo hacia Méjico con la idea de ir tocando en pueblitos y haciendo algo de plata. “Que bueno, cuando los puedo ver?”, pregunto. “No, todavía no empezamos a tocar”.
Potosinas calientes y una noche muy divertida con conquistadoras en Potosí. La pena que se fueron al día siguiente. La otra pena es que eran todas feas, pero con terrible alegría encima.

Al día siguiente, nos vamos a las termas con el Will. Paseo romántico y relajante. Llegamos a las piscinas públicas y éstas están llenas de gente, claro, es domingo y a todos se les ocurrió hacer lo mismo.
Vamos unos kilómetros más adelante, hacia el “Ojo del Inca”. Un círculo casi perfecto, en la cima de una montaña, donde sale agua caliente a unos 30º – 40º. Es un volcán inundado a donde los Incas venían a curarse de problemas de piel y de los huesos. Tiene como 50 metros de largo y no se sabe cuán profundo es.
Cruzar por el medio, del agua calentita y turbia, pasando por el centro del volcán, pensando en espíritus de Incas flotando y cuerpos de viejos indígenas ahogados en esas aguas no es buena idea.

Disfrutamos de la tarde y volvemos a Potosí. De chancletas, short de baño y toalla a los hombros paseamos por el centro, los otros turistas nos miran sin entender.

A la noche, en el hostal, me pongo a hablar con un francés que viene de recorrer el mundo. Cuentos fantásticos de lugares hermosos. Yo en mi duda de si ir a La Paz o a Sucre. “…si te va a encantar”, me dice.
Ya decidió mi nuevo destino. El Will viene conmigo.

A la mañana siguiente volvemos a la mina, para sacar unas fotos y conversar un poco más con los mineros. Entro a las oficinas para pedir permiso y me encuentro con nuestro guía y el encargado de la mina que están firmando el contrato para el año que entrante.
Nos invitan con alcohol puro cortado con sprite, trago duro y a tomar fotos.

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